Comercio

En el barrio de Sant Antoni desde 2016, esta coqueta bodeguita homenajea a “todas las mujeres que convierten sus fogones en un espectáculo”. Por ejemplo la bisabuela de la propietaria, y también su tocaya, la vedette Bella Dorita, que cerca de allí, en el Paral·lel, seducía a su público con otro arte igualmente fogoso. Su propuesta persigue hacernos recordar sabores, aromas y sensaciones quizá olvidadas, los de la auténtica cocina de mercado, esos platos de siempre en los que se respeta la excelencia de la materia prima. Apuestan por la sencillez, pero también disfrutan sorprendiendo, y por eso, las sugerencias del día varían con la temporada, trabajando los productos en su mejor momento. En la carta, tapas de cuchara y tenedor, que incluyen desde su propio jamón ibérico o quesos que no tiene nadie, a una aplaudida pluma a la brasa. Para beber, vermut, vino y cava.

Gastronómico con una estrella Michelin, integra ingredientes de despensas foráneas en el recetario mediterráneo. Al frente de esta propuesta ecléctica y viajera están el chef barcelonés Frank Beltri, que ha vivido en Londres e Indonesia, y el mexicano residente en la ciudad Nico de la Vega, que se conocieron quince días antes de abrir el restaurante y hoy son grandes amigos. Amantes de los sabores muy potentes, de los picantes y de la acidez bien equilibrada, firman un discurso basado en productos marinos y vegetales, disponen de dos menús degustación con sus correspondientes maridajes, y dinamizan la experiencia con disciplina, técnica y mucha creatividad. A la cocina vista se asoman dos barras, pensadas para parejas, y la mesa del chef, la más divertida para reservar en grupo, seguidas de una sala. 

Mismo nombre para dos conceptos distintos, que permiten escoger entre tapas y platillos cuidados, y hamburguesas gourmet maridadas con cervezas artesanas y especiales. El propietario, tras más de veinte años en el sector de la restauración, decidió emprender un proyecto personal en 2017. En 2020 inauguró el segundo, pero al forzar la pandemia su cierre temporal, presentó una carta de hamburguesas para llevar. En 2021, el primer local se convirtió en hamburguesería. En La Gastronómica de Calàbria animan a probar platos para compartir como el pulpo, o la icónica costilla de cerdo Duroc. La barra que discurre junto a la cocina abierta permite seguir en primera fila el proceso de elaboración. En La Gastronómica de Vilamarí, proponen burgers con carne de vaca madurada, costilla desmechada, pollo y la vegana casera de lentejas pardinas.

“Quedem a Els Ocellets!” (¡Quedamos en Els Ocellets!) gritaban unos niños del barrio de Sant Antoni en los 70. La cita: en el bar Los Pajaritos. Mientras esperaban a sus amigos, los chicos contemplaban, entre admirados y divertidos, con la nariz pegada al ventanal, al “señor de los 8 brazos”. El espectáculo lo ofrecía un camarero que manipulaba él solo y con brío los ocho tiradores de la máquina de café. Uno de esos muchachos abriría Els Ocellets allí mismo en 1984. Su estilo acogedor favoreció la presencia de artistas, intelectuales y deportistas sentados a sus mesas, ayudando a conformar un ambiente singular, que no varió tras la reforma de 2005, y pervive en la actualidad, cuando continúa siendo punto de encuentro de vecinos y bohemios. Cocina catalano-mediterránea, con más de un homenaje a platos de Can Lluís, fundado por su abuelo en 1929. Postres inusitados. 

Una nueva función gastronómica tiene lugar en el otrora Tickets de Albert Adrià. El chef Oliver Peña, tras estar al frente de Enigma y 41º Experience, y de la mano del Grupo RiasKru, presenta, en un entorno singular, una experiencia sorprendente y divertida en forma de pequeños bocados para comer con las manos, que llevan el tapeo tradicional un paso más allá. Tapas modernas y creativas, fruto del bagaje personal y del dominio técnico de su artífice, tanto para picar algo extraordinario como para darte un festival. El espectáculo puede ser a la carta o confeccionado a medida, la llamada Selección Sorpresa. Y una vez finalizados todos los actos (Fingerfood, Ostras, Fríos, Calientes, Escenas épicas y Epílogos dulces), no hay que abandonar el local sin descubrir lo que sucede detrás del escenario, en Backstage Cocktails & Snacks. 

Más que un club y más que un bar. Inspirados por las tabernas de pescadores de Ciutadella, donde se puede comer hasta tarde, dos amigos, que habían trabajado en el sector de la alta cocina como camarero y cocinero, decidieron dar alas a su propio proyecto: un local con la esencia de los bares de antes, nada elitista, con una carta inclusiva, atenta a distintas preferencias y necesidades alimenticias, e interesado en difundir la gastronomía de Menorca, entonces sin representación en Barcelona. En su minuta tienen cabida desde tablas de quesos y embutidos isleños a una ensaladilla vegana, mejillones con mantequilla y salvia, un trinxat con cuixot (especie de bull negro que elabora una familiar) y “pilotes” con salsa de tomate, que acompañar con unas cervezas bien tiradas. Pero Cal Soci es, ante todo, un bar de encuentro del barrio de Sant Antoni, para sentirse como en casa. 

Situado al lado del Mercat de La Concepció, destaca, entre otras cosas, por la gestión consciente y comprometida con el planeta que hace del agua que consume y de los residuos que genera. Fundado en 1950 pero con nuevos propietarios e interior desde 2020, ha devenido un imprescindible del Eixample y de la ciudad. Un secreto a voces que llegó a oídos de habituales como Bigas Luna, Pepe Rubianes, Ovidi Montllor o José Luis López Vázquez. En sus orígenes funcionó como casa de comidas que, con desayunos de tenedor, alimentaba a la gente de la contigua plaza de abastos. Y después, como restaurante que reconoció el valor, respetó y sacó partido al producto fresco y de temporada que tenía tan a mano. De ahí que hoy, en su carta digital, indiquen las paradas de La Concepció y los proveedores con nombre y apellido donde adquieren ciertos ingredientes para su cocina de mercado, arraigada en la tradición pero con gusto por la “transformación”. Canelones de la yaya Pepi, arroces, manitas de cerdo, bacalao confitado a la muselina de estragón, panalena mallorquina (deconstrucción de berenjena a la brasa con sobrasada, papada ibérica y miel), flan casero de huevo con nata montada… Tranquila terraza sobre una vía peatonal. Abre todos los días.

Restaurante pionero en Barcelona en servir sushi vegano y con una propuesta 100% vegetal, se inspira en Asia, y proporciona una experiencia sabrosa, saludable y atractiva tanto para veganos y vegetarianos como para gente curiosa e interesada en abrir sus horizontes gastronómicos. El punto de partida: que los productos que trabaje el chef hayan tenido una raíz. Piensan que la comida vegana debe ser más rica que la convencional, y su carta, que cambia cada mes, reúne platos creativos, ligeros y energizantes. Unas palomitas de coliflor con shichimi togarashi y allioli; un festival de sushi elaborado con frutas, verduras, especias, setas, wakame, Heüra, queso de anacardos o arroz con quinoa negra; un ramen miso, un pad Thai o un bao con bambú marinado y cebolla encurtida, y para terminar un postre como la tarta de limón deconstruida. Existen dos menús degustación que igualmente invitan a disfrutar de esta filosofía que promueve un cambio apetecible y responsable en la dieta, porque en Roots & Rolls el placer culinario y la sostenibilidad van de la mano. Para beber, cócteles plant-based y clásicos. Cuenta con sala privada, y admiten perros, a los que dan la bienvenida con snacks veganos.

El restaurante más antiguo de Barcelona, inaugurado en 1786, es el mejor ejemplo de que la buena cocina tradicional perdura en el tiempo. Lo fundó Joaquim Pujol y se especializó en chocolatería hasta que en 1890 lo compró la familia Regàs, y desde entonces ha servido platos típicos: canelones, espinacas con jamón, pasas y piñones, butifarra con seques, civet de jabalí, crema catalana… El buen comer y los “sopars de duro” de principios del siglo XX le dieron mucho 
renombre. Pero vivió momentos difíciles después de la Guerra Civil, cuando los Regàs lo traspasaron al gremio de hosteleros y cocineros. Sisco Agut –que había trabajado durante años con su tío y maestro Agustí en Ca l’Agut– y Sussi Manubens empezaron a regentarlo en 1958, un poco venido a menos, pero consiguieron que volviese a ser reconocido por aquello que le caracterizaba y le sigue caracterizando hoy: comer bien a buen precio. El secreto de permanencia de Can Culleretes es doble: el aire familiar del establecimiento y el esfuerzo de tres generaciones de Agut-Manubens. Actualmente las hermanas Montserrat y Alícia son copropietarias del local, donde también trabajan los cinco nietos de Sisco y el marido de Alícia.

Este templo gastronómico abrió en 1970 en el Raval, como restaurante de cocina de mercado catalano-mediterránea, siendo el producto de temporada el protagonista de sus platos. Para su fundador Isidre Gironès, tenía tanta importancia que, por la mañana a las 8, de lunes a sábado, durante más de cincuenta años, fue a La Boqueria en busca de los mejores ingredientes estacionales. El saber hacer de Isidre y de su esposa Montserrat Salvó convirtieron Ca l’Isidre en un referente de Barcelona, al tiempo que les valió la fidelidad de su clientela. A sus mesas se han sentado multitud de caras conocidas, Woody Allen por ejemplo, disfrutando de los que probablemente sean los mejores callos de la ciudad. La carta, no obstante, reúne otros manjares hoy clásicos de la casa como los sesos de cordero a la mantequilla negra con alcaparras y el morro de bacalao a la llauna con judías de Santa Pau. Y la de vinos, alrededor de 200 etiquetas. En 2017, su hija Núria, que había compaginado los estudios de Gestión Hotelera con el trabajo en el negocio familiar, se hizo cargo de la dirección, y aportó una perspectiva contemporánea respetando su identidad. En esa misma fecha se distinguió al restaurante con el Premio Nacional de Gastronomía de la Acadèmia Catalana de Gastronomia i Nutrició.