Pol Guasch (Tarragona, 1997)
Digo: escribir es un ejercicio para hacer frente a la complejidad. Vaciar el estereotipo. Combatir el prejuicio. Confiar en la posibilidad de una creación nueva, de una creación otra. Creer en las palabras para zurcir nuevas estrategias, sí, pero también para ocultar lo que soy (¿qué soy?) y abrir una brecha profunda, inexplorada, desconocida. Y aquí se cuecen también el sexo, el género, las manos que se abren vacías delante del otro, delante de mí: la poética (¿la mía?) existe porque algo se mueve, me roza, me acaricia, me pincha. Y escribir, entonces, es una consecuencia que tiene forma de pregunta: todo esto, ¿por qué es así? ¿Por qué el sexo no es un? ¿Por qué el género duele? ¿Por qué el cuerpo me arruma, y me hunde, y me repliega, y después me hace flotar? No una respuesta, un indicio no lo suficientemente claro. Vuelve, digo, vuelve, vuelve, vuelve. La lengua, el cuerpo, estas líneas; quizás escribir debe ser eso, ir un paso por delante de las palabras, y exceder así otros corsés: multiplicar el sexo, expandir el género, habitar un lugar que no existe, todavía.