¿La soledad es una buena compañera de viaje a mi vida?

¿La soledad es una buena compañera de viaje a mi vida?

02/12/2021 - 13:39

Artículo de Montserrat Celdrán sobre la necesidad de incoporar la vivencia de la soledad

Montserrat Celdrán, Doctora en Psicología especializada en psicología del desarrollo y soledad, plantea en este artículo la necesidad de incoporar la vivencia de la soledad como un eje en el acompañamiento de las transiciones vitales.

¿LA SOLEDAD ES UNA BUENA COMPAÑERA DE VIAJE EN MI VIDA?

Párate un momento y piensa: ¿te sientes solo? No es una pregunta sencilla de contestar y tampoco de hacérsela a alguien de nuestro entorno. En parte porque no deja de ser una evaluación que hagamos sobre nosotros mismos: ¿por qué no tengo las relaciones que querría? En parte porque la pregunta cuestiona cómo el entorno nos trata. Por ejemplo, ¿cómo nos sentiríamos como padres si nuestro hijo adolescente nos dice que se siente solo? ¿Nos sentiríamos culpables? En este escrito hablaremos de la presencia de la soledad a lo largo de la vida, de sus efectos negativos en nuestro bienestar, así como también de la importancia de su presencia en algunos momentos importantes de nuestra vida.

La necesidad psicológica de relacionarnos

Aunque la vida no se contempla de la misma manera según la edad que se tenga, hay autores que consideran que nuestras necesidades psicológicas no varían. Ryan y Deci las resumen en tres1: autonomía (ser capaz de tomar las decisiones por uno mismo), competencia (sentirse hábil y capaz de llevar a cabo actividades importantes para la persona) y necesidad de relacionarnos. La compleción de estas necesidades está íntimamente relacionada con nuestro sentimiento de bienestar, de sentirnos bien con nosotros mismos y con nuestro entorno.

La soledad nos preocupa porque aquella que sentimos como no deseada merma nuestra necesidad psicológica de relacionarnos, de poder tener vínculos significativos con nuestro entorno. Relacionarnos es la base de nuestros aprendizajes, de nuestras memorias y de nuestra identidad.

Aunque la soledad no deseada está presente a lo largo de toda la vida, hay dos momentos evolutivos que han interesado especialmente a la investigación en cuanto a las consecuencias negativas de esta soledad: uno es la adolescencia, y el otro, el proceso de envejecimiento. Justamente en estas franjas evolutivas se muestra en su forma más intensa la importancia de nuestras relaciones sociales para nuestro bienestar. En el adolescente podemos destacar cómo la relación con sus amigos marca el poder sentirse parte de un grupo, que lo ayuda en la búsqueda de su identidad y le permite poder explorar y experimentar en esos años. En el proceso de envejecimiento, observamos las consecuencias que puede tener para la persona la pérdida significativa de personas de su entorno, como pueden ser su pareja o sus amigos más íntimos. Esta pérdida condiciona las posibilidades de conversación íntima y de intercambio de afectos. Al mismo tiempo, limita a la persona mayor la compleción de proyectos vitales que sean importantes para ella y que quizás tenía planificados con personas que ya han muerto.

La importancia de las transiciones vitales

Pero ¿son la adolescencia o el envejecimiento procesos vitales en los que nos tenemos que sentir solos? No especialmente. Toda nuestra vida está repleta de momentos vitales que pueden causar ese sentimiento de soledad no deseada. De hecho, hay estudios que nos explican que es en torno a estos cambios vitales o transiciones vitales donde hay un pico en nuestro sentimiento de soledad. Es decir, que nuestro sentimiento de soledad aumenta justo al producirse ese momento vital2 (véase la tabla 1). ¿Por qué se produce este hecho? Precisamente las transiciones vitales implican una adaptación personal y social del individuo a un nuevo rol o situación personal que puede modificar las relaciones significativas de la persona, las tareas que realiza en su día a día o las decisiones que debe tomar. Por lo tanto, pueden ser un momento especialmente estresante y lleno de dudas de cómo será la adaptación a una nueva etapa o rol social.

Tabla 1. Principales transiciones vitales vinculadas a la soledad no deseada

Infancia Adolescencia Adultez joven Adultez Envejecimiento
Procesos migratorios
Cambios de ciclo educativo
Transición maternidad/paternidad
Separación/divorcio/viudedad
Pérdida del trabajo/jubilación
Ser cuidador de una persona dependiente
Cambio a una residencia

 

Es fácil ver la relación entre soledad no deseada y transiciones de rol que implican la pérdida de un estatus (como la pérdida del trabajo o la jubilación) o la pérdida de una persona significativa (como un divorcio o la muerte de la pareja), y que esta soledad se vuelva crónica y tenga consecuencias negativas en la salud y el bienestar de la persona. Pero también es importante resaltar que hay transiciones vitales positivas que pueden comportar también sentimientos negativos de soledad, como la transición a la paternidad/maternidad, el cambio de la escuela al instituto o marcharse a otro país por una oportunidad laboral o académica. Incluso en estos momentos es más difícil todavía afirmar que nos sentimos solos: por ejemplo, ¿cómo puedo decir que he sido madre y me siento sola?

La mirada en los estudios longitudinales

Esta perspectiva de ciclo vital se puede capturar de manera científica a través de los denominados estudios longitudinales. Son investigaciones que permiten seguir al mismo grupo de personas a lo largo de un tiempo prolongado. En el caso de la soledad nos puede interesar detenernos en dos preguntas:

  1. ¿Cómo sentir soledad no deseada en un momento vital determinado puede influir negativamente en el futuro de la persona?
  2. ¿Se pueden ver cambios positivos (disminución de la soledad no deseada) a lo largo de la vida de una persona?

 

En la primera pregunta, los estudios longitudinales han encontrado relación entre el sentimiento de soledad en una edad y consecuencias negativas en la salud física y psicológica a largo plazo. Por ejemplo, un estudio longitudinal que vinculaba la soledad a los 5 y 9 años con síntomas depresivos a los 13 años3, mientras que otro relacionaba la soledad a los 15 con peor salud percibida a los 22 años4. Por lo tanto, estos tipos de estudios nos alertan de las consecuencias negativas a largo plazo que tiene pasar por una soledad no deseada y no tener el apoyo social o mecanismos personales para poder hacerle frente.

La segunda pregunta es más difícil de contestar, ya que muchos estudios se centran en la eficacia de programas de intervención en soledad y no en las trayectorias habituales que puede hacer la soledad en una persona. Una excepción sería este estudio longitudinal de siete años en personas mayores de 65 años5. Este vinculaba la disminución del sentimiento de soledad con el aumento de la red social de la persona mayor, así como con el aumento de la capacidad funcional de la persona. Justamente esta segunda variable, la capacidad funcional, se relaciona con una de las necesidades psicológicas básicas del modelo de Ryan y Deci: la competencia.

¿Para qué necesitamos, pues, la soledad?

El sentimiento de soledad no deseada en sí mismo no se tendría que considerar negativo. Algunos autores ven este sentimiento como una señal de alerta para que la persona haga los cambios necesarios en su comportamiento, en su red social o en sus proyectos vitales para poder mitigar este sentimiento de soledad6. La aversión al sentimiento de soledad hace que la persona movilice sus recursos y capacidades para intentar mitigar o eliminar dicho sentimiento.

Pero ¿sabemos escucharnos? ¿Sabemos discernir por qué realmente nos sentimos solos? ¿Es por ese amigo que me ha fallado? ¿Es porque no me siento útil? El sentimiento de soledad individual es complejo y nos faltan todavía herramientas para poder discriminar entre las diferentes fuentes de soledad. Aun así, la soledad no se tiene que ver como una cuestión individual, sino social, ya que muchas personas se pueden sentir solas porque su entorno no facilita las oportunidades para poder tener una red social adecuada, un apoyo social y una participación social que sea significativa para la persona, a cualquier edad.

En segundo lugar, no siempre el sentimiento de soledad tiene que ser negativo. La soledad positiva (o solitude en inglés) tiene como características que es una soledad buscada-deseada, una soledad que se disfruta y que tiene un sentido, una utilidad para la persona que la experimenta7. De hecho, esta soledad positiva podemos vincularla a las dos otras necesidades psicológicas con las que empezábamos este texto. A veces, necesito la soledad cuando tengo que tomar una decisión importante o necesito un tiempo para pensar sobre diferentes alternativas en mi trayectoria personal. Por lo tanto, ayudaría a la necesidad de autonomía de la persona. Otras, necesito enfrentarme a tareas, ver que puedo ser eficaz haciendo las cosas por mí mismo y, por eso, también necesito estar solo. En este caso, se vincularía a la necesidad de competencia en la persona.

Es curioso, porque la negatividad que tenemos asociada a la soledad no nos deja disfrutar de esa soledad positiva. Desde el entorno de una persona que manifiesta su deseo de soledad se puede interpretar de manera negativa (es un solitario, no encontrará nunca pareja, ¿por qué no sale con sus amigos?). O incluso aquellos que la desean se sienten culpables cuando la tienen. Tal es el caso de los cuidadores familiares de personas con una dependencia que, cuando por fin pueden disfrutar de un tiempo para sí mismos, se pueden llegar a sentir muy culpables porque piensan que están olvidando a su familiar (cuando, de verdad, necesitan ese descanso, ese tiempo para ellos mismos, para poder cuidar mejor), lo que agrava las consecuencias negativas de sobrecarga que tiene el hecho de cuidar8.

A modo de conclusión

La soledad está presente a largo de nuestra vida y es compleja en su manifestación y en las formas en que intentamos hacerle frente9. La soledad puede estar vinculada a transiciones vitales que sacuden nuestra vida y que hacen replantearnos quiénes somos y cómo nos relacionamos con nuestro entorno. Desde las acciones sociales y psicológicas de intervención tenemos que incorporar la vivencia de la soledad como un eje en el acompañamiento de las transiciones vitales, tanto positivas como negativas, que todos hacemos en el camino.

Referencias

1 Ryan, R. M.; y Deci, E. L. (2000): “Self-determination theory and the facilitation of intrinsic motivation, social development, and well-being”. American Psychologist, 55 (1), 68.

2 Puga, D. (2020): “Demografia de la soledat”. A J. Yanguas (dir.), El repte de la soledat en la gent gran. Fundación La Caixa, pp. 44-65.

6 Qualter, P.; Vanhalst, J.; Harris, R.; Van Roekel, E.; Lodder, G.; Bangee, M.; Maes, M.; y Verhagen, M. (2015): “Loneliness across the life span”. Perspectives on Psychological Science, 10 (2), pp. 250-264.

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