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Fotografia: Jordi Puig
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Del fondo del mar

Pasó hace muchos años, muchos, nadie puede saber ni recordar. Y pasó cerca del mar. Llegó del mar, no como un barco, tal vez encima de un barco, o llevado por las olas o por su fuerza, porque era vida. Y fue alimento. Y después objeto, para llenar y para vaciar. De agua, de comidas, de tesoros, de sonidos.

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El regalo de las olas (Fotografía: Oriol Rossinyol)

El caracol de mar, cuando no se utilizaba como jarra o como recipiente, descansaba en cualquier rincón y a menudo las manos de los niños buscaban en él lo que desconocían. Puesto junto a la oreja, el caracol era la puerta de todos los sueños. Todos los sonidos del mar estaban dentro: Las olas que bañaban los barcos, los cantos de los peces del océano y quizás también las voces de los pescadores atrapados para siempre en las profundidades del inmenso azul. A escondidas, cada niño tenía su viaje, su sueño, su canción. Y en cada lugar cerca de los mares de este planeta, los caracoles contaban, en voz baja, las historias de las aguas.

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El viaje, los secretos y los sueños (Fotografía: Oriol Rossinyol)

Y un día, en un lugar o en muchos lugares bañados por las olas, el caracol de mar se rompió. Pero no muy roto, sólo por la punta, por el extremo cerrado. El objeto ya no servía para contener agua ni ninguna otra cosa. Por el pequeño agujero todo saldría. Nada se podría guardar dentro. Y la niña que escuchaba los sonidos de las olas lejanas cantando dentro del caracol, se llenó de angustia. Esperaba a su padre, que con otros pescadores perdidos en la oscuridad de la tormenta, no podía regresar a la costa. Si ella desde tierra no escuchaba los sonidos dentro del caracol, su padre quizás no volvería. Era el vínculo entre mar y tierra. El camino de regreso.

Con sus labios besó con fuerza el pequeño agujero del caracol. Los sonidos no se podían perder. Su beso hizo surgir del caracol un sonido potente y fuerte. No eran los sonidos constantes y cambiantes que siempre escuchaba. Era como un grito profundo que los reunía todos en uno solo. Un clamor potente que iba más allá de las olas de la playa. Y detrás de ese beso otro, y otro. Cada vez más largos, como los sonidos que surgían de ese objeto y llamaban a las barcas perdidas en el océano.

Y en medio de la oscuridad, los pescadores se orientaron hacia la costa escuchando el canto del caracol.

Como todos los descubrimientos o inventos de la humanidad, a veces son obra de una persona o de una cultura, pero también a menudo son hechos que se desarrollan en diferentes lugares, simultáneamente o en épocas distintas.

Desde ese día, todos los barcos llevaron siempre un caracol para comunicarse. También desde las costas de todo el planeta, el sonido del cuerno marino guiaba a los navegantes a través de las nieblas y la oscuridad.

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El sonido que comunica (Fotografía: Oriol Rossinyol)

Y la caracola marina, en manos de los hombres, viajó tierra adentro, y las señales que llamaban a los marineros también sirvieron para que las personas en las montañas se comunicaran. Y pasaron los días, los años y los siglos y ese animal venido del mar, acompañante fiel de navegantes, dejó de sonar. Sirenas y otros instrumentos más sofisticados fueron sus sustitutos en la comunicación marina. Y el caracol que contó al oído sueños y secretos a los niños, aquel objeto que la curiosidad humana, el deseo y el azar transformaron en guía sonora de los navegantes, fue olvidado.

Desde tiempos prehistóricos, la caracola marina ha sido utilizada para la comunicación sonora de los navegantes. Se conservan ejemplares de más de 5.000 años, algunas encontradas en excavaciones lejos de la costa, lo que confirma su uso tierra adentro. También fueron utilizadas como instrumento de señales en ejércitos, sustituidas a veces por cuernos de animales y después por instrumentos de metal. Hasta mediados del siglo XX era obligatorio llevar en todos los barcos una caracola marina para la señalización acústica.

Pero, hace también miles de años, alguien, en alguna o en diversas culturas bañadas por las aguas, buscó dentro de la caracola de mar aquello que no podía ver. ¿Dónde estaban, de dónde venían cada uno de los pequeños y mágicos cantos que formaban la voz que comunica, el clamor que avisa?

Y esa concha de animal, la que contiene la danza de todos los sonidos, la que canta con un grito potente y salvaje, fue el origen. En cada rincón de este planeta surgieron nuevos ingenios que querían cantar. Un cuerno de animal, un hueso, una rama de árbol perforada, una caña de bambú, la madera manipulada y los tubos de metal, fueron otros objetos que contribuyeron en la búsqueda del sonido. Todo el potencial sonoro de esos tubos había que dejarlo salir. Y las culturas, cada una con sus materiales, buscaron, descubrieron y ordenaron los sonidos escondidos.

La búsqueda y transformación de los objetos sonoros utilizados por las culturas como herramientas de comunicación generó nuevos instrumentos con más posibilidades sonoras. El objeto sonoro pasa a ser un instrumento musical.

Primero el beso, la fuerza de los labios. El aire que sale y viaja por el tubo, por el camino. Cada acción y cada parte del objeto, la presión de los labios, el volumen de aire, la longitud y la anchura del tubo, definían el sonido. El objeto ya es un instrumento y los sonidos que comunican a la distancia se transforman en música.

Al hacer vibrar los labios apoyados en el extremo de un tubo se produce un sonido que depende de la vibración del aire emitido y de las dimensiones del tubo. A partir de las variaciones de la geometría del tubo y de las diferencias de presión de los labios se pueden obtener diferentes sonidos. Esta técnica se desarrolla en todo el planeta y cada cultura utiliza sus materiales y técnica para crear instrumentos y músicas. Los conocemos como instrumentos de lengüeta.

Y los caracoles nacidos en el mar, cantan en los rituales hinduistas, coreanos, japoneses...

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Nagak, caracola com enbocadura de plata (MDMB 12801, fotografía de Esther Fernández)

Y las ramas de eucalipto perforadas por las termitas del continente australiano se transforman en el didgeridoo de los aborígenes de ese territorio.

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Australiano tocando un didgeridú (Fotografía: Kenneth R. Hendrix, dominio público)

Y en las montañas más altas del planeta, en los templos tibetanos, como el sonido de una caracola de mar, los huesos de quienes ya no tienen vida dan voz a su recuerdo.

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Rkang gling tibetano, fémur humano (MDMB 13263, fotografía de Esther Fernández)

Y los cuernos de los animales llenan de música los cinco continents.

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Wakra, cuerno sudamericano (MDMB 846, fotografía: Josep Parer)

Y artesanoss y músicos recuerdan los animales y la madera en sus manosse transforma en serpentón, corneta o trompa alpina.

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Serpentón, corneta renacentista y alphorn (MDMB 547, MDMB 1118 y MDMB 1048, fotografías de Jordi Puig)

Y de las entrañas de la tierra el metal en manos de los hombres se convierte en instrumento.

Y trompas, trompetas, tubos, trombones, fiscornos... esperan el beso del músico para llenar el mundo de música y emoción.

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Trompa natural (MDMB 539, fotografía de Jordi Puig)

Buccén, helicón, trompeta de Lorena, trompeta de pistones, trompeta, tuba, dung chen...

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