Sant Pere y Santa Caterina son dos barrios que mantienen, aún hoy, la estructura medieval. Calles estrechas, intrincadas y entrelazadas mantienen una actividad arraigada desde sus orígenes: el trabajo textil, transformado actualmente en actividad comercial. Sant Pere, Santa Caterina y Sant Agustí son nombres relacionados con las grandes instituciones religiosas que había en la zona. Hoy en día solo queda el testimonio de la iglesia de Sant Pere de les Puel·les.

Al sur, más cerca del mar, está el barrio de la Ribera, antigua Vilanova del Mar, presidido por la basílica de Santa Maria del Mar, centro de la vida señorial de la ciudad del siglo XIII al XIV.

El origen de los barrios

Estos barrios se fueron configurando a partir del momento en que Barcelona necesitó expandirse fuera del recinto romano. A partir del siglo XI, en torno al monasterio de Sant Pere de les Puel·les y de Santa Maria del Mar, que ejercían un dominio feudal sobre las tierras que los rodeaban, y a lo largo del Rec Comtal, se fue formando la nueva red urbana. Estos barrios no eran más que suburbios de la Barcelona romana de la parte este de la ciudad, que formó un conglomerado de barriadas que fueron creciendo hasta que las murallas las detuvieron. Las nuevas vías de los ramales de la ciudad romana se empezaron a poblar, y el Rec Comtal, curso de agua importante que entraba en la Barcelona vieja procedente del río Besòs, fue un foco de atracción de industrias textiles de prerrevolución industrial, que se instalaron en la zona.

En el extremo sur, la tradición marinera del barrio y de la Ribera formó una unidad que data del siglo X, en la que ya había un núcleo habitado extramuros cerca de la playa en torno a una iglesia llamada Santa Maria de les Arenes (hoy Santa Maria del Mar). Con el esplendor del comercio marítimo del siglo XIII, durante la época de Jaime I, el núcleo se fue consolidando y se concentraron la mayor parte de los oficios de la ciudad, como lo demuestra la toponimia (Espaseria, Mirallers, Agullers, Esparteria, Sombrerers, Abaixadors, Caputxes, etcétera) y algunos servicios básicos de la infraestructura urbana (mataderos, molinos, tintes, etcétera). El esplendor de este barrio se mantuvo hasta el descenso del tráfico comercial en el Mediterráneo en el siglo XVI. La situación se agravó con el derribo de medio barrio para construir la Ciudadela en 1714, ordenado por Felipe V. La zona renació después de la instalación del mercado del Born, en 1876.

La transformación del barrio

La edificación medieval se sustituyó a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las manufacturas de tejidos se instalaron en las calles de la zona y esta expansión creó una nueva demanda de mano de obra y vivienda. Con el tiempo, el crecimiento demográfico de la zona llegó a extremos increíbles y fue la causa de más de una epidemia. La desamortización de 1835 no liberó suelo para usos sociales, sino para la creación de casas fábrica. Como excepción, se creó el Mercado de Santa Caterina en 1848, hoy día totalmente remodelado por el equipo del arquitecto Enric Miralles. El derribo de las murallas y la realización del ensanche influyeron en la proletarización del barrio durante el siglo XIX. Eso supuso una compresión del barrio con la presencia de fábricas textiles, que, poco a poco, ante la falta de espacio, se fueron trasladando al Raval o fuera de las murallas. La creación del ensanche, como en otras ciudades de Europa, produjo un proceso de sustitución de los habitantes del casco antiguo, que pertenecían a la clase acomodada, por inmigrantes que ocupaban viviendas subdivididas, con una falta evidente de los servicios indispensables que, con el paso del tiempo, se deterioraron bastante. Muchas casas nobles fueron divididas para que las habitasen la gente obrera, con un empobrecimiento notable de las condiciones de vida. La calle de la Princesa se abrió en 1835 (iba de la plaza Nova a la calle del Comerç) en un intento de oxigenar la zona. Los actuales barrios de Sant Pere y Santa Caterina quedaron definitivamente separados, de manera transversal, del barrio de la Ribera, con realidades muy diferenciadas a norte y sur de esta calle.

Durante la Semana Trágica, en julio de 1909, se quemaron muchos edificios religiosos como forma de contestación popular y reflejo de las malas condiciones de vida del barrio. La situación sanitaria deficiente provocó, en 1914, en el conjunto de Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera, 310 muertes de tifus, el 5 % de todas las defunciones de Barcelona.

En la primera década del siglo XX hubo un acontecimiento primordial, el plan urbanístico que dio lugar a la construcción de la Vía Laietana; 2.199 viviendas se derribaron y 82 calles desaparecieron total o parcialmente con el coste social que todo ello supuso. La Vía Laietana supuso la ruptura de la unidad urbanística del centro histórico en dos mitades diferenciadas: por un lado, el barrio Gòtic, y, por el otro, el barrio de Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera.

La proximidad de la estación de Francia y del puerto atrajo a la mayoría de las personas que llegaban a Barcelona por el trabajo que generaban la Exposición Universal de 1929 y las obras del metro. En el año 1945, el 32,3 % de los habitantes del barrio eran inmigrados. La presencia de realquilados era abundante, y el barrio se convirtió en una de las zonas urbanas más densas de Europa. Las condiciones de las viviendas del barrio eran las peores de Barcelona. El chabolismo vertical y horizontal era moneda corriente y el hacinamiento de la población no empezó a disminuir hasta entrados los años sesenta del siglo XX. El esponjamiento propugnado desde la Administración —eje de la avenida de Cambó— en los años ochenta, con los planes de reforma interior, ha buscado un equilibrio en el viejo tejido urbano y la dignidad de la rehabilitación de las viviendas viejas y de sus habitantes.

El barrio hoy

Por otra parte, la Ribera vive, ahora, un resurgimiento como zona de ocio descubierta por artistas independientes y experimentales. Locales de noche, cuyos pioneros fueron Zeleste y Màgic, complementados por galerías de arte y anticuarios que se articulan en los alrededores de la calle de Montcada, hacen de la Ribera un barrio entregado a la especialización de servicios en el ocio.

Hoy día, la finalización del Mercado de Santa Caterina ha supuesto una aceleración económica del barrio que empieza a dar frutos. Por otro lado, el Ayuntamiento de Barcelona, por medio del Distrito de Ciutat Vella, presentó a la Generalitat de Catalunya una propuesta para que los barrios de Santa Caterina y Sant Pere se acogieran a la ley de barrios, áreas urbanas y villas que requieren una atención especial. La propuesta se aprobó y se benefició de un porcentaje del 50,076 % respecto del coste total, 14.616.000 euros, de las actuaciones previstas en el proyecto de intervención integral en los barrios de Santa Caterina y Sant Pere, que son las siguientes:

  • Mejora del espacio público y dotación de espacios verdes con la urbanización del Pou de la Figuera.
  • Rehabilitación de elementos comunes de los edificios privados.
  • Provisión de equipamientos para uso colectivo en el Pou de la Figuera, el Centro Cívico de Sant Agustí, el edificio de la Peña Cultural Barcelonesa y suelo para una residencia de personas mayores.
  • Fomento de la sostenibilidad del desarrollo urbano con la instalación de recogida neumática y un pequeño punto limpio.
  • Programas para la mejora social, urbanística y económica.

El área urbana que forman los barrios de Santa Caterina y Sant Pere incluye una superficie de 35,13 hectáreas, una población de unos 15.000 habitantes y un tejido residencial de 8.650 viviendas, aproximadamente.

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