El triunfo de la imagen en colores

Revolución industrial, publicidad y cromolitografía son inseparables. La atracción de la publicidad comercial se hizo realidad gracias a los reclamos llenos de color, muy pronto considerados como "el arte en la calle". El papel y la hojalata fueron buenos soportes para ello.

La litografía (del griego lithos –piedra– y graphos – dibujo), inventada por el bávaro Aloys Senefelder en 1796, se basa en la incompatibilidad entre el agua y las materias grasas. Sobre piedras calcáreas porosas y pulidas –y desde 1895 sobre planchas de cinc–, se dibuja directamente encima con lápiz o tinta grasos. Después se lava con agua fuerte y se prepara con una composición de agua engomada que solo penetra allí donde hay dibujo o  tinta grasa. Cuando se entinta, las zonas húmedas rechazan la tinta, que solo queda en las partes grasas, y al estamparse, la imagen pasa al  papel.

La cromolitografía, que tuvo vigencia hasta aproximadamente 1950, exigía tantas piedras como colores tenía el dibujo –cada una con el trazo correspondiente a cada color– y todas ellas tenían que superponerse con precisión guardando el registro para conseguir el resultado final  correcto. A continuación, se barnizaban para protegerlas y dotarlas de brillo. En el caso de los carteles de hojalata, se daba relieve mediante la  estampación en seco. A finales del siglo XIX surgieron las primeras fábricas de envases metálicos cromolitografiados. En Cataluña sobresalió una empresa  italiana fundada por Gottardo de Andreis en 1860, que en 1905 abrió una sede en Badalona, conocida popularmente como La Llauna (La Lata), de  donde provienen gran parte de los carteles expuestos, y tras esta fábrica se crearon otras, como sucedió por todo el Estado.