“Si en las aulas no se toma partido claramente a favor de la democracia, la justicia y la igualdad, se está permitiendo el avance de los discursos autoritarios”

Enrique Díez Gutiérrez es doctor en Ciencias de la Educación y profesor titular de la Universidad de León. Comprometido con una visión crítica y transformadora de la educación, es una de las voces más activas en la defensa de la escuela pública, la igualdad de oportunidades y la pedagogía como herramienta de justicia social. Además de la labor docente e investigadora, ha participado en numerosos movimientos sociales y colectivos educativos, desde donde promueve una educación inclusiva, democrática y arraigada en el territorio.

 

¿Por qué la escuela es un pilar fundamental en la defensa de la democracia o por qué debería serlo?

La escuela es un elemento crucial porque por ella pasa toda la población durante aproximadamente diez años. Esto la convierte en el espacio idóneo para trabajar con las nuevas generaciones la formación de una ciudadanía comprometida, capaz de transformar la sociedad hacia el incremento de la justicia y el bien común. Necesitamos que toda la sociedad participe en este proceso porque el espacio social es siempre educativo.

¿El sistema educativo actual en España está suficientemente orientado a este objetivo de formar ciudadanos críticos y comprometidos con la comunidad?

En teoría sí, pero, a la práctica, no. Hay muchas presiones, especialmente en secundaria y en bachillerato, con temarios a menudo inalcanzables, repetitivos o descontextualizados, que no conectan con la realidad vital del alumnado. En lugar de centrarnos en temas fundamentales como la democracia, la ecología o la educación afectivo-sexual, el sistema prioriza cuestiones instrumentales como las matemáticas o el conocimiento del medio sin un sentido claro. Si, en lugar de asignaturas tradicionales, estructuráramos el aprendizaje en torno a problemas sociales relevantes, el alumnado entendería mejor la finalidad de su educación y se sentiría más implicado. La educación debe ayudar a entender la vida, a comprenderla y a mejorarla.

¿Cómo pueden los docentes fomentar el pensamiento crítico y la participación democrática en las aulas?

Lo primero que hay que hacer es permitir que el alumnado participe activamente en la toma de decisiones, que ejerza la democracia. Los consejos escolares, que deberían ser órganos de participación reales, a menudo son meras formalidades donde las decisiones ya están tomadas de antemano. Es fundamental que los chicos y chicas sientan que sus opiniones y decisiones cuentan. La escuela debe ser un espacio de entrenamiento para la democracia, donde se puedan cometer errores y aprender sin grandes consecuencias. Si la participación es meramente formal, los estudiantes percibirán la democracia como algo inútil y ficticio.

¿Qué estrategias utiliza la extrema derecha para influir en el sistema educativo?

La extrema derecha se ha organizado en lo que podríamos llamar una internacional reaccionaria o una internacional neofascista. Establece los mismos patrones en todas partes, los reproduce y los mimetiza. Son patrones dirigidos a la emoción, no a la razón; son discursos vacíos de contenido, pero llamativos. En la educación utilizan el relato del adoctrinamiento, con el que acusan a los demás de lo que ellos mismos hacen. Todo lo que no sea su ideología es adoctrinamiento. También introducen símbolos patrióticos y religiosos en las escuelas y, en el caso español, fomentan la caza y los toros como parte de la identidad nacional. Todo ello contribuye a una educación alineada con sus valores ultraconservadores.

¿El sistema educativo actual fomenta la colaboración o refuerza la competitividad?

El sistema educativo está estructurado en torno a la competencia. La evaluación se basa en premiar a quienes obtienen las mejores notas, se publican clasificaciones de colegios y la sociedad refuerza constantemente la idea de que hay que competir para ser el mejor. Incluso en el deporte escolar, siempre hay ganadores y perdedores. Esto inculca la idea de que la única manera de triunfar en la vida es superar a los demás en lugar de cooperar con ellos. Lo que estamos enseñando es que la única forma de realizarse como ser humano es competir, ganar más, tener más, consumir más.

En los últimos años hemos visto proliferar los discursos meritocráticos que, en el ámbito escolar, culpabilizan siempre al estudiante de su fracaso académico. ¿Cómo pueden los centros educativos contrarrestar estos discursos?

Es fundamental desmontar la idea de que el éxito o el fracaso escolar dependen únicamente del esfuerzo individual. La extrema derecha ha incorporado el neoliberalismo a su ideología, promoviendo el emprendimiento como elemento central y responsabilizando al individuo de su situación. Introduciendo el emprendimiento en la educación, hacemos que los chicos y chicas aprendan las reglas del capitalismo: que la forma de relación entre los seres humanos es vender y explotar al otro y conseguir beneficios en esta relación. Para contrarrestar este discurso, los docentes deben fomentar el análisis crítico de estas narrativas y visibilizar los factores socioeconómicos que influyen en el abandono y el fracaso escolar.

¿Cuáles son los peligros de una supuesta neutralidad en la educación frente a los discursos autoritarios?
La educación nunca es neutral. Quienes afirman ser neutrales en realidad están sosteniendo el statu quo, que perpetúa las desigualdades. Como decía Paulo Freire, la educación es política porque se preocupa por el bien común. Si en las aulas no se toma partido claramente a favor de la democracia, la justicia y la igualdad, se está permitiendo el avance de los discursos autoritarios. Como advertía Martin Luther King, no solo nos arrepentiremos de las malas acciones de la gente mala, sino del silencio de la gente buena.

¿Qué papel tiene, pues, la educación en la prevención de los discursos de odio?

La escuela es la única institución pública con capacidad para dotar al alumnado de herramientas para cuestionar los discursos de odio. Sin embargo, no puede depender solo de un docente aislado, ya que el agotamiento es inevitable. Debe ser una estrategia conjunta de todo el claustro y abordar estos temas en todas las materias. Un problema de matemáticas puede servir para analizar la brecha salarial de género, por ejemplo. La pedagogía antifascista debe ser un compromiso colectivo.

¿Qué se puede hacer desde la escuela ante el auge de la extrema derecha entre los jóvenes?
Como decía, pienso que, en lugar de centrarse en aspectos formales del lenguaje o en ejercicios mecánicos, debería analizar los discursos que circulan en las redes sociales, cómo funcionan los discursos de odio y cómo se han mantenido ciertas ideologías dentro de la sociedad. En España, la democracia se construyó sin una ruptura real con el franquismo, lo que ha permitido que ciertos discursos continúen presentes. El alumnado debe conocer esta historia para poder comprender mejor el presente.

¿Qué medidas serían necesarias para garantizar una educación pública equitativa e inclusiva?
Se necesita voluntad política. La medida más eficaz sería la eliminación de los conciertos educativos, ya que son el factor principal de segregación en el país. Cuando se habla de la existencia de dos Españas, es una realidad palpable, y los conciertos educativos tienen un papel clave. Estos centros pueden adoptar una ideología y una orientación política propia determinada por el propietario de la empresa que los gestiona. Esto influye en la selección del profesorado, los materiales utilizados, los contenidos impartidos e, incluso, en la elección del alumnado y sus familias. Actualmente, el 63 % de estos centros están en manos de la jerarquía católica más integrista, mientras que otros pertenecen a fondos buitres y grandes empresas. Como consecuencia, se están formando futuras generaciones bajo un modelo educativo alineado con una visión cercana a la extrema derecha.

Los recursos que se invierten en los conciertos educativos deberían ir destinados a la educación pública. Hay que reducir las ratios a quince alumnos por clase para conseguir una enseñanza más inclusiva y eficaz. Se trata de que la escuela pueda garantizar una educación equitativa para todos, independientemente del origen socioeconómico.

¿Qué cambios son necesarios para que la escuela pueda convertirse en un agente activo de transformación social en su entorno?

La escuela debe convertirse en un punto de referencia dentro de su entorno, un espacio de intercambio bidireccional: que sus proyectos y trabajos tengan un impacto real en la comunidad y, al mismo tiempo, permitan la participación de movimientos sociales, sindicatos, colectivos juveniles y otros actores.

En lugar de ver la llegada de personas migrantes como un problema, debemos preguntarnos: ¿qué oportunidad nos brinda? Nuevas lenguas, conocimientos musicales, diferentes formas de trabajar y de relacionarse… La diversidad es un valor. Del mismo modo, la colaboración con el entorno es fundamental. Si hay un huerto urbano, ¿por qué no integrarlo en la enseñanza? Si hay una residencia de personas mayores, ¿por qué no promover proyectos intergeneracionales en los que las personas mayores compartan su memoria histórica y puedan explicar cómo vivieron la guerra y la posguerra?

Estas iniciativas ya existen, pero son impulsadas por pocos docentes y comunidades educativas, muchas veces presionados por un currículo rígido y una inspección que impone un temario estructurado. Es necesario un cambio de mentalidad en la administración educativa: el profesorado debe tener autonomía para diseñar proyectos que no solo sirvan al mercado laboral, sino que contribuyan al desarrollo integral de las personas y de la comunidad.

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