CRISTIANISMO | Fandango Jarocho #Trànsits
[NOTAS DEL PROGRAMA DE MANO, EXTRAÍDAS DEL WEB DEL AUDITORI]
El Fandango como Hogar Simbólico: Una Respuesta a la Sociedad del Rendimiento
El concepto de “hogar simbólico”, tal como lo entiende la antropología social y cultural, va más allá de la ubicación geográfica. Es un espacio psicosocial de pertenencia y seguridad, tejido a partir de prácticas culturales y rituales compartidos. Es un lugar donde la comunidad se reconoce y se arraiga atemporalmente.
Antonio García de León, en sus estudios sobre el sotavento veracruzano, muestra cómo el fandango, además de ser una celebración musical, es un ritual que estructura y da sentido a la vida colectiva. Es decir, forma parte de la cotidianidad religiosa y sincrética de las comunidades, como un bautizo o la “paseada” del santo del pueblo. Dos de las expresiones más destacables serían las fiestas de “la rama” en Santiago Tuxtla (vinculadas al nacimiento de Cristo) que comienzan el 25 de diciembre y culminan el 2 de febrero con las fiestas de la Candelaria, celebrando un fandango diario. Ese día, junto con músicos de toda la región, se congregan para celebrar lo que sería la fiesta más grande del fandango y del son jarocho en el pueblo de Tlacotalpan.
Esta ritualidad se contrapone casi a la perfección con las patologías de la modernidad. Según Byung-Chul Han, nuestra sociedad ha sufrido un “desvanecimiento de los rituales”, lo que ha conducido a una pérdida de sentido, a la aceleración y a la fragmentación del tiempo. En la sociedad del rendimiento, el individuo se convierte en un proyecto autoexplotado, perdiendo el sentido de la comunidad y la capacidad de habitar el tiempo de forma significativa.
El Fandango ofrece un espacio de resistencia ritual. La tarima, como núcleo comunitario, simboliza el suelo y el arraigo. El zapateado rítmico de los participantes es una danza y una percusión colectiva que funde las individualidades en una sola voz rítmica y armónica. Es una conexión que no depende de dogmas, sino de la experiencia vivida y sentida en el cuerpo, generando una espiritualidad de la tierra y la pertenencia, de la comunidad y la identidad.
Dentro del fandango son necesarios diferentes roles, que no son estáticos, pero algunos sí están definidos por responsabilidad y recae sobre los anfitriones y las personas de mayor edad. Las músicas, las bailarinas, las cocineras, las encargadas del orden y cuidado del espacio. Todas las personas son parte del ritual. La tarima vincula a todos los participantes sin separar en público y realizadores.
A diferencia de la sociedad de la transparencia, el fandango genera un sentido de comunidad mediante la repetición, la memoria y la tradición oral. “La Versada” tradicional que se canta e improvisa, actúa como hilo conductor que une el presente con el pasado, reforzando la memoria colectiva y proporcionando una narrativa compartida. Este ritual libera al individuo de la carga del narcisismo y lo sitúa en un contexto de pertenencia, creando un “habitar el tiempo” que se convierte en un refugio ante la fugacidad y la constante demanda de rendimiento.
Destaca la idea de que la espiritualidad del fandango no es un concepto abstracto o un ejercicio mental, sino una práctica concreta. Es una forma de sentirse parte de algo más grande que uno mismo, de encontrar un sentido sagrado en lo cotidiano a través del ritmo, el sonido y el movimiento. Es un ejemplo vivo de cómo la música y el ritual pueden construir un hogar simbólico, un espacio donde el ser humano encuentra sentido y arraigo en un mundo que, cada vez más, tiende a desmaterializar los lazos y diluir las fronteras entre el individuo y la comunidad.
Es notable cómo esta tradición, como espacio de resistencia, ha resonado en múltiples lugares del mundo, creando una comunidad fandanguera en América del Sur y del Norte, en diversas ciudades de Europa, España y, concretamente, en Barcelona, donde hace más o menos unos 20 años se han buscado espacios para ser parte de esta tradición.
La tarima reunió al sol
Junto a la luna en un son.
A mi abuelo dio razón
En un jarocho crisol.
El fandango sigue el rol
De espantar a todo mal
Con un verso o un tamal
E incluso se ríe del mundo
Siendo el suelo más fecundo
De música espiritual.
Simao Hernández Carrillo
Antropólogo y músico