Comercio

Los años de andadura de este restaurante lo convierten en un verdadero clásico. Inaugurado en 1982 por Mercè Navarro –cocinera autodidacta y perfeccionista, con la intuición de un paladar educado en el buen producto bien cocinado y el esfuerzo del aprendizaje meticuloso–, desde el primer día allí la premisa ha sido “cocinar con amor y honradez”. La ilusión de su alma mater de que cada plato fuese memorable la mantiene hoy su hijo Joan Crosas. En una sala elegante y una muy apetecible terraza-jardín interior, propone cocina tradicional catalana revisada para ajustarla a los gustos actuales, en convivencia con nuevos sabores. Los arroces –como el emblemático de “espardenyes” y alcachofa–, el bacalao, y otros pescados de lonja al horno, a la sal o a la brasa son siempre apuestas ganadoras. Menús con trufa y setas en temporada. 

Abierto en 2010 por una pareja que quiso crear el ambiente y la carta de un bar de tapas tradicional, como ellos lo entendían: divertido, dinámico y asequible. Y animando a los clientes a dejar su firma en la pared y formar parte de la gran familia de La Pepita. Desde entonces ofrecen, con la ilusión y la alegría intactas, tapas clásicas y otras reinventadas con gracia. Por ejemplo la Very Important Croquette de ibérico, la anchoa especial con dulce de leche, o la Pepita, su versión del pepito de ternera de toda la vida, al plato y para coronar con deliciosos toppings. Para beber, cócteles, sangría y vinos. Y al lado (C. Còrsega, 339), con la misma propuesta y estilo desenfadado que su hermana mayor, buena música y otra terraza, está La Mini Pepita, que acoge cenas grupales y fiestas privadas.

Este restaurante, con detalles decorativos propios de una casa de campo, se abastece de productos de calidad en los comercios de Gràcia (carnicerías, pescaderías, fruterías y obradores artesanales), para completar una auténtica propuesta de cocina de proximidad, literalmente de km 0, que combina la tradición con toques actuales, en una carta pensada para todos los bolsillos. Destacan las albóndigas con salsa de almendras, bolas de patata y cebollino, los mejillones al vapor con mojo rojo y el calamar sobre lecho de ajoaceite negro. Se incluyen opciones veganas como la hamburguesa de lentejas, chía y romesco, gazpacho en verano y bacalao a la llauna en invierno, y los postres reciben el nombre genérico de Momentos traviesos. El local es cálido y acogedor, de ambiente casual y con patio. Servicio simpático.

Fundado hace 53 años por Esteve Ros y actualmente regentado por tres de sus hijos, aquí se cumple con creces la definición de negocio familiar. Y además, este bar-restaurante está muy vinculado al barrio, pues es la sede de la Colla de Sant Medir. Entre semana, en un entorno auténtico que procura viajes en el tiempo, tienen menú de mediodía con platos caseros “preparados con pasión y servidos con amor”. Y también, tapeo clásico y largas listas de bocadillos fríos y calientes a escoger, entre ellos uno mítico –el de albóndigas–, o su especialidad, con atún en escabeche, pimiento rojo, anchoa y olivas rellenas. Por la mañana es buen lugar para un desayuno de tenedor –callos, pies de cerdo con ceps, tortilla de alcachofas, riñones al jerez…– o la pausa del café. Calçots en temporada. Siempre hay movimiento en Can Ros.

Tras formarse en, entre otras, la cocina de Can Fabes, y obtener 1 estrella Michelin en el restaurante Goust (París), el chef valenciano Juanen Benavent apostó por un espacio propio para seguir desarrollando su creatividad culinaria, y voilà Saó (sazón). En un entorno contemporáneo donde se cuidan los detalles, ofrece elaboraciones con productos estacionales de km 0 y adquiridos a pequeños productores. Propone los menús degustación Llavor –disponible de martes a viernes al mediodía–, Germinat y Arrels, todos con maridaje opcional de vinos del país, incluyendo ecológicos y naturales, y los dos primeros a completar si quieres con una selección de quesos artesanos. Las influencias francesas son evidentes en platos, además de sabrosos, visualmente armónicos.

Primero en su especie en Europa, Nüa es una experiencia gastronómica interactiva, de inspiración tecnológica. Su concepto “Smart Food Experience” va más allá de comer, ofreciendo la oportunidad de ojear la carta, hacer el pedido, pagar la cuenta y, atención, jugar a juegos como air ho-ckey, los topos, el cubo Rubik, ajedrez, memory u otros, así como estar al día de noticias, imprimir fotos o comprar merchandising y accesorios smart, a través de pantallas táctiles y ordenadores integrados en mesas inteligentes. El chef propone platos ligeros como pokes, tatakis, tartares y “smart food” (variedad de taquitos y de hummus, guacamole, croquetas, alitas de pollo…), postres y cócteles. Resulta idóneo para ir en familia, y admiten perros, a los que miman con amenities, comida específica natural, puntos de hidratación…

Taberna contemporánea creada, en sus inicios, con la idea de presentar las tapas en latas de conserva, en la actualidad, y con la incorporación de un nuevo chef y propietario, el concepto ha dado un giro hacia la cocina fusión, con detalles creativos que sorprenden y que cuentan, cada vez más, con la aprobación de los vecinos de Gràcia. El local permite escoger entre una barra dinámica y cálida al mismo tiempo, la acogedora sala principal o un íntimo reservado. La carta se divide en cinco apartados: Tentempiés, Sugerencias del chef, El frío frío –con elaboraciones como la burrata con tomates cherry confitados al limón y muesli–, El caliente caliente –caso de la sepia a su manera– y Lo más dulce –con postres como su cheese-cake con dulce de leche al Baileys–.

La sala la atiende, cercana, Roser, y en la cocina, Fabio y su equipo diseñan una propuesta gastronómica que danza entre la tradición y la vanguardia, con raíces locales e italianas, y profundizando, día tras día, en los frutos de la tierra y del mar y en las cocciones. En Agreste intentan ser fieles a los sabores genuinos y que cada ingrediente tenga su función en la composición del plato, creando sorprendentes armonías gustativas. Trabajan únicamente con productos frescos de temporada y muchos de proximidad, la mayor parte ecológicos, silvestres o salvajes, y algunos de cultivo propio. La sostenibilidad es su camino y su meta, y por ello forman parte del movimiento Slow Food. Si repasamos la carta, encontramos elaboraciones como el erizo de mar con salsa al café, la fregola sarda con gambas del Mediterráneo, la cebolla tierna al horno con pulpo a la plancha, mayonesa de pulpo y pimentón ahumado de la vera, y menta, o la perdiz en ligero escabeche con col. Lista de vinos muy detallada, con representación de caldos biodinámicos. Local acogedor, ocupa la cochera y sala de espera de la antigua estación de auto ómnibus de Vallcarca, y el otrora restaurante Casa Fausto. 

De ambiente acogedor, alegre e informal, otro reclamo es la terraza, con vistas al Arc de Triomf. Bar-restaurante idóneo para tomar un aperitivo y tapas como unas bravas, o comer, con servicio amable y atento, platillos elaborados con ingredientes frescos. Su carta, con ya clásicos como el Tepuy de berenjena, combina la gastronomía española (desde unos calamares a la andaluza a unas croquetas de jamón ibérico o unos huevos ecológicos estrellados) y la internacional (fish and chips, ceviche, steak tartar, hamburguesa de carne o vegana, risotto, pasta como los tagliatelle flameados en la mesa sobre una rueda de queso Parmigiano Reggiano), recetas de la cocina mexicana (nachos, tacos) y asiática (baos, tataki de salmón, teriyaki de pollo). Una propuesta gastronómica con la que todo el mundo se sentirá cómodo. Sirven menú al mediodía entre semana. 

Historia viva del Eixample Dret. Abierto en 1873, funcionó como casino hasta la dictadura de Primo de Rivera, que prohibió los juegos de azar. Devino entonces cervecería y después bulliciosa cafetería que, en 2021, fue traspasada por la familia propietaria al Grup Confiteria. Una rehabilitación respetuosa conservó la “pastera” –mesa octogonal en cuya ranura el crupier guardaba las fichas del bacará–, y reliquias modernistas.  Considerado local emblemático y establecimiento de interés, y convertido en bar-restaurante, con el chef del vecino Betlem al frente de la cocina, recibe con tapas clásicas reinterpretadas. Ciertos bocados parecen suscribir la expresión que se escucharía entre sus paredes 151 años atrás: “Hagan juego”. La ensaladilla rusa con ventresca y piparras se sirve en croissant, la bomba es de bacalao con romesco chipotle, las empanadillas están rellenas de butifarra negra y cebolla caramelizada con crema agria de hierbas, los huevos mimosa se acompañan de dados de atún rojo. Entre los platillos imprescindibles, el tartar de vaca con mostaza encurtida. Y para postre, una nueva versión de la tarta al whisky. Atiende el camarero Quim, con décadas de experiencia en el desaparecido Pitarra.