Comercio

Lleva ahí desde 1915 (aunque en la placa de la fachada indique 1928 como fecha de inauguración), así que podría hablar de cómo ha evolucionado el barrio. Se trata de toda una institución alojada en un edificio modernista, la Casa Vidal, cuyo almacén subterráneo sirvió de refugio antiaéreo durante la Guerra Civil. En otra época fue frecuentado por los trabajadores de la antigua fábrica de camiones Pegaso, y desde sus inicios ha estado abierto para satisfacer al vecindario. En la actualidad, sirve desayunos de tenedor, tapas como unas peculiares patatas bravas con guacamole picante, tomate y chili concassé, cebolla crocante y arena de aceitunas negras, el sandwich Versalles (jamón dulce, queso, huevo y ensalada), variedad de cocas de Folgueroles, y guisos de ayer, de hoy y de siempre. 

En 2012, después de haber pasado por las cocinas de varios restaurantes, Guillem y Maria consideraron que era el momento de plasmar lo que sabían en un proyecto propio. Y con mucha ilusión abrieron este bar de tapas de barrio y para el barrio, donde trabajan con ingredientes de calidad y proximidad, cocinados con técnicas actuales, respetando la tradición pero con guiños a la innovación. Además del tapeo con nombres de confianza –aceitunas rellenas de anchoa de L’Escala de El Xillu– y propuestas inhabituales para ese fin como las patatas reverdes y los buñuelos de bacalao con miel, tienen molletes, huevos estrellados y guisos, en su pizarra anuncian a diario platos fuera de carta –desde una flammkuchen, vieiras a la carbonara, morcilla de arroz con manzana– y cuentan con exitosos postres y un esmerado menú al mediodía.

Esta casa de comidas para llevar con algunas mesas respira Sant Andreu Comtal. Lo hace con el nombre, el logo (la tapa de olla que aparece la inspiró la cúpula de la iglesia del barrio) y la elección de proveedores. De lunes a viernes, para comer bien y bueno, ensaladas pensadas como plato único, que incluso puedes componer a tu gusto, pasta fresca, verdura al vapor, pescado a la plancha y una selección de recetas tradicionales. Y el fin de semana, la carta se amplía con propuestas de aquí y de allá: Pulpo de montaña, variedad de canelones, arroz de Pals con calamarcitos y gambas, risotto de ceps, ramen, gyozas, empanadas argentinas... Utilizan envases compostables para minimizar la generación de residuos y venden productos socialmente responsables. Servicio también a domicilio.

Su máxima: cocina modesta, pero honesta. Sus ingredientes: pasión y humildad. Y en la carta de este negocio familiar, tapas y platillos de siempre, 100% caseros y elaborados con productos de proximidad y calidad, la mayoría procedentes de comercios vecinos-amigos. Más de quince variedades de croquetas para chuparse los dedos –entre ellas una de butifarra de Burgos y pera caramelizada, la de ceps y foie o la de gambas y merluza–, la bomba de Sant Andreu, el pollo Pepe con salsa japonesa y su versión de Heüra, las tortillas de Charo en pincho, platos de cuchara como callos, albóndigas con chipirones… Y también, tablas de quesos y de embutidos para acompañar con una copa de vino, combinados de latas y packs vermut. Un local acogedor y un trato cercano y profesional consiguen hacerte sentir bien a gusto. 

Un bar-restaurante de toda la vida, recuperado para el barrio como casa de comidas por dos hermanos –Juli en la cocina y Susana en la sala–, donde prima el respeto por el producto y por el arte culinario catalán, puesto al día, y mediterráneo, junto a recetas intocables de la familia, co-mo el morro de bacalao con tomate frito, pasas y piñones de una abuela y los callos de otra. Guisos que funcionan como desayunos de tenedor –para rebañar  el plato con un pan ganador en 2023 del concurso Millor Pa de Pagès Català–, arroces como el de gamba de Palamós con sepia y allioli de azafrán, carnes a la piedra, y tapas como la ensaladilla de brandada, que presentan con dos rodajas de plátano macho frito, o las croquetas, de txangurro con mayonesa de Sriracha, Gruyère con mostaza antigua, pollo-jamón-ceps…

En una taberna neorrústica con barra y barriles para tapear, y salas decoradas con aperos de campo, cocina tradicional vasca y de mercado con excelentes productos y buen nivel a la hora de tratarlos. Su lema: “El secreto está en el origen”. Un equipo profesional y metódico, en busca siempre de la mejor calidad y el mejor servicio, se asegura de que los comensales salgan de allí con una sonrisa de lado a lado. No es para menos con su especialidad, un txuleton de aúpa, la espalda de lubina braseada a la donostiarra, las croquetas de queso Idiazabal y de bacalao de Alcorta, el katxopo relleno de Idiazabal y jamón ibérico, y tapas y pintxos: patatas bravas pamplonicas –únicas en Barcelona–, piparras de Ibarra fritas a la sal negra, cazuelita de txoricitos a la sidra… Y de postre, borracho de patxaran braseado con arándanos, goxua con nata y canela…

Situado a pocos metros de la Via Júlia, cautiva con su ambiente calmado y familiar, y su oda a la rica tradición culinaria mediterránea. Ofrece menú diario de lunes a viernes y el fin de semana, menú de arroces y sugerencias del día. Platos cuidadosamente elaborados y presentados, como los saquitos hojaldrados rellenos de carne mechada o un costillar a baja temperatura con salsa demi-glace. Para empezar, un aperitivo de cortesía, y para terminar, tentadores postres caseros. La calidad de los ingredientes de temporada, la creatividad a la hora de trabajarlos y una atención servicial se combinan para crear momentos memorables. Una buena opción que garantiza el disfrute tanto para comer rápido y sabroso en laborables como para una ocasión especial.

En el bar-restaurante de la escuela de cocina Cruïlla de Torre Baró, es el mismo alumnado el que se encarga de la gestión, cocinar, diseñar la carta y el menú diario y atender la sala, demostrando así las posibilidades de futuras generaciones de cocineros. Fundada en 2018, la Escola Cruïlla forma parte de la red estatal de Escuelas de Segundas Oportunidades, e impulsa la formación y ocupación de jóvenes en situación de vulnerabilidad y riesgo de exclusión social. Abierto a la ciudadanía, al vecindario y a la gente que trabaja en Ciutat Meridiana, de lunes a viernes se puede desayunar y comer, desde un bocadillo frío o caliente a elaboraciones con la compra del día como las acelgas a la mallorquina con huevo poché o el bacalao a la portuguesa con patatas confitadas.

Esta hamburguesería triunfa con una treintena de variedades, algunas inspiradas en películas, y el séptimo arte también caracteriza la decoración. La mayoría de burgers, en panes convencionales, de sabrosos colores o de croissant, admiten personalizaciones –se puede elegir la proteína entre ternera, vaca vieja, cerdo, pollo, plant-based…–, y existen opciones vegetarianas. La de la casa se sirve ahumada en cúpula. La carta, muy cinematográfica, se completa con tapas (patatas ‘bravamelizadas’, nachos con guacamole, tequeños, aros de cebolla, croquetas de jamón ibérico, bombas, jalapeños rellenos de queso, bocados veganos), ensaladas, hot dogs, sandwiches, cocas y tacos, y el local, con una terraza que deviene punto de encuentro. 

Un local cuidado con siete mesas –algunas altas–, y barra. Con cocina global, mestiza, que eso es lo que significa ‘chola’ en algunos países hispanohablantes. Convincentes platillos mediterráneos de toda la vida actualizados y con toques asiáticos y latinos, que cambian con las temporadas. Para vermuteo, comer con las manos, y compartir. Ejemplos de todo ello: torreznos de Ávila con patatas revolconas, saam de bacalao de Islandia con salsa de chile dulce, hummus de garbanzos al curry, berenjena glaseada con shiro-miso y escarcha de queso, taco de maíz azul de Oaxaca, oreja de cerdo frita estilo oriental marinada 24 h o un carpaccio de picanha madurada. Una grata sorpresa en la zona de Virrei Amat, de quien fue amante La Cholita, apelativo de la célebre actriz limeña y bella hedonista María Micaela Villegas y Hurtado de Mendoza.