La sombra del dominguero
Conversación entre Art Larson y Adolf Alcañiz
07.11.2022
Art Larson (San Diego, 1962) cuestiona la relación entre la obra que vemos y el artista que la ha creado. Destaca la perspectiva del forastero, el observador que se reconoce a sí mismo en lo que se pasa por alto. Muestra el residuo de los momentos ordinarios, acumulado a lo largo de una vida, y la sombra del artista que no deja rastro en el paisaje, pero que forma parte de él.
La trayectoria de Art Larson desafía cualquier intento de tipificación e, incluso, cuestiona esa necesidad —propia del campo del arte— que empuja a prestigiarse a partir de una literatura crítica que la narre.
El fracaso en las expectativas, el equívoco como fundamento epistemológico, la escatología o la posición social del artista son algunos de los temas que comparecen en La sombra del dominguero, un título que alude a cierto carácter hilarante, a cierta risa política y en absoluto frívola, desde la cual afronta Larson la mayoría de sus piezas.
En contraposición a las grandes decisiones y los proyectos definitivos, en estos trabajos se aprecia que todo puede ser una cuestión de énfasis, parafraseando el título del libro de su compatriota Susan Sontag. Sin embargo, la intensidad también significa moverse por territorios aparentemente contradictorios, entre lo que carece de acabado o presenta un acabado amateur y el virtuosismo formal, entre la performance humorística y el documento videográfico.
El filósofo francés Jean-Luc Nancy escribió en La comunidad desobrada (1983) que la desobra no es una apología de la inacción, sino un alegato para producir mediante posiciones indetectables, un hacer obra desde cualquier sitio y mediante cualquier material, con el objetivo de desembarazarse de las dos preguntas ontológicas por antonomasia: ¿esto qué es?, ¿esto qué significa?
Diríamos que dicha pulsión se observa en las propuestas de Art Larson, las cuales cabe entender no solo por lo que tienen de procesual, sino, sobre todo, por aquello que las aleja de un relato entregado a la coherencia o al discurso sin fisuras.
En este sentido, son precisamente los restos lo que impide al arte cerrarse en sí mismo, enseñorearse dentro de sus límites. Son los residuos con los que de alguna manera opera Larson aquello mediante lo cual logra un lenguaje modulable, un idioma que salta desde la sensibilidad hasta el humor, desde lo frágil a lo improcedente.
Viendo las piezas reunidas en La sombra del dominguero uno se interroga sobre qué sería del museo si este no hubiera desestimado las formas tentativas, si en vez de abrazar los más diversos dogmatismos, en las salas de exposiciones se transitase por una suerte de viaje hacia ningún sitio, una odisea desde todos los lugares y desde ninguno en particular.