El confinamiento durante el estallido de la pandemia y su impacto en la vida social nos han acercado a un fenómeno hasta ahora desconocido para muchas personas: la soledad no deseada.
La soledad no deseada es un sentimiento subjetivo que se da cuando las relaciones que tiene una persona no son suficientes o no son las que desearía. De hecho, ha sido definida a lo largo de los últimos años como una pandemia silenciosa y creciente que tiene impacto en la salud pública. Los efectos que el sentirse aislado tiene sobre el estado de salud están siendo cada vez más documentadas en la literatura científica, relacionándose directamente con una “hiperfrecuentación” de los servicios médicos o en el incremento de la medicalización de las personas (especialmente entre las mayores de 65 años).
La falta de interacción comporta también un menor acceso a las redes informales de apoyo del entorno, hecho que puede incrementar la vulnerabilidad social de las personas y derivar en una mayor demanda de recursos de los servicios sociales.
La soledad puede perjudicar la salud
La percepción de soledad se asocia directamente a un peor estado de salud, en general un mayor riesgo de hipertensión, problemas de salud mental (como depresión y suicidio) o una mayor probabilidad de llevar a término conductas perjudiciales a la salud, como el consumo de tabaco, menores niveles de actividad física o más obesidad. De hecho, el informe realizado por la Comisión Jo Cox del Parlamento Británico definió la soledad como una condición crónica tan nociva para las personas como el hecho de fumar 15 cigarrillos al día.
En el extremo contrario, puede apreciarse que cuánto mayor es la red de contactos de una persona, mejor es su estado de ánimo y de salud y, por lo tanto, mayor es su percepción de calidad de vida. Ésta es la principal razón de ser del proyecto Radars, que persigue dos objetivos generales: luchar contra la soledad no deseada y detectar y prevenir sus riesgos. Los objetivos se materializan gracias al trabajo corresponsable con la comunidad, promoviendo que las personas mayores generen nuevos vínculos.
En este sentido, el contexto de la covid-19 ha dejado bien clara la importancia de Radares en el acompañamiento emocional, la detección de situaciones de riesgo y la cobertura de las necesidades básicas de las personas mayores de la ciudad de Barcelona, visualizando, que, ahora más que nunca, el proyecto resulta indispensable en la lucha contra la soledad de las personas mayores.
El trabajo para expandir las redes relacionales de las personas, sin embargo, no tendría que ser una línea de trabajo únicamente en aquellos casos en que se detecta soledad no deseada, si no que tendría que trabajarse en todo momento desde una óptica preventiva. El hecho de incrementar las redes relacionales de las personas permite que no sean tan sensibles a los cambios que pueda haber a su alrededor (como por ejemplo, el ingreso en residencia de la pareja, o la pérdida por defunción o deterioro cognitivo de algún miembro de su círculo próximo). En todo caso, si se producen estos cambios, la participación en Radars (ya sea como persona voluntaria o como usuaria) facilita que su detección sea muy rápida, permitiendo una capacidad de respuesta y apoyo inmediata.