La obra de Carbonell se puede situar en el marco, de límites imprecisos, de la creación europea y norteamericana de los últimos cuarenta años: un espacio definido por un arte sonoro alejado de los objetivos y parámetros de las vanguardias de los años sesenta, surcado por autores de diferentes ámbitos y generaciones que han transfigurado el universo de las músicas recientes. Pese a la pertenencia de Carbonell a dico marco generacional y estético, y a su proximidad a caminos como los de Morton Feldman, Giacinto Scelsi o Gérard Grisey, su corpus compositivo se perfila como un unicum en el contexto tanto local como hispánico que ha marcado profundamente toda una generación.
Carbonell ha elaborado un universo personal singular, identificable y evidente en la escucha. Erigida sobre unos ejes constantes, su música se entiende como una vía de contemplación, como un viaje aventurado hacia los paisajes del alma y como un centro de atención hacia la trascendencia. El tiempo en suspensión en una sonoridad orgánica, siempre móvil y cambiante, embasta un tejdo austero y oscilante entre la presencia y la ausencia: un gesto sonoro que crea espacios resonantes y que enlaza lugares, tiempos, latidos y trazas de vida.
En ocasión del homenaje dedicado al autor en el festival Encontre Internacional de Compositors en 2016, Carbonell escribió un breve poemario a partir del cual seleccionó un conjunto de objetos de su colección personal en forma de cinco secciones o retablos profanos, con los siguentes títulos:
I – Inicios del caminar, II – Lugares o estancias transformadoras, III – Contemplación, IV – Exilios y desiertos, V – El damero activado, el camino hacia el final.
Estos retablos enmarcan la proyección del documental L'esmalt clivellat, que el cineasta Doménec Boronat dedicó al compositor en 2017.
Presentada póstumamente en Palma la pasada primavera, y en esta ocasión por vez primera en su ciudad natal, la muestra es un reconocimiento a una de las voces más sólidas y singulares de la música actual.