En una ciudad sin muchas distracciones, el Laberint d’Horta se convirtió en una atracción sin precedentes para la gente acomodada, la nobleza y hasta la casa real. En sus escritos, el barón de Maldà comparaba el Laberint de Can Llupià con los Campos Elíseos, Versalles o Aranjuez, por sus jardines, ornamentaciones, escalinatas, templetes, etcétera.

Por lo tanto, no es extraño que su propietario consiguiera que el rey Carlos IV visitara su finca en 1802, y que como recuerdo de la visita dejara constancia en el siguiente escrito, en el interior de un templo de estilo neoclásico:

“El día 10 de octubre del año 1802, D. Juan Antonio Desvalls y de Ardena, marqués de Llupià y Alfarràs, dueño de esta casa de campo, tuvo la satisfacción de que, con el fin de ver este sitio de recreo, le honraran con su presencia las reales personas de sus Soberanos los S. S. D. Carlos IV y Dña. Luisa de Borbón, los S. S. Sres. Príncipes de Asturias D. Fernando y Dña. Maria Antonia de Francisco de Paula, el Sr. D. Antonio Pascual, hallándose a la sazón la Corte en Barcelona con el plausible motivo de la celebración de los augustos casamientos de los Serenísimos S. S. Príncipes de Asturias y del S. Príncipe heredero de Nápoles D. Francisco Genaro con la señora Infanta de España Dña. María Isabel, y para perpetuar la memoria de un día tan feliz puso este monumento”.

Tiempo después, en 1828, visitaron la finca Fernando VII y su tercera esposa, M. Amalia. En 1908 acudió el rey Alfonso XIII. Y en 1930 la familia real volvió al laberinto acompañada del presidente del Gobierno Dámaso Berenguer.

Autor: J. M. Contel

Foto: Imagen que ofrecía el laberinto en el primer cuarto del siglo XX (Archivo JMC)