Pasar al contenido principal

Semana Trágica

Los hechos de julio: la ciudad en llamas

Semana Gloriosa, Semana Sangrante, Semana Roja, Semana de Pasión, Revolución de Julio o Semana Trágica —el apelativo que finalmente triunfó— son algunas de las denominaciones que se han utilizado para dar nombre a la rebelión popular que sacudió a Barcelona y otras poblaciones de Cataluña durante el verano de 1909.

Once años después del Desastre de Cuba, España se había embarcado en una nueva e impopular aventura colonial para defender los intereses mineros en Melilla. La llamada a filas a los reservistas barceloneses para servir al ejército en Marruecos —la mayoría trabajadores incapaces de pagar el dinero necesario para quedar exentos—, fue la chispa de la revuelta. Bajo la consigna «¡Abajo la guerra!», la protesta comenzó por las calles espontáneamente y continuó con la convocatoria de una huelga general para el lunes 26, apoyada por socialistas, anarquistas, radicales y republicanos.

Ahora bien, en su transcurso, la movilización ciudadana, con las mujeres al frente, superó con creces el marco organizativo inicial. El clamor antibélico se había convertido en una revuelta armada. Y durante una semana, los barrios de Pueblo Nuevo, El Clot, Gracia, Sants, Les Corts, Atarazanas, Paralelo, Pueblo Seco, San Andrés y Horta vivieron tiroteos, asaltos y saqueos, barricadas y violentos enfrentamientos, cuerpo a cuerpo, entre los insurrectos y las fuerzas de seguridad. El Gobierno declaró el estado de guerra, pero en muchas ocasiones los soldados desobedecieron las órdenes de sus superiores y se negaron a disparar contra la población.

Sin dirección política, el movimiento insurreccional derivó en una quema generalizada de edificios religiosos. En pocas horas, lugares emblemáticos para los católicos —como los Escolapios de San Antonio, San Pablo del Campo, o las Jerónimas— eran devorados por las llamas. El martes 27 y el miércoles 28 de julio, la furia anticlerical fue especialmente virulenta y se extendió prácticamente por todos los barrios de la ciudad. Entre conventos, escuelas, iglesias y centros parroquiales, fueron destruidos más de ochenta edificios, a pesar de que las cifras varían en función de las fuentes. No se atacó físicamente a los religiosos, excepto en casos aislados, pero fueron quemados centenares de imágenes y símbolos, además de profanarse algunas tumbas de monjas, cuyas momias fueron expuestas en público y paseadas por las calles de la ciudad.

Entre el jueves 29 y el viernes 30, la insurrección empezó a mostrar síntomas de debilidad. Se apagaron los fuegos, las barricadas construidas fueron paulatinamente abandonadas y la llegada de nuevos destacamientos del ejército permitió a las autoridades imponer el control militar sobre el centro de la ciudad. Las garantías constitucionales no se restablecieron hasta el 10 de noviembre.