La soledad y sus matices
13/06/2022 - 18:55
Reflexiones de Sara Marsillas y su equipo de investigación en torno a su proyecto Bakardadeak, centrado en la experiencia subjetiva de la soledad.
En este artículo, Sara Marsillas, Doctora en Psicología por la Universidad de Santiago de Compostela (USC), Investigadora en el Matia Instituto Gerontológico de San Sebastián y miembro del Consejo Asesor Científico contra la Soledad (CACS), propone reflexionar sobre cuestiones que se plantearon cuando iniciaron el proyecto de investigación Bakardadeak, centrado en la experiencia subjetiva de la soledad, para saber cómo y con qué intensidad la soledad se puede relacionar con otros aspectos como el hecho de vivir sol/a o el aislamiento social. La acompañan en este proyecto Daniel Prieto, Elena del Barrio y Mayte Sancho.
LA SOLEDAD I SUS MATICES
La soledad es un fenómeno que ha cobrado una creciente relevancia en los últimos años. No obstante, en el ámbito de la gerontología no se trata de un tema reciente. Su estudio se vincula a la importancia que tienen las relaciones y las redes sociales en la vida de las personas. Este artículo propone reflexionar en torno a algunas cuestiones que nos planteamos cuando decidimos iniciar el proyecto de investigación Bakardadeak (Soledades), centrado en la experiencia subjetiva de la soledad y en el que tratamos de indagar de qué maneras y con qué intensidad se relaciona esta con otros aspectos de la realidad social, como el hecho de vivir en solitario o el aislamiento social. Con este proyecto se pretendía conocer la presencia de la soledad entre las personas que envejecen en Guipúzcoa, así como si esta se manifiesta de manera similar entre hombres y mujeres y a lo largo de la vejez. Para ello, hemos tenido especial cautela en la forma de medir empíricamente este fenómeno, tan subjetivo como estigmatizante. Asimismo, hemos buscado entender en profundidad el significado que dan las personas a la experiencia de la soledad y qué relación se presenta entre las situaciones de soledad objetivas y subjetivas.
Tras la salud, la relación con la familia y los amigos y las amigas es considerada por las personas mayores como el segundo elemento más importante a la hora de garantizar una mayor calidad de vida en la vejez.[1],[2] Además de la relevancia que las propias personas atribuyen a sus relaciones, diferentes teorías a lo largo del siglo XX vienen otorgando a estas un rol significativo directamente relacionado con la posibilidad de disfrutar de un mejor proceso de envejecimiento. En un sentido inverso, la falta de tales relaciones y contactos (que se puede traducir en situaciones más diferentes entre sí de lo que en un principio puede parecer, como la falta de contacto social, el estar solo o sola, el aislamiento social o la soledad) se asocia a una menor calidad en la vida de las personas.2 Ante la evidencia de la relación existente entre estos factores, no es extraño que el estudio de la dimensión subjetiva de la soledad esté adquiriendo una elevada importancia hasta el punto de haberse situado en el centro de ciertas políticas sociales.
La soledad suele definirse como aquella “experiencia desagradable que ocurre cuando la red de relaciones sociales de una persona es deficiente de alguna manera importante, ya sea cuantitativa o cualitativamente”.[3] Con ello se hace referencia tanto a situaciones en las que el número de relaciones sociales de las que dispone una persona es menor de lo que desea, como a otras en las que la intimidad o la calidad deseada por dicha persona no se alcanza.[4] La soledad se produce de manera diferente en cada caso particular, lo cual permite comprender la gran heterogeneidad aglutinada bajo este concepto. De hecho, se trata de un fenómeno muy complejo, en el que tendemos a asumir erróneamente que todas las personas entienden lo mismo por soledad, que existe un significado universal de esta o que se experimenta de manera homogénea, estática o lineal.[5]
Experimentar la soledad es algo relativamente común que sucede en algún momento de la vida,3[6] aunque en muchas ocasiones el discurso más alarmista sobre ella circunscribe esta percepción a las personas mayores. La prevalencia de soledad en personas de 60 años en adelante es similar a la población general y aumenta a partir de los 75 años.[7] Este incremento parece más vinculado a la aparición de eventos vitales negativos, con una gran incidencia en relación con la pérdida de seres queridos, sobre todo la pareja, y una mayor probabilidad de experimentar problemas relacionados con la salud, que a la propia variable de la edad.8,[8].
La soledad en Guipúzcoa
En el estudio Bakardadeak cuantificamos la presencia de la soledad percibida en el territorio guipuzcoano. Su prevalencia se cifra en un 5,5 % de las personas mayores de 55 años, lo que supone en torno a 15.000 personas tomando como base los datos de población del 2018. Este dato representa el porcentaje de personas que afirman sentirse solas con frecuencia al preguntarles de manera directa por dichos sentimientos. Quienes declaran sentirse solas son, sobre todo, mujeres y de edad avanzada. Así, las mujeres expresan sentimientos de soledad en mayor medida que los hombres, un 7 % respecto a un 3,7 %. Además, la presencia de soledad entre las personas de 55 a 64 años es menor (4 %) que entre las personas mayores de 80 (8,5 %). Observando de manera conjunta ambas variables, se advierte que aunque las mujeres expresan mayor sentimiento de soledad en todos los grupos de edad, entre las personas con edades avanzadas esta se manifiesta de manera similar en mujeres y en hombres, a pesar del acusado desequilibrio entre sexos que se produce en los últimos tramos de edad del itinerario vital. Este patrón de resultados es coherente con el encontrado en otros estudios estatales e internacionales que utilizan esta forma de medir la soledad, por lo que es probable que en la ciudad de Barcelona se produzca una situación parecida.
No obstante, resulta preciso puntualizar que los datos que se proporcionan sobre la prevalencia de soledad dependen de cómo se evalúa, esto es, de los instrumentos y los criterios utilizados. La medida directa asume, en cierto modo, que todas las personas que responden sentirse solas entienden lo mismo por ese fenómeno y, además, las expone a una pregunta que requiere una respuesta pública o manifiesta. Teniendo en cuenta la connotación negativa y el estigma social asociado a la soledad, los datos proporcionados podrían estar infrarrepresentando los niveles de soledad debido al posible rechazo de las personas a identificarse con el grupo de “solos o solas”.4,[9] Las medidas indirectas, sin embargo, no incluyen de manera literal la palabra solo o sola, sino que abordan el fenómeno desde la descripción de percepciones acerca de las relaciones sociales. Así pues, se podrían considerar abordajes que reducirían el efecto de las connotaciones negativas del término y resultarían menos comprometedoras para quienes las responden. Por esta razón, en el estudio Bakardadeak se incluyó también la escala de De Jong Gierveld, que incluye situaciones como “echa de menos tener un buen amigo de verdad”, “se siente abandonado a menudo” o “echa de menos tener gente a su alrededor”. Esta decisión ha permitido conocer que la presencia de la soledad observada desde este acercamiento es más elevada, y de hecho se obtuvo una cifra mucho mayor, con un 29,5 % de las personas cuyas respuestas correspondían a situaciones de soledad. La diferencia entre ambos datos, por lo tanto, se puede relacionar con el estigma asociado a la soledad, y su magnitud nos invita a reflexionar acerca de futuras estrategias y abordajes del fenómeno.
Otra de las cuestiones en las que queríamos indagar en el estudio reside en la propia dimensión experiencial que propicia el hecho de sentir soledad durante la vejez. Partimos de conclusiones de estudios previos que afirmaban que se desconoce en detalle qué tratan de expresar las personas cuando declaran que se sienten solas,5 por lo que hicimos un estudio cualitativo a través del cual se ha intentado cuestionar la naturaleza del propio fenómeno con el objeto de tratar de comprender dicha experiencia. A pesar de que la soledad es una experiencia moldeada culturalmente, algunos de los hallazgos que se expresan a continuación podrían observarse en otros lugares, como la ciudad de Barcelona.
Entre dichos hallazgos destacables se encuentra, precisamente, el hecho de que no existe, o al menos no se identificó, una situación objetiva que defina la soledad durante el envejecimiento, sino más bien distintos contextos socioculturales que condicionan el afrontamiento de esos escenarios objetivos, (vivir en solitario, ser viudo o viuda, etc.) que precipitan situaciones personales que se experimentan subjetivamente como una sensación de desconexión respecto al mundo. Algo común entre todas las personas que se sentían solas era la presencia de la pérdida como elemento que iniciaba dicha experiencia. Esta pérdida debe ser entendida en un sentido amplio y genérico, incluyendo desde el deceso de seres queridos hasta la desaparición de las actividades que canalizaban la propia participación en el mundo. Estas situaciones diversas suponen para cada persona una perturbación objetiva de su entorno que puede cortar sus vías de vinculación subjetiva con el mundo.
Esta interpretación implica que la soledad, lejos de restringirse a un fenómeno estrictamente relacional, se relata como un estado psicológico referido a pérdidas que resultan significativas para las personas en cuanto que destruyen una vía de participación o comunicación con el mundo e, incluso, a partir de los que se dotó de consistencia a su sentido de identidad. Todas las personas que declararon sentirse solas acusaban una intensa sensación de falta de sentido vital, esto es, de significado para la propia presencia en el mundo. Su percepción de soledad adquiría así un sentido más existencial no dirigido únicamente hacia las personas, sino, en un sentido más amplio, hacia el mundo, hacia su tiempo y hacia su contexto. En consecuencia, lo que motiva la sensación ingrata de estar solo o sola no reside en lo que rodea a la persona sino en el lugar desde el que participa en ese contexto. Esta conclusión toma ahora una dimensión aún más relevante, en una situación como la que estamos viviendo derivada de la crisis sanitaria causada por la COVID-19, y en la que la forma de participar y relacionarnos con el entorno se ha visto alterada de manera repentina.
Las trayectorias que han desembocado en una percepción de soledad apuntan hacia una comprensión de esta que nos conduce, a su vez, hacia un problema de identidad, vinculado a qué nos define y quiénes somos en el mundo. Así, la posibilidad de sentirse solo o sola no se explica por sí misma a través del número o la calidad de las relaciones de la persona, sino atendiendo también a otras dimensiones más existenciales que tienen que ver con la significatividad, con la posibilidad de realizar actividades con sentido como una dimensión esencial para entender el fenómeno de la soledad. El desarrollo de estas ideas nos lleva a pensar en la pertinencia de considerar que la experiencia de la soledad no solo debería centrarse en las relaciones sociales disponibles en cada caso y su valoración, sino que también convendría incluir el significado que tiene para las personas el mantenimiento de ciertas relaciones con la finalidad de obtener una comprensión más completa del fenómeno.
Basados en el conocimiento derivado del estudio, podemos inducir que la soledad tiene una presencia reseñable entre las personas que envejecen, con mayor peso entre las de edades más avanzadas. No obstante, retomando lo señalado a lo largo del artículo, la magnitud de esta medida dependerá de cómo se mida, ya que el estigma social vinculado a esta experiencia apunta a una infrarrepresentación cuando se pregunta de manera directa sobre la existencia de estos sentimientos de soledad. Por otro lado, la percepción de soledad no parece circunscribirse únicamente a la valoración de las relaciones sociales que tiene una persona, sino al significado de estas y de la propia presencia en el mundo. Todo ello, en suma, apunta a la necesidad de cuidar el abordaje que se haga de esta experiencia, de manera que minimice el efecto que produce el estigma social existente. Por último, resaltamos que actualmente no existe una “talla única” que proporcione un apoyo a todas las personas indistintamente, sino que este apoyo ha de responder a las casuísticas y necesidades específicas en cada caso, adaptando las actuaciones a sus situaciones particulares, a sus itinerarios vitales, y también debe haber un apoyo en la generación de vínculos significativos con el entorno.
[1] Bowling, A. (1995). “The most important things in life: comparisons between older and younger population age groups by gender”. International Journal of Health Sciences, 5, pp. 169-175.
[2] Victor, C.; Scambler, S.; Bond, J.; Bowling, A. (2000). “Being alone in later life: loneliness, social isolation and living alone”. Reviews in Clinical Gerontology, 10, pp. 407-417.
[3] Perlman, D.; Peplau, L. A. (1981). “Toward a Social Psychology of Loneliness”, en R. Duck; R. Gilmour (eds.). Personal Relationships: Personal Relationships in Disorder. Londres: Academic Press.
[4] De Jong-Gierveld, J.; Van Tilburg, T. G. (2016). “Social isolation and loneliness, en H. S. Friedman (ed.). Encyclopedia of mental health (2.ª ed.). Oxford: Academic Press.
[5] Victor, C.; (et. al.) (2018). An overview of reviews: the effectiveness of interventions to address loneliness at all stages of the life-course. Londres: What Works Centre for Wellbeing.
[6] Yang, K.; Victor, C. (2011). “Age and loneliness in 25 European nations”. Ageing & Society, 31, pp. 1368-1388.
[7] Schoenmakers, E. C. (2013). Coping with loneliness (tesis doctoral). Países Bajos: Vrije Universiteit Amsterdam.
[8] Dykstra, P. A. (2009). “Older adult loneliness: myths and realities”. European Journal of Ageing, 6, pp. 91-100.
[9] Victor, C.; Grenade, L.; Boldy, D. (2005). “Measuring loneliness in later life: A comparison of differing measures”. Reviews in Clinical Gerontology, 15(1), pp. 63-70.
NOTAS:
[1] A. Bowling (1995). “The mosto importante things in life: comparisons between older and younger population age groups by gender”. International Journal of Health Sciences, 5, p. 169-175.
[2] C. Victor, S. Scambler, J. Bond y A. Bowling (2000). “Being alone in later life: loneliness, social isolation and living alone”. Reviews in Clinical Gerontology, 10, p. 407-417.
[3] D. Perlman y L. A. Peplau (1981). “Toward en Social Psychology of Loneliness”, en R. Duck y R. Gilmour (ed.). Personal Relationships: Personal Relationships in Disorder. Londres: Academic Press.
[4] J. de Jong Gierveld y T. G. van Tilburg (2016). “Social isolation and loneliness”, en H. S. Friedman (ed.). Encyclopedia of mental health (2ª ed.). Oxford: Academic Press.
[5] C. Victor te. al. (2018). An overview of reviews: the effectiveness of interventions tono address loneliness at ajo stages of the life-course. Londres: What Works Centre for Wellbeing.
[6] K. Yang y C. Victor (2011). “Age and loneliness in 25 European nations”. Ageing & Society, 31, p. 1368-1388.
[7] E. C. Schoenmakers (2013). Coping with loneliness (tesis doctoral). Países Bajos: Vrije Universiteit Amsterdam
[8] P. A. Dykstra (2009). “Older adulto loneliness: myths and realities”. European Journal of Ageing, 6, p. 91-100.
[9] C. Victor, L. Grenade y D. Boldy (2005). “Measuring loneliness in later life: En comparison of differing measures”. Reviews in Clinical Gerontology, 15(1), p. 63-70.