El valor del silencio
En nuestro contexto laico globalizado se suelen guardar unos minutos de silencio en señal de respeto, recogimiento y pésame. El contexto religioso acepta estos sentidos, pero va más allá.
El silencio en un contexto religioso se define principalmente como la ausencia de habla; su definición se fundamenta, pues, en una negación. Se compara el silencio con el oro por su valor, precisamente porque, entre los metales, el oro también se caracteriza por un rasgo negativo: es incorruptible, no se oxida. El silencio también es el elemento característico del célebre Mutus Liber (s. XVII), libro alquímico en el que se describe, sin palabras, el procedimiento de elaboración de la piedra filosofal, capaz de convertir cualquier metal en oro.
Aunque parezca paradójico, no solo obtenemos provecho de lo que no existe, sino que eso mismo nos resulta realmente indispensable. Como dicen los taoístas: la rueda gira en torno a un centro vacío e inmóvil, nos servimos de los vasos por su vacío y las casas solo pueden ser habitables gracias a sus puertas y ventanas.
Para todas las religiones, el origen del universo es inefable. El taoísmo lo deja bien claro: “El Tao del que se puede hablar no es el Tao eterno”. La misma sabiduría se caracteriza también por su naturaleza silenciosa. Se explica que cuando Confucio encontró a Lao Tse, este último le preguntó: “¿Has descubierto el Tao?”. Y Confucio le contestó: “Lo he buscado veintisiete años y no lo he encontrado”. Lao Tse se limitó a darle un consejo: “El sabio ama la oscuridad, no se entrega al primero que llega y estudia el tiempo y las circunstancias. Si el momento es propicio, habla; si no, calla. Quien tiene un tesoro no lo enseña a todo el mundo. Quien es verdaderamente sabio no revela su sabiduría a todo el mundo. Eso es todo lo que tengo que decirte, aprovéchalo”. Al volver de esta entrevista, Confucio dijo: “He encontrado a Lao Tse, parecía un dragón (long); no entiendo cómo puede ser llevado por los vientos y las nubes y elevarse hasta el cielo”.
En el hinduismo la palabra mauna puede designar tanto el silencio como la soledad. Es uno de los tres tipos de votos o sacrificios (vrata) que puede llevar a cabo el fiel hindú: de acción, palabra o pensamiento. La escuela tántrica concibe el universo como un despliegue y expansión de la palabra primordial (vac), que surge y se subordina siempre al silencio. La escuela vedántica hace del silencio el centro de prácticamente todas sus conversaciones; la Madukya Upanixad, por ejemplo, menciona el silencio como uno de los atributos del cuarto y más elevado estado espiritual (turiya).
Buda aconsejaba la práctica del noble silencio (ariya tunhibhava) y la abstención de discusiones y conversaciones vanas. El silencio y el vacío (sunyata) expresan la serenidad (samatha), que es la verdadera naturaleza de la mente. El objetivo de la meditación iluminada (vipassana) es descubrir precisamente esta serenidad.
En la Antigua Grecia el silencio estaba íntimamente relacionado con los misterios. La etimología griega de misterio y mística deriva así de una misma raíz que significa ‘cerrar herméticamente’ o ‘callar’. Recordamos que los antiguos misterios griegos implicaban ritos de carácter iniciático, es decir, ritos esotéricos reservados a una minoría. Los más populares eran los misterios eleusinos, ligados al ciclo agrario y al simbolismo de la semilla.
El judaísmo recuerda constantemente que el nombre de Dios es inefable. En la Tanakh judía el silencio suele ser señal de luto y tristeza y se menciona particularmente en relación con los sacrificios oficiados en el templo. Por otra parte, la cábala compara el silencio con la metáfora del desierto: lugar de exilio pero también de revelación. Se habla de un ayuno de palabras (taanit dibbur) y de la oración silenciosa (tefila be-lakhax). El Zohar atribuye al silencio el poder de reconstruir el templo.
El cristianismo ve a Jesús como la palabra de Dios (logos); el hijo da testimonio del padre como la palabra da testimonio del silencio. Muchas órdenes monásticas cristianas observan el voto de silencio y contemplan el periodo litúrgico que va de las últimas oraciones de la noche a las primeras oraciones del alba como el gran silencio. San Juan de la Cruz escribía a una monja carmelita: “Nuestra tarea más importante consiste en permanecer en silencio ante este gran Dios, en silencio con nuestros deseos como también con nuestra lengua”. Dentro del cristianismo ortodoxo, la tradición del hesicasmo toma su nombre precisamente del silencio (hesikhia). El silencio es visto como uno de los medios que llevan a la obediencia y a vaciarse de uno mismo (kenosis).
En el islam el profeta Muhammad también aconseja callar antes que tener conversaciones vanas. El sufismo menciona el silencio como uno de los cuatro ornamentos (hilya) y principios del conocimiento (arkân al-ma'rifa) de la categoría iniciática de los abdâl: silencio, soledad, hambre y vigilia. El silencio se relaciona con el secreto (sirr) del conocimiento de Dios y de la revelación.