Lili'uokalani I de Hawái fue la última monarca del extinguido Reino de Hawái. En 1893 fue derrocada y con ella la independencia política de un archipiélago polinesio situado en medio del océano pacífico. Cuando el británico James Cook, explorador y...
Lili’uokalani I de Hawaii durant l'estada a Londres amb motiu del Jubileu Daurat de la reina Victòria. Walery, 1887. Hawaii State Archives.
Lili’uokalani I de Hawái fue la última monarca del extinguido Reino de Hawái. En 1893 fue derrocada y con ella la independencia política de un archipiélago polinesio situado en medio del océano pacífico.
Cuando el británico James Cook, explorador y capitán, desembarcó en 1778 de manera fortuita o de manera intencionada en la bahía de Honululu -según fuentes cartográficas españolas ya se conocía la existencia de estas islas- se encontró con un archipiélago, que llamó Islas Sandwich, en plena ebullición política y social. La población nativa de origen polinesio, estaba dividida en pequeños núcleos de poder político organizados en clanes o tribus de manera independiente unos con los otros, pero esta situación terminó cuando en 1882, el jefe del clan más poderoso de la isla de Hawái, Kamehameha inició una campaña de conquista de las otras tribus con el objetivo de unificar políticamente todas las islas hasta que estableció formalmente, en 1810, el Reino de Hawái.
Kamehameha el Grande, como se llamaría a partir de ese momento, inició una dinastía real que duraría hasta 1873, fecha en la que los nobles hawaianos proclamaron un nuevo rey, de otra dinastía, David Kalakaua I. Durante casi todo este siglo de soberanos nativos, el estado hawaiano permaneció políticamente independiente de las potencias mundiales, firmando tratados internacionales con países de todo tipo, desde el Reino Unido hasta las nuevas repúblicas surgidas en Sudamérica, como las Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina).
Los monarcas hawaianos asimilaron las normas de vestimenta de las monarquías europeas. Introdujeron reformas económicas, políticas y sociales que, poco a poco, sustituyeron las normas y costumbres ancestrales, al tiempo que aumentaban el grado de dependencia con una de las potencias con más tratos comerciales y diplomáticos, los Estados Unidos de América.
La presencia estadounidense en el archipiélago comenzó con la llegada de misioneros protestantes. El proselitismo disfrutó de un fuerte auge gracias a la conversión total de la aristocracia autóctona, facilitando de esta manera la conversión de casi toda la población. Este factor es clave para entender la influencia y el poder ejercida sobre la familia real de Hawái, educados y formados en escuelas fundadas por los misioneros continentales.
Los monarcas hawaianos buscaron una aproximación con EE.UU. por la amenaza de una invasión británica o francesa, motivo que explica las continuas concesiones a los estadounidenses en tratados de exclusividad comercial, o reformas sobre la propiedad de la tierra, por ejemplo. Esta situación se acabaría en 1875, a raíz del Tratado de Reciprocidad firmado entre el Reino de Hawái y los Estados Unidos de América. La importación, libre de impuestos, de la caña de azúcar hawaiana, entre otros acuerdos, resultó definitiva en el cambio del paisaje natural y social de este pequeño estado del pacífico. La producción agrícola se multiplicó a nivel industrial ocupando miles de tierras y trayendo como consecuencia la necesidad de mano de obra, cientos de miles de inmigrantes procedentes de China y Japón. La llegada de la nueva población a la isla también supondría la llegada de nuevas enfermedades que afectarían gravemente a la población autóctona, provocando un descenso importante de esta.
La explotación del territorio por parte de los terratenientes americanos pronto tendría su impacto en los asuntos políticos y económicos de la isla. Las continuas injerencias en el gobierno acabarían provocando que en 1887 se intentara producir una rotura de relaciones con la nueva oligarquía. El rey Kalakaua I decidió no renovar el Tratado de Reciprocidad, con la intención de reducir la dependencia de su reino con los americanos. Este hecho tuvo una rápida respuesta por parte de los americanos nacidos en Hawái, organizados en la llamada Liga Hawaiana, con un golpe de estado. Obligaron al monarca a firmar una constitución que lo despojaba de toda facultad legislativa y ejecutiva y favorecía el sufragio de los blancos en la elección de los nuevos gobiernos, que ha pasado a la historia como la Constitución Bayoneta.
Kalakaua I murió sin descendencia en 1891, heredó el trono real su hermana Lili’uokalani, regente del reino durante los viajes del rey por todo el mundo. El ascenso al trono de Lili’uokalani I, en 1891, fue concebido por las élites americanas de la isla como una grave amenaza a su statu quo, la tendencia nacionalista de la flamante monarca supondría una amenaza a los intereses comerciales estadounidenses.
La reina Lili’uokalani I de Hawái, actuó muy pronto con la elaboración de una nueva constitución que devolviera el poder a la monarquía y el peso electoral de los hawaianos nativos derogando al mismo tiempo la Constitución Bayoneta, pero en enero de 1893, los americanos hawaianos crearon un Comité de Seguridad con el objetivo de derrocar a la reina y con ella, los planes que amenazaban su posición de poder.
Las presiones recibidas acabarían con la abdicación forzosa de la reina en 1893, sería el último reducto de soberanía y cultura política propia de los hawaianos. La sustituiría un gobierno provisional con pleno apoyo de los Estados Unidos de América, que duraría hasta la proclamación de la República de Hawái, en 1895. Tres años después, como era de prever, la anexión del archipiélago a EE.UU. se convirtió en una realidad. Pero no sería hasta 1959 cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó la incorporación de Hawái como 50.° estado de la Unión.
Líder política, compositora, escritora y con un fuerte carácter, la última reina de Hawái no tuvo una jubilación dorada, su final estuvo marcado por la lucha condenada al fracaso, con un encarcelamiento convertido en un arresto domiciliario y un escaso reconocimiento personal y político.