La noche de los museos
Where: Palau de la Virreina
La Rambla, 99
Barcelona
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La Nit dels Museus

La noche de los museos
Cine al aire libre con Sara Gómez

17.05.2025 – 18.05.2025


Sábado 17 de mayo, cuatro sesiones:
de 19 h a 20:15 h
de 20:30 h a 21:45 h
de 22 h a 23:15 h
de 23:30 h a 00:45 h

Patio. Entrada gratuita.

En el marco de la primera exposición dedicada a esta imprescindible cineasta afrocubana, se proyectarán tres filmes de Sara Gómez (Guanabacoa, 1942-1974) en el patio del palacio de la Virreina: Guanabacoa, crónica de mi familia (1966, 14 min), Y... tenemos sabor (1967, 25 min) y Mi aporte... (1972, 34 min).

 

Guanabacoa: crónica de mi familia

Este documental autobiográfico, hecho en 1966 y en el que por primera vez aparece la cineasta durante algunos minutos, cuenta la historia de su familia y, a la vez, la de Guanabacoa, el lugar donde nació. 

            La primera parte recorre las calles del municipio y se detiene en los habitantes, así como en algunos sitios emblemáticos, como por ejemplo la estatua de Ernst Hemingway, que residió en la cercana Cojímar; el cementerio judío; la fortaleza militar, y una placa que recuerda la figura del político criollo Pepe Antonio, alcalde de la villa entre 1748 y 1762. 

La segunda presenta a los familiares de la realizadora, desde los hombres que en esos momentos y en el pasado se dedicaban a la música hasta las mujeres retratadas en fotografías antiguas que muestran una clase social distinguida, con elegantes vestidos, estrictas normas de conducta y visitas a «las sociedades para negros» —«para ciertos negros», según puntualiza Sara Gómez.

En su tercera parte, el filme se acerca a Berta, prima de la cineasta, quien refleja el estado actual de una familia antaño pudiente. «¿Habrá que combatir la necesidad de ser un negro distinto, superado?», se pregunta Sara Gómez en el cierre de la película. «¿Venir a Guanabacoa aceptando una historia total, una Guanabacoa total…, y decirlo?».

Esta recapitulación sobre el declive económico y la fragilidad de clase conecta la historia de la madrina —así llamaban a su tía abuela, que, según nos informan al principio de la cinta, murió mientras se terminaba el montaje— con el actual devenir encarnado por Berta. Dos mujeres negras —tres, en realidad, si contamos a la propia realizadora— que componen los vértices de un triángulo afectivo en el que se expresan los distintos modos de afrontar la memoria colectiva e íntima, teniendo siempre como telón de fondo esa Guanabacoa sincrética, donde la presencia cultural africana y la negritud son elementos constitutivos.

 

Y… tenemos sabor

El cine de Sara Gómez preconiza un desplazamiento que, tiempo después, apuntaló la realizadora vietnamita Trinh T. Minh-ha cuando, a propósito de su película Reassemblage (1982), dijo que ella comprendía la práctica etnográfica como un hablar de cerca —speaking nearby—, en vez de un hablar sobre —speaking about

Esta posición totalmente ajena a los agenciamientos más elementales es muy firme desde el principio de la trayectoria de Sara Gómez, hasta el punto de distinguirla respecto a otros autores coetáneos, convirtiéndola en una especie de pionera de los llamados «filmes antietnográficos» de las décadas de los ochenta y los noventa. 

La importancia que ocupa la cultura musical en la obra de la cineasta quizás debe entenderse del mismo modo: no se trata tanto de un inventario rítmico o de una panorámica acerca de la antropología sonora cubana como de un sumergirse en aquellos procesos de afirmación emancipatoria y colectiva que toman el baile y la música como cauce.

Así, aunque participa de un conjunto de documentales que, durante los años sesenta, investigaron las raíces musicales de la isla —nos referimos, entre muchos otros, a Ritmo de Cuba (1960), de Néstor Almendros; La tumba francesa (1961), de Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros; Nosotros, la música (1964), de Rogelio París, y, especialmente, La herrería de Sirique (1966), de Héctor Veitía—, Sara Gómez profundiza de forma más concreta en el relato que las clases populares y los sujetos negros cubanos erigen sobre sí mismos y sobre las condiciones que los interpelan, en torno a los antagonismos que estas y estos plantean frente al sistema de pensamiento y orden para el mundo que impone la blanquitud, alrededor de los acervos musicales pero, al mismo tiempo, «junto a» quienes los construyeron y alimentaron. 

Y… tenemos sabor (1967) es, quizás, el trabajo que mejor ejemplifica estos intereses. Se trata de una película que, de la mano del luthier Alberto Zayas, recorre los orígenes y los usos de numerosos instrumentos utilizados para la música bailable. 

La cineasta combina descripciones técnicas e históricas con actuaciones en directo de los conjuntos Changüí, Típico Habanero, Clave y Guagancó y Conga de Santiago de Cuba, así como de los tríos Los Decanos y Virgilio, Almenares y Márquez. 

Además de instruir al espectador en las diversas variantes musicales y en su reconocimiento a la hora de ejecutarlas, Sara Gómez registra a quienes cantan y danzan en solares, calles destartaladas, entierros o reuniones espontáneas, todo ello sin incurrir en pintoresquismos paternalistas, aunque cuestionando la persecución de lo festivo en el espacio público o su secuestro desde el poder como relato oficial, según ocurrió con el caso de P.M.

La cinta recupera a algunos precursores de la investigación sobre el legado africano en la cultura de Cuba, como Fernando Ortiz Fernández, Argeliers León, Lydia Cabrera y Rómulo Lachatañeré. No obstante, Y… tenemos sabor termina con una referencia a los nuevos ritmos experimentales de la época. Un joven Chucho Valdés y su Combo —formado por leyendas del tamaño de Carlos Emilio Valdés, Julio Vento, Manuel Armesto «Cala», Roberto Concepción y Orlando «Cachaíto» López— abren las raíces tradicionales hacia el horizonte del jazz afrocubano, sin tener en cuenta las suspicacias que estos ritmos de orígenes yanquis provocaban durante aquellos momentos. El fraseo evocativo de Amado Borcelá Navarrete, «Guapachá», su genuina mezcla entre la guaracha y el be-bop, garantiza que las músicas populares seguirán su andadura en los tiempos venideros. 

 

Mi aporte…

Estrenada en 1972, Mi aporte… es, probablemente, una de las mejores películas de Sara Gómez, pues en ella se condensan los más importantes rasgos de su quehacer cinematográfico y de las novedades que introdujo en el cine cubano de la época. 

El acercamiento a ciertos procesos sociales desde experiencias situadas, complejas, que no siempre arrojan un testimonio preciso sobre lo que está ocurriendo. Su constante problematización del proyecto revolucionario desde aquellos sujetos que lo constituyen y que permanecen al margen de los conceptos ecuménicos. El cine entendido como un lugar donde se reelaboran y se modifican permanentemente las posiciones de escucha y de toma de la palabra. El rechazo al folclorismo de clase y a la soberbia burguesa.

Mi aporte… investiga qué conclusiones pueden sacarse sobre la presencia de las mujeres en el ámbito laboral trece años después del triunfo de la revolución. Para ello, Sara Gómez articula el documental en cuatro secuencias que de algún modo recapitulan lo ocurrido, pero que también lanzan algunas preguntas hacia el futuro. 

Las palabras del Che Guevara abren el filme. En ellas se describe un proletariado sin sexo, unido por causas comunes y enemigos indistintos. Sin embargo, pronto comenzamos a ver y a oír cómo diversas mujeres contradicen al guerrillero; a la propaganda que cuenta panegíricos del trabajo femenino y que la cineasta incorpora de vez en cuando; a los anuncios estereotipados de operarias sonrientes; a las opiniones punitivas de los compañeros hombres, quienes juzgan con suficiencia lo que la mujer aporta —y, especialmente, lo que resta— a la productividad industrial. 

«¿Estaremos creando las condiciones para la mujer nueva?», se interroga Sara Gómez en un momento de la cinta, a lo que ella misma responde minutos después, quizás a modo de réplica para el «hombre nuevo» promulgado por el Che: «Hay que violentar la consciencia masculina que impide a las mujeres desarrollarse. Hay que agredirlos, tenemos armas. Yo, al menos, renuncio a declararme impotente».

La cineasta toca aquí un tema espinoso para la época: mientras las mujeres cubanas se han incorporado al espacio laboral, en el ámbito doméstico continúa reproduciéndose el sexismo, sobre todo entre los revolucionarios. De este modo, las dobles jornadas asumidas por las mujeres y naturalizadas desde los idearios sociales dificultan sus posiciones en la esfera pública, aumentan su precarización económica respecto a los hombres y construyen subalternidades dentro de una misma familia.

Pero las mujeres que protagonizan el documental no representan una idea arquetípica de mujer, al revés: pertenecen a clases diferentes; tienen edades y trabajos distintos; son negras, mulatas, blancas, viudas, solteras, novias; con familias numerosas; o que han preferido no tener descendencia. Ninguna explica sus orientaciones sexuales. En definitiva, todas esas mujeres hablan desde especificidades que colisionan entre sí e impiden un solo discurso, un encapsulamiento de las vicisitudes, una única receta que cauterice la complejidad. 

La última secuencia de Mi aporte… es un debate mantenido por obreras de una fábrica tabacalera, quienes previamente habían observado la grabación de una charla entre Sara Gómez y una diseñadora, una periodista y una investigadora científica. 

Las reflexiones articuladas y programáticas de estas cuatro jóvenes de clase media, incluida la propia cineasta, preceden a los testimonios intempestivos de las señoras que más tarde veremos en su puesto de trabajo. 

Sara Gómez fuerza, así, desde una honestidad incluso autocrítica, el antagonismo entre las chicas vestidas a la moda, que dialogan en un ambiente relajado, dentro de un espacio cuya decoración responde a los códigos de modernidad de la época, y el grupo de trabajadoras de otra extracción social, otros sistemas morales, otras gramáticas. 

Aunque pueda parecerlo, la secuencia no compara personas con estudios universitarios y personas sin formación académica. Por el contrario, Sara Gómez amplía el zoom político de su cámara para mostrarnos distintas formas de oponerse a un machismo totalizador, cuyo anclaje atraviesa poderes adquisitivos, acumulaciones de conocimiento e ideologías.

Y... tenemos sabor
Y... tenemos sabor
Guanabacoa: crónica de mi familia
Guanabacoa: crónica de mi familia
    Cinema a la fresca amb Sara Gómez. La Virreina. PH: Sergio Ramos.
    Cinema a la fresca amb Sara Gómez. La Virreina. PH: Sergio Ramos.
    Cinema a la fresca amb Sara Gómez. La Virreina. PH: Sergio Ramos.
    Cinema a la fresca amb Sara Gómez. La Virreina. PH: Sergio Ramos.