Una mirada de género al envejecimiento. El caso de la soledad no deseada

Una mirada de género al envejecimiento. El caso de la soledad no deseada

27/03/2022 - 11:49

La persona usuaria habitual de un servicio de acompañamiento en soledad no deseada suele ser una mujer, de más de 80 años, viuda, con problemas de movilidad, que vive sola y se siente sola.

Montserrat Celdrán, psicogerontóloga, Doctora en Psicología e investigadora, reflexiona sobre las diferencias de género en el envejecimiento, tomando el caso del sentimiento de soledad no deseada.

UNA MIRADA DE GÉNERO AL ENVEJECIMIENTO. EL CASO DE LA SOLEDAD NO DESEADA

Popularmente sabemos que las mujeres tienen una mayor longevidad. Sin embargo, los profesionales que trabajan en gerontología conocen que el precio a pagar de esos años de más no es, en general, positivo: peor salud, peores condiciones económicas o la mayor probabilidad de vivir en soledad. Estas dificultades son, en parte, explicadas por las desigualdades sociales que han sufrido las mujeres a lo largo de su vida y que condicionan su proceso de envejecimiento1. En este artículo reflexionaremos alrededor de estas diferencias de género en el envejecimiento tomando por caso la temática del sentimiento de soledad no deseada.

Las mujeres mayores se sienten más solas… ¿porque simplemente viven más años?

La persona usuaria habitual de un servicio de acompañamiento en soledad no deseada suele ser una mujer, mayor de 80 años, viuda, con problemas de movilidad, que vive sola y se siente sola2. Sin embargo, delante de esta imagen clara sobre la soledad en las mujeres se esconde una gran complejidad en el tipo de fuentes de soledad que estas experimentan.

Probablemente el hecho de vivir más años condicione dos de los tres tipos de fuentes que en la actualidad se suelen distinguir en la descripción de la soledad: soledad social, soledad emocional y soledad existencial. La pérdida de red social, los cambios en el vecindario, los problemas de movilidad de la persona mayor, entre otros, son factores que condicionan la soledad social, es decir, el poder socializarse en actividades que interesan a la persona como ir a un centro cultural, realizar actividades de ocio o de aprendizaje, entre otras. Este sería un tipo de soledad social que ha aumentado con la pandemia y las restricciones sociales que ha conllevado.

El segundo tipo de soledad, la emocional, está vinculada con la pérdida de aquellas personas más cercanas e íntimas a la persona mayor, con las cuales puede confiar y tener un apoyo emocional importante. Si consideramos la pareja como una fuente de apego y vinculación importante en nuestras relaciones sociales, es fácil intuir que, en relaciones heterosexuales, las mujeres mayores sufran más este tipo de soledad ante la pérdida de su pareja debido a su fallecimiento. Es importante recordar que el estado civil más habitual en la población mayor actual continúa siendo el casado y no llega al 5% las personas divorciadas o separadas3, con lo que, para estas generaciones, la vivencia de la viudedad es un duelo y transición importante a considerar cuando se trabaja con mujeres mayores y soledad no deseada.

Sin embargo, es importante resaltar un último tipo de soledad vinculada a la falta de un proyecto vital que motive a la mujer mayor: una soledad existencial. En este caso no es tanto resultado de una mayor longevidad lo que condiciona esta soledad sino la pérdida de un rol importante para muchas mujeres de esta generación, que ha sido el eje de muchas relaciones sociales y familiares: hablamos del eje del cuidado. Muchas mujeres han tenido el cuidado con gran fuente de implicación con los demás, y muchas de ellas han encadenado en su ciclo de vida diferentes roles de cuidadoras. La larga vida de cuidados les pasa factura, no tienen más horizonte de cuidados futuros y se encuentran ante la tesitura de quién cuidará de ellas ahora que son las que precisan de atención.

La compañía y salir de casa disminuye la soledad, pero menos en las mujeres mayores

Precisamente esta complejidad de soledades en la mujer mayor dificulta poder diseñar programas acordes a las diferentes necesidades que la persona mayor tiene en su círculo social. Tampoco ayuda en ocasiones la falsa idea de que las personas mayores se siente solas cuando están solas o cuando viven solas, lo que da una imagen limitada de las implicaciones de la soledad. Además, tener en cuenta la perspectiva de género nos puede mostrar la experiencia diferenciada en la soledad entre mujeres y hombres.

Sirva de ejemplo la siguiente investigación4 en la que se monitorizó el sentimiento de soledad de personas mayores durante 21 días. De esta forma, la persona recibía un mensaje cinco veces al día en un pequeño dispositivo móvil en el cual podía responder a tres preguntas: si en ese momento se sentía sola, con quien (solas/compañía) y donde estaba (en casa/fuera de casa). Los resultados mostraban que, pese a que las mujeres mayores reportaban menos soledad, se sentían más solas aun en los momentos que estaban acompañadas por otra persona. Además, el factor estar fuera de casa era más protector para no sentir soledad en los hombres mayores que en las mujeres.

Sin embargo, ¿por qué sorprende tanto a otras mujeres que en la vejez nos sintamos más solas?

Todos conocemos muchas mujeres que llevan la agenda social no solo la suya propia, sino la de organizaciones diversas familiares, de amistades compartidas con la pareja, entre otras. Las relaciones sociales y su cuidado son muy valoradas por las mujeres y se consideran un elemento importante de apoyo social y emocional, en especial las redes sociales que integran exclusivamente mujeres (grupos de amigas, grupos de actividades o de apoyo)5. Este poder social que nos permite disfrutar durante años de una buena red social, se vuelve en nuestra contra cuando por diferentes razones, no tenemos ya cerca este tipo de relaciones.

Incluso, si pensamos en las mujeres mayores nos pueden venir rápidamente imágenes de grupos de mujeres tomando algo en una cafetería, practicando deporte juntas en un gimnasio o disfrutando de alguna obra de teatro o de cine. Sin embargo, precisamente este ideal de envejecimiento femenino en compañía pesa en aquellas mujeres que no pueden tener este tipo de círculos sociales. La discrepancia entre el yo social real y ese yo social ideal tiene como resultado un mayor sentimiento de soledad y una mayor culpabilización de su situación. Es decir, una mujer mayor podría escuchar de su entorno frases como “Si con todas las mujeres mayores que hay en tu barrio o en tu edificio, ¿no puedes encontrar a nadie con la que salir a pasear o charlar un rato?” o “¡Con lo sociable que eras tú antes!” que no dejan de ser atribuciones de la situación de soledad hacia la propia mujer mayor.

Como mujeres mayores, ¿se han sentido solas previamente? Y lo que es más importante, ¿disfrutan de su soledad?

La soledad como sentimiento no deja de ser una herramienta emocional adaptativa que nos avisa que algún aspecto de nuestras relaciones o de las actividades que realizamos no es como nos gustaría y deberíamos entonces poner mecanismos cognitivos, emocionales o conductuales para hacerle frente. No es una cuestión del proceso de envejecimiento, sino que está presente a lo largo de todo el ciclo vital6. Sorprende, sin embargo, que haya mujeres mayores que reconozcan que no se han sentido nunca solas (más de un 70% reconocían en una investigación que no se habían sentido solas previamente)7.

De igual forma, en este ciclo de vida actual que vivimos como mujeres nos podríamos preguntar si hemos podido alguna vez disfrutar de nuestra soledad, poder aprender a tener un espacio propio en la familia, o en el día a día laboral. Esa soledad deseada y necesaria en muchos momentos de la vida para tomar decisiones importantes, para ser creativas, para podernos cuidar y escucharnos es incluso aún más difícil en la actualidad con las múltiples obligaciones familiares y profesionales de muchas mujeres. Si preguntamos a las propias mujeres mayores, casi un 40% según un reciente estudio7 reconocía que nunca disfrutaba de su soledad.

Un último apunte sobre la soledad en mujeres mayores: su invisibilidad

El sentimiento de soledad no es únicamente individual, proviene principalmente de como construimos las relaciones sociales y qué oportunidades nos brinda nuestra comunidad y políticas sociales para seguir sintiéndonos valoradas, queridas y útiles en nuestra vejez. Por tanto, no podía acabar este texto sin hablar de la invisibilidad en la que viven muchas mujeres en su proceso de envejecimiento. Edadismo y sexismo se vuelven dos compañeros de viaje de muchas mujeres mayores lo que dificulta aún más su experiencia y reivindicación de sus derechos durante este periodo vital. Incluso podemos encontrar ejemplos de exclusión en los propios movimientos feministas que parece que olviden (o teman también) el proceso de envejecimiento (sirva de ejemplo el testimonio de Prudence Woodford, de 75 años, con una larga trayectoria de defensa de los derechos de las mujeres y su impresión de cómo es ella tratada ahora cuando es mayor8).

Finalmente, en esta invisibilidad tampoco ayuda la imagen soñadora de que las generaciones de mujeres que envejecerán en las próximas décadas están mejor preparadas para este proceso y para no “caer” en situaciones de soledad. Lamentablemente: (a) aún no sabemos bien bien qué es eso de envejecer bien (solo sabemos qué tenemos miedo a un mal envejecer); y (b) tenemos interiorizadas muchas ideas edadistas que condicionan nuestras elecciones al envejecer y mostrarnos envejecidas. Aunque ya existen miradas valientes y transgresoras sobre la vejez en femenino (cualquiera de los escritos de Anna Freixas, como por ejemplo el libro «Yo vieja», de la editorial Capitán Swing, 2021, es un gran soplo de aire fresco en ese sentido) llega tarde si las generaciones futuras siguen subiendo con una mochilla demasiada pesada de obligaciones, miedos y sobrecargas que seguirán condicionando nuestro envejecimiento futuro.

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