En plena Guerra Civil Española, y ante las incursiones aéreas que desde Mallorca realizaba la aviación legionaria italiana y la legión Cóndor alemana, el mando del Ejército del Este escogió, para proteger la ciudad de Barcelona de dichos ataques, la cima del Turó de la Rovira, de 269 metros de altitud y un ángulo de visión de 360 grados, para instalar unos cañones antiaéreos.

Estos cañones, junto con los de Montjuïc, Can Tunis y los del comienzo del rompeolas, tenían que defender más eficazmente la ciudad.

El 17 de mayo de 1937, la Comandancia General de Ingenieros elaboró un proyecto de una batería de tres cañones con la posibilidad de añadir un cuarto, si hacía falta. Meses más tarde, este planeamiento cambió y se construyeron tres bases con una disposición diferente, así como la ubicación de la cuarta de reserva. Poco tiempo después, apareció un nuevo proyecto para cuatro cañones mayores, que se construyó y armó con cuatro piezas Vickers 105 que entraron en funcionamiento el 3 de marzo de 1938.

El ejército vivió con intensidad y preocupación los últimos días de guerra en Barcelona. El día 25 de enero destruyeron dos de las piezas y, al día siguiente, el último día, poco antes de la retirada, inutilizaron las otras dos. Acabada la guerra, las piezas estropeadas siguieron en aquel paraje durante un tiempo y recibieron muchas visitas de los barceloneses. Más tarde, en estas bases antiaéreas se construyeron las chabolas de los recién llegados a la ciudad.

Autor: J. M. Contel

Fotografía: Uno de los cañones Vickers 105 de la posición del Turó de la Rovira después de la Guerra Civil.