Comercio

Referente de la cocina vasca en el barrio del Born. De su parrilla salen cada día excepcionales txuletones de vaca vieja –cuyos cortes madurados se muestran en el escaparate–, y pescado fresco que llega, sin intermediarios, de puertos de Euskadi y de la vecina lonja de la Barceloneta. Trabajan también con productos de temporada como las alubias de Tolosa, y pochas, alcachofas y verduras ecológicas de sus propios huertos, que presentan con la justa elaboración, sin sofisticaciones. Su barra de pintxos donostiarras es una de las más animadas de la ciudad. Pertenece al Grupo del mismo nombre, fundado en 1996 con la voluntad de buscar las raíces gastronómicas y ofrecer propuestas de alta calidad, sólidas y auténticas. Un proyecto que con el tiempo, y sin alejarse de esta filosofía, ha abrazado otras culturas culinarias, como la mexicana y la japonesa. 

Norai es el término que designa, en catalán, a la pieza de hierro ubicada en el muelle para amarrar los barcos. Y también es el nombre del restaurante-cafetería del Museu Marítim de Barcelona. Siendo su objetivo difundir la cultura gastronómica marinera, se pueden degustar platos de pescado en un entorno interesante y privilegiado: las Atarazanas Reales. Y además, contribuir a un proyecto social y formativo, que cada año permite el acceso al mercado laboral a personas del barrio del Raval en situación de vulnerabilidad. De lunes a domingo, cuenta con un menú de mediodía que consta de primero, segundo y postre, con tres opciones a escoger en cada caso. Entre los segundos siempre hay dos elaboraciones con pescado de proximidad (merluza, caballa, sardina, boquerón, dorada, lubina…) y una de carne. Y por la noche, existe la posibilidad de organizar cenas para grupos de un mínimo de 30 personas, con un menú cerrado.

Restaurante vasco, dirigido desde 2010 por la tercera generación de la familia que lo fundó. Con arraigo en el Barri Gòtic desde 1954, se trata de un local con arcos, vigas de madera, y lámparas que son damajuanas y cestas. Ambiente informal y, en su decoración, referencias a la pelota vasca y detalles rurales como los aperos de labranza. La carta aúna tapeo tradicional y platos sin florituras hechos al momento, a precios económicos. Patatas bravas, caracoles, callos, albóndigas con tomate, revuelto de champiñones, ajos tiernos y pimientos, huevos estrellados con txistorra, tortillas, cocido, costilla de cerdo caramelizada, butifarra con setas en salsa de vino para mojar pan, chuletón, cachopo, bacalao de múltiples maneras… De postre, goxua. Patxaran casero. Asequible menú de mediodía en la zona.

Esta taberna gastronómica de la Barceloneta –barrio también conocido popularmente como “L’Òstia”– pertenece a la tercera generación de una familia que en los años veinte del siglo pasado abrió, en la misma zona, La Bombeta. Tientan al comensal con tapas y platos tradicionales para saborear el mediterráneo en compañía, esa es su “tapasofía”. Elaborados partiendo de productos frescos y de proximidad, como las hortalizas, hierbas aromáticas y frutas de su propio huerto, entre sus clásicos están la bomba de la Pepa, la rusa de la Barceloneta, los calamares a la romana, el parmentier con foie, yema de huevo y trufa, y la costilla de cerdo a baja temperatura. Y para disfrutar al máximo nivel, brindan una selección de cien vinos, cada uno escogido con mimo, y algunos por el sommelier Agustí Peris. Decorado por Estrella Salietti, cuenta con tres salas privadas, barra y terraza.

Desde 1890 en el Raval como Antiga Fonda Navarro, y a partir de 1940 como Ca l’Estevet, casa de comidas también conocida como “La Mariona”, en referencia a la hija del entonces propietario –cambió de manos en 2010–, que atendía a la clientela con gracia y desparpajo. Un referente de calidad y cocina catalana, que ha situado tradición y producto en primer plano, y que además actúa como aglutinador de la gente del barrio y de personalidades. Y ahí sigue la mesa del fondo, un semiprivado que, cuentan, solían “tomar al asalto o bajo consigna”, figuras significadas de la época de la Gauche Divine. Platos estrella como la escudella, los muy solicitados caracoles con sal, pimienta y tomillo, los canónicos canelones, los macarrones gratinados, los sesos a la romana, el pato del Lluçanès a la naranja, las albóndigas con sepia y gambas o el fricandó le han valido numerosos parroquianos. 

Concepto innovador de restaurante “fast-fine”, que recupera la tradición de la cocción a l’ast y el cava, iniciada en 1962 por Joan Casas, abuelo del propietario, en la rosticería Kikiriki de Barcelona. Acompañadas de vino espumoso en copa Pompadour, el pollo y otras carnes de proximidad (cerdo y cordero), asadas a la vista, se sirven al plato, pero también en sandwich o ensalada –esos repertorios incluyen además salmón ahumado y calabaza asada–. Por otro lado, las burbujas –cava, Corpinnat y champagne– han sido escogidas por sommeliers para que mariden perfectamente con las viandas, y un par se pueden pedir a copas. Ofrecen variedad de tapas y platillos para compartir –por ejemplo croquetas y canelones del ave en cuestión–, y postres como la piña a l’ast con crema catalana quemada y ralladura de lima, en un entorno contemporáneo del barrio del Born.

Un restaurante centenario, que abrió “para dar de comer y restaurar” a los clientes, con la quinta generación ya al mando, y el mismo objetivo de siempre: que la gente salga satisfecha y piense en volver. Lo logran poniendo cariño y ganas, trabajando con productos de km 0 y de pequeños productores. Pescado fresco de barca, vegetales de temporada de la huerta, cervezas artesanas, vinos ancestrales, vermut de la casa. Platos estrella: los de bacalao, que ofrecen en tres versiones. Su historia se remonta a 1920, un año después del fallecimiento del bisabuelo, cuando su viuda, con ocho hijos que sacar adelante, y en una época en la que la mujer no estaba emancipada, empeñó todo lo que tenía, traspasando la lechería-vivienda familiar y firmando pagarés por cinco años, para fundar, en 1924, La Posada de La Estrella. 

Han cumplido una década en el barrio, con su cocina italiana “de la mamma” y también, organizando actividades de cohesión social y deviniendo punto de encuentro de los vecinos y trabajadores de la zona. No en vano consideran que las barras de los bares tienen el poder de atraer historias y a almas inquietas. En su caso, algo tendrán que ver los aperitivos que sirven –el más pedido es el Spritz, pero en la carta figuran otras opciones como el Negroni y el vermut Carpano–, la tabla Turbo de embutidos y quesos, los panini –por ejemplo el Carrera de porchetta, scamorza affumicata y mayonesa, o el Alfa Spider de berenjena, burrata y pesto casero–, la lasaña boloñesa, las albóndigas en salsa de tomate y el tiramisù. Sin olvidar la terraza para vermutear o tomar unas cervezas, los vinos y el café italianos, la música en directo y el trato amigable. 

Una de las criaturas de Familia La Ancha, saga con restaurantes en Madrid y Barcelona. Fismuler, que nació en la capital y después se alojó en el hotel REC de la Ciudad Condal, es una casa de comidas moderna. La suya es una propuesta gastronómica difícil de clasificar pero con fondo, camuflado entre buen rollo, estética y amabilidad. La carta se compone de elaboraciones reconocibles pero con mucha técnica y reflexión detrás. Platos fijos y de temporada, raciones para compartir, sabores memorables basados en productos naturales de km 0. Hay que probar la original tortilla de merluza a la koskera, la dorada semicurada con almendra y uva, el escalope con huevo y trufa, el cordero pré salé con hummus, yogur y remolacha, y la tarta de queso. En lo que respecta a la bebida, vinos que es posible pedir a copas, jarras de rebujito y limonada caseros, café infusionado, y siguiendo la filosofía “anís+endrinas=patxaran”, destilados que maceran con ingredientes estacionales. Ambiente cosmopolita, mezcla de público foráneo y local, que sabe que allí se come de maravilla. Música en directo cada noche. Fismuler se traduce como “molino de pez” en alemán, aunque lo inspiró un establecimiento vienés especializado en escalopes. 

Situado en un edificio histórico del Raval, construido en 1877 por el célebre arquitecto valenciano Rafael Guastavino, y conocido como Casa de Vecinos Ramón Mumbrú. En verano la fachada se abre a la calle, creando dos agradables terrazas semi-cubiertas. Ofrece tapas, platillos y platos de cocina mediterránea de mercado y catalana con toques internacionales, 100% sin gluten, que colman las expectativas tanto si eres celíaco como si no, elaborados con productos frescos de temporada. Cuenta con menú al mediodía diferente durante toda la semana y carta por la noche, con enunciados como Croquetas, Buñuelos de bacalao con emulsión de miel y lima, Patatas panaderas con queso Appenzeller fundido, Fingers crujientes de pollo con chutney de mango, Garbanzos al curry con verduritas y leche de coco, Timbal de salmón ahumado, aceite de eneldo y aguacate fresco, Carpaccio de calabacín con queso fresco, miel y almendras tostadas, Risotto de ceps y parmesano, Lingote de cordero lechal con su salsa demi-glacé, Burger con todo… El personal recibe formación continuada sobre intolerancias, y trabajan en colaboración con la Associació de Celíacs de Catalunya. En 2014, el nuevo propietario de En Ville, padre de  un hijo celíaco, cambió su orientación con el objetivo de que todos comieran a gusto.