La falta de servicios existente en este grupo de chabolas obligó a sus habitantes a cubrir con cemento los caminos y construir escaleras, mientras que con un gran esfuerzo tenían que subir el agua desde la fuente de la calle de Marià Labèrnia hasta su casa. Cocinaban y se alumbraban con petróleo y gas butano.

Con respecto a las aguas residuales, se esparcían montaña abajo, hasta que construyeron las diferentes cañerías que permitían tenerlas más controladas. En cuanto a las diversiones, durante muchos años los vecinos solo disfrutaron de la música de un piano de manubrio que estaba en el único bar, llamado Tatachín, situado en la calle de Marià Labèrnia, 6.

Con las incansables reivindicaciones, defendidas sobre todo por la vocalía de chabolistas del Centro Social del Carmelo, después Asociación de Vecinos del Carmel, se consiguieron contenedores para la basura, inodoros públicos y agua corriente, unos servicios para los que tenían que pagar 275 pesetas cada tres meses, y que parece ser que la Administración nunca cobró. A pesar de la precariedad aparente del grupo de chabolas de encima del Turó de la Rovira, hay que decir que había muchas que estaban construidas encima de la roca y otras sobre las antiguas fortificaciones de los antiaéreos, construidas con cemento armado y de una solidez considerable.

Finalmente, se construyeron los llamados Pisos Verdes y el 28 de julio de 1984 se entregaron oficialmente estas viviendas de Raimon Casellas, donde fueron a vivir los chabolistas de la cima del Turó de la Rovira.

Autor: J. M. Contel

Fotografía: Boda en las chabolas de la cima del Turó de la Rovira, en verano de 1978. (Cedida por Paco González)