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Fotografia: S. Guasteví
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La poética musical de Josep Guinovart

Hay artistas con una clara vocación omnicomprensiva. Su esfuerzo consiste en ofrecer respuestas a muchas de las preguntas surgidas en el contexto en el que viven, piensan y crean, convirtiéndose en portavoces de una época. A menudo se da el caso de que, además, tienen un firme compromiso social y empatizan, sobre todo, con los sectores más marginales de la sociedad. Por consiguiente, deben actuar al margen, y este es un lugar que no está exento de peligro.

No estamos hablando de la pretenciosa idea wagneriana de la obra de arte total ni tampoco de la tan desgastada pluridisciplinariedad que nos llega desde el contexto del arte contemporáneo, sino más bien de la actitud "nietzscheniana" que, a través de una mirada artística del mundo, crea valores y hace que cada gesto de nuestra vida sea una creación artística. Este acto de crear valores es posible, por supuesto, desde un terreno sólido y desde unas concepciones del mundo y de la sociedad cuidadosamente elaboradas. En muchos casos, esta actitud anhela entender y plasmar los sentimientos que derivan de otras manifestaciones artísticas con las que existe una conexión directa o un eco primordial.

De este modo, las obras de un artista de estas características se convierten en poliédricas. Trascienden a la disciplina misma. Donde vemos un cuadro, también podemos leer un poema o escuchar una pieza musical.

Uno de los principales intereses artísticos de Guinovart fue la música. Más allá de ser un melómano, supo integrarla perfectamente en muchas de sus obras, por lo que si a veces nos encontramos ante auténticas piezas musicales, en otros casos nos parece poder escucharla a través de un cuerpo tangible que no es ni un instrumento musical ni un aparato reproductor. Esta es la fuerza de la abstracción "guinovartiana", con sus propias particularidades, con su carácter único e inconfundible.

Pocos como él han sido capaces de acercarnos al jazz desde una obra plástica. En John Coltrane (1980) nos da la sensación que nos quiera comunicar los sentimientos que surgen escuchando, por ejemplo, Giant Steps: una figura frágil hecha de tubos de hierro, subiendo hacia al cielo y liberándose del cuerpo. La melodía nos pone la piel de gallina, el solo de saxo nos hace ligeros como ángeles y nos evade de lo físico. Pero también nos quiere presentar al músico más espiritual y fuera del mundo que fue Coltrane.

Como amante del jazz y, en concreto, de la trompeta, en esta colección de obras dedicadas a este estilo no podía faltar su peculiar homenaje a quien fue uno de los creadores del bebop: Dizzy Gillespie (1986), donde aparece, como no, sosteniendo el instrumento con las manos con la campana hacia arriba.

En Homenatge a Alberta Hunter (1987) hay un clarinete desde el que emana el sonido que nos lleva hacia la luz del escenario, donde la cantante llena el espacio escénico con sus letras irónicas que dicen verdades como puños. Es como una ascensión hacia la sabiduría.

La tragedia de la cantante de blues Bessie Smith, quien después de ser aclamada en los escenarios cayó en el olvido y murió desangrada al sufrir un accidente de coche, la vemos reflejada en su homenaje (1986). En lo alto de todo, parece reposar un ángel blanco, contrastando con la emperatriz del blues a quien, por ser negra, un hospital se negó a atenderla.

Guinovart también era un apasionado del cante jondo. Todo lo que nos evoca esta forma de cantar lo expuso en la obra Jondo (s/a). Descubrimos en el artista la búsqueda de unas raíces muy profundas a través de los cantos de una tierra concreta que emanan de las entrañas del alma como si fueran oraciones. Porque él tenía el don de la tierra, adquirido desde muy pequeño en el paisaje de rastrojos de Agramunt.

Gracias al estrecho vínculo que mantuvo con la poesía, también dejó testimonios de su pasión por Lorca desde una relación directa con la música. Las Guitarras lorquianas (1988) son objetos poéticos que, de repente, nos presentan el imaginario del poeta andaluz y su vinculación con el flamenco, además de todo tipo de referencias al cante jondo y, en definitiva, a la constelación de sentimientos que se derivan de todo ello.

Todo lo que puede llegar a expresar la voz humana era de interés para Guinovart. Por eso también nos acercó a la ópera y a las mitologías y temáticas que encontramos en obras como por ejemplo el Tannhäuser de Wagner. El cuadro con este mismo título (2007) nos presenta la cara del poeta medieval alemán encima de fragmentos de partituras. En Luisa Miller 4 (2007), se vislumbra la difícil relación de amor entre Rodolfo y Luisa, prohibida por el padre de él, y que Verdi plasmó en esta ópera.

En conclusión, la música como arte abstracto, nos evoca ideas que, para plasmarlas en piezas tangibles, deben ser reducidas con mucho cuidado a unos símbolos concretos que conforman una obra abstracta. O bien, en algunos casos, existe el recurso de reflejar el poema en un cuadro: letras convertidas en dibujos, palabras que se transforman en colores. Podemos decir, por lo tanto, que la empatía de Guino hacia la poesía y la música le hicieron poeta y músico.

Imatge de l'exposició temporal (Foto: S. Guasteví)