Material en el interior del refugio Vila de Madrid. Autor: Jordi Pallàs

El refugio 307, en la calle Nou de la Rambla, uno de los pocos que aún pueden visitarse, tuvo múltiples vidas: sirvió para cultivar champiñones, fue almacén de vidrio y refugio de personas sin hogar. El refugio de Can Peguera, que se adentra en las entrañas del Turó de la Peira, fue el techo de algunas familias sin recursos después de la guerra. Algunas vivieron aquí hasta que consiguieron una vivienda digna que les proporcionó el consistorio barcelonés. No son los únicos ejemplos de refugios que tuvieron una segunda vida como vivienda. Esta ocupación, a veces, se alargó durante décadas con la inmigración masiva de gente que venía del campo. En la calle Tenerife (Horta-Guinardó) había un refugio, excavado en la roca, que se conocía como la Cova de Felipa porque durante mucho tiempo vivió allí una mujer a quien los vecinos conocían con este nombre.

Refugi 307 en el momento del descubrimiento. 1995. Servei d’Arqueologia de Barcelona

Refugi 307 en el momento del descubrimiento. 1995. Servei d’Arqueologia de Barcelona

Refugio 307, 2011. Autor: Pep Herrero

Alcantarilla en el refugio de la calle Juan de Sada. Servei d’Arqueologia de Barcelona

La complicidad de Franco con Hitler se produjo a muchos niveles: diplomático, burocrático, militar, etc. Incluso hubo una ocupación física de la ciudad, porque las sedes de poder nazis estaban en el corazón de Barcelona. Cerca de la plaza de Cataluña estaba el Banco Alemán Transatlántico, el Consulado Alemán, la Asociación Cultural Amigos de Alemania, la Cámara de Comercio Alemania, la Casa Alemania de Barcelona… Y no demasiado lejos, en el Eixample, estaba el Mercado de Artesanía Alemana, el lnstitut Alemán de Cultura, el Colegio Alemán… Cuando la derrota del líder nazi ya era previsible, Franco cambió radicalmente su discurso y las banderolas y la simbología nazi fue desapareciendo. El dictador español, sin embargo, no tenía claro que el lavado de cara fuese suficiente y, de hecho, vivió con bastante angustia el avance de las tropas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial: envió a 12.000 hombres a construir fortines en los Pirineos (la línea P) y solo en Barcelona proyectó 704 refugios. Por otro lado, el Gobierno franquista llegó a publicar un decreto sobre la construcción de refugios en edificaciones nuevas con la intención de ir avanzando en la defensa pasiva ante un posible ataque, ya que los costes de reutilizar los republicanos eran abismales.

Vista general de la plaça de Catalunya de Barcelona. Enero 1939. Biblioteca Nacional de España

El decreto exigía construir refugios en las nuevas edificaciones que se erigieran en poblaciones con más de 20.000 habitantes y especificaba que aquellas otras poblaciones que pudieran tener una importancia estratégica debían tener refugios antiaéreos. Sin embargo, todo quedó en papel mojado, porque de los 704 refugios proyectados solo se acabaron construyendo 22, según la documentación conservada. Era un proyecto quimérico por el elevado coste económico que suponía.

Entrada de las tropas franquistas en la ciudad de Barcelona. 26 de Enero de 1939. Biblioteca Nacional de España

La mayoría de los refugios se concentraron en el centro y en el Eixample, cerca del poder. Uno de los teatros que tuvieron que construir un refugio en el sótano fue el Teatre Calderón (donde actualmente está el Hotel Calderón). Se inauguró el 17 de febrero de 1945 y cerró sus puertas en 1967. En 1943 también se construyó un refugio debajo del Banco Español de Crédito de la plaza de Catalunya. Ese mismo año se hizo un refugio en la fábrica de cintas de seda Benet i Campabadal, que estuvo activa hasta la década de los años ochenta. En Barcelona muchas industrias, ante el pánico, optaron también por construirse su propio refugio antiaéreo.

A lo largo de los meses que duró la Guerra Civil se construyó prácticamente una ciudad subterránea, con unas normas, unas relaciones personales, unas costumbres y una convivencia que quedaban marcadas por la amenaza de las bombas y por el confinamiento en un espacio reducido y oscuro. Se calcula que llegaron a construirse unos 1.455 kilómetros de túneles subterráneos. Uno de los refugios que ejemplifica la lucha vecinal es el de Can Peguera, que era uno de los cuatro barrios de casas baratas construidos en Barcelona durante la dictadura de Primo de Rivera. El nuevo barrio tenía que albergar la mano de obra que llegaba a la ciudad y ubicar a los barraquistas de Montjuïc.

Preparación de paquetes para el frente. Barcelona. 28/11/1938. Biblioteca Nacional de España

El barrio era un feudo de la CNT y entre los vecinos destacaban dirigentes anarcosindicalistas o gran parte de la redacción de la revista Solidaridad Obrera. Muy cerca estaba el lnstitut Mental de la Santa Creu, uno de los psiquiátricos más importantes de Europa a finales del siglo xix y principios del xx. Como era un importante centro hospitalario, había una enorme cruz roja visible desde el aire. No obstante, los vecinos no estaban tranquilos y temían que los aviones italianos, que tan a menudo sobrevolaban el barrio, soltasen las bombas. Hicieron bien en construir un refugio, porque las bombas acabaron cayendo.

El movimiento vecinal también hizo posible la supervivencia, ya en plena democracia, de este refugio. En 1998 fue reabierto por los técnicos municipales a petición de la Asociación de Vecinos de Can Peguera. Desde 2004 se organizan visitas a través del Archivo Histórico Roquetes-Nou Barris. Hay otros refugios que, gracias a los vecinos, no han acabado borrándose del todo del paisaje urbano. Es el caso, por ejemplo, del refugio que se encuentra debajo de la plaza de la Revolució, en el barrio de Gràcia. No se pudo salvar íntegramente, pero la presión vecinal y los historiadores del barrio consiguieron que se conservara una parte. Este refugio también se había levantado, a iniciativa de los vecinos, con pico y pala.

Uno de los refugios que aún se pueden visitar se encuentra en el Palau de les Heures, donde vivió Lluís Companys durante la Guerra Civil. El refugio, bajo la impresionante residencia que se había construido a finales del siglo xix el rico industrial José Gallart Forgas, tenía un emplazamiento privilegiado, porque se encontraba detrás de la batería antiaérea del Turó de la Rovira. Sin embargo, la existencia de este refugio no era un secreto para los fascistas. De hecho, tenían una fotografía aérea del mismo y en algún momento se plantearon bombardearlo.

Recibimiento de los combatientes en el Palau de la Generalitat el 1 de mayo. Biblioteca Nacional de España

Otro refugio que ha seguido inalterado con el paso del tiempo es el que se encuentra bajo el edificio que había acogido al consulado soviético, en la avenida Tibidabo. En la entrada mantiene intacta una inmensa placa comunista y en el interior se conservan diferentes dependencias, protegidas con hormigón armado. Todo estaba preparado por si se tenía que estar un largo tiempo. Cerca del Palau de Pedralbes se construyó otro refugio destinado a proteger la vida del presidente de la República española, Juan Negrín. No ha dejado ningún rastro, en cambio, el refugio que se construyó en la Casa Milà. Las huellas arqueológicas se borraron en el año 2000 durante unas obras, y la documentación se quemó con la victoria franquista por miedo a las represalias. El edificio modernista acogió las oficinas del PSUC. Fue también el domicilio de uno de sus líderes políticos, Joan Comorera, que fue víctima de un atentado fallido.

Carpeta del proyecto de refugio en la Rambla de Catalunya, 33. Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona

Uno de los barrios en los que se construyeron más refugios comunitarios fue el Eixample, donde los edificios eran más altos y robustos. Algunos vecinos lo hicieron de manera pública, con el asesoramiento de los técnicos municipales y con la ayuda de subvenciones. Otros lo hicieron de manera clandestina, evitando la mirada de los vecinos. Este fue el caso, por ejemplo, de la familia Beltrán. Tres familias de vecinos acordaron un «pacto de silencio» e hicieron las obras en el más absoluto secretismo porque el refugio era pequeño y podía acoger a pocas personas. Escondían la tierra que extraían durante la noche en carros y ocultaban los escombros con paja para que los vecinos no sospecharan que se estaban haciendo obras. En 2016 el Servicio de Arqueología de Barcelona descubrió este refugio clandestino en el número 149-151 de la calle Ausiàs March. Alguien había escrito con pintura de color rojo «El señor Josep Colomer / construyó este refugio / año 1937».

Refugio Torre de la Sagrera. Servei d’Arqueologia de Barcelona

Letrina del refugio Torre de la Sagrera. Servei d’Arqueologia de Barcelona

Material documentado en el refugio Torre de la Sagrera. Servei d’Arqueologia de Barcelona

Refugio en la calle de Ausiàs Marc. Servei d’Arqueologia de Barcelona

Cuando sonaban las alarmas, los obreros corrían a cobijarse en los refugios que había bajo las fábricas. En Sant Andreu, por ejemplo, se encontraba la fábrica Sanchís, que desde finales del siglo xix producía tintes y colorantes. Con la Guerra Civil fue colectivizada y bautizada con el nombre de «fábrica número 11», y pasó a depender de la Comisión de la Industria de Guerra. Los obreros fabricaban bombas, explosivos, detonadores y espoletas, y balas de fusil Mauser. Seguramente este refugio salvó la vida de algunos trabajadores, porque las bombas cayeron en el patio en mayo y en julio de 1937.

Fábrica Oliva Artés. Autor: Encarna Cobo. Servei d’Arqueologia de Barcelona

Oliva Artés fue una de las fábricas más prolíficas del Poblenou. Se dedicaba a la producción y reparación de maquinaria, y estaba ubicada en la calle Pere IV, donde también estaban algunas de las entidades sociales y recreativas de las clases populares, como el Ateneu Colón o la Cooperativa. Como Sanchís, durante la guerra también fue colectivizada y se dedicó al armamento. En los sótanos había un refugio. En aquel momento, el Poblenou poseía una de las mayores concentraciones industriales de la costa mediterránea.

Plano de la fábrica Myrurgia de 1928, donde en 1937 se construyó un refugio antiaéreo