El aspecto más característico del barrio del Guinardó es su situación geográfica. Por una parte, sube por la montaña y mira hacia la cima del Turó de la Rovira, y, por la otra, observa el inmenso mar a lo lejos. Estas circunstancias han hecho que este territorio haya sido colonizado por los humanos desde hace mucho tiempo, desde la Edad del Bronce, hace unos tres mil años, cuando se levantaron unas cabañas humildes detrás del Hospital de Sant Pau. A partir de esta fecha, la presencia humana ha sido permanente.

Durante siglos, el Guinardó fue un espacio agrícola donde predominó el cultivo de la viña y los cereales. Formaba parte del antiguo municipio de Sant Martí de Provençals, excepto un pequeño trozo que pertenecía a Sant Andreu de Palomar. Algunas masías, de las muchas que había, dan testimonio de ello todavía hoy. Un mundo de campesinos, pero también de señores, nobles o burgueses que buscaban, en este paisaje elevado, un sitio ideal para descansar, con la montaña a la espalda y el mar de frente.

No fue hasta las postrimerías del siglo XIX cuando todas estas tierras se empezaron a urbanizar. El pistoletazo de salida lo dio Salvador Riera al obtener, el 17 de febrero de 1897, el permiso para urbanizar las fincas Mas Guinardó y Mas Viladomat, de su propiedad. En pocos años, cambió completamente la fisonomía del barrio.

El Guinardó, por lo tanto, tiene poco más de cien años de vida, pero durante este tiempo, se ha construido dos veces: la primera, a base de casitas y jardines, y la segunda, de bloques de pisos y asfalto. La transición entre estos dos mundos se produjo a partir de los años cincuenta del siglo XX, cuando se puso en marcha un proceso ininterrumpido de sustitución de las pequeñas casas y torres por edificios altos. En tan poco tiempo, el Guinardó ha tenido dos vidas.

No es fácil encontrar en la actualidad, paseando por sus calles, vestigios de todo ese pasado. Pero si se observa atentamente, entre el cemento y el asfalto, pueden descubrirse pequeños trozos de su historia.