LA ENTREVISTA | Amadeu Carbó: “Es necesario que la política sea valiente y haga visibles todas y cada una de las religiones, confesiones, culturas y lenguas que conviven juntas”
Amadeu Carbó es folclorista especializado en el mundo festivo y asociativo desde diversos ámbitos, y conjuga su trabajo como teórico con su empleo de acompañamiento a personas adultas con discapacidades intelectuales y en la dirección del centro ocupacional Taller Sant Camil. Como educador social, experimenta día a día la capacidad del calendario festivo de cohesionar y visibilizar las diferentes realidades.
A continuación, profundiza en esta cuestión y remarca la importancia de abordar el patrimonio y la tradición como cosas vivas, que se mantienen y a la vez mutan constantemente con una ciudadanía religiosa y culturalmente plural.
- ¿Cómo llegas al mundo de la cultura popular, cómo lo trabajas?
Ya me introduje en este mundo de adolescente. En los años 70 y 80, el barrio del Guinardó hervía, la gente se organizaba para hacer un barrio mejor. Una de las iniciativas la lideró el Grup Torxa, un grupo de familias de la parroquia Mare de Déu de Montserrat, que fundó lo que hoy sería un ateneo, pero uno minúsculo. Allí empecé a vivir en primera persona lo que es la cultura popular, con una libertad que, en aquel momento, era difícil de encontrar en ninguna otra parte. También había una biblioteca especializada en tres temas: la República, el excursionismo y, justamente, la cultura popular. Al mismo tiempo, en esa ebullición, cuando yo tenía unos 14 o 15 años, fundamos una colla de diables con unos cuantos jóvenes más y nos vinculamos a los geganters, en Sant Joan. Todo eso fue mi plataforma de salida.
Paralelamente, también en mis años de juventud, empecé a desarrollar una sensibilidad social muy concreta, debido a mi militancia y mi participación en el esplai del barrio y otros centros. De ahí salió mi vocación profesional, las personas, y ahora ya hace 34 años que trabajo con personas adultas con discapacidad intelectual.
Esas dos realidades acabaron conjugándose el día que descubrí todas las posibilidades que abría el calendario festivo en el trabajo con personas, sobre todo para el trabajo terapéutico y de proyección. Se trata de experimentar con la tradición, realizando actividades propias de diferentes festividades: el ou com balla por Corpus, un teatro de sombras chinas por Sant Jordi, un pesebre viviente en Navidad, que este año ha rondado las 1.600 visitas… Y todo ello, siempre de cara a la ciudadanía, a la exhibición, con la idea de invadir el espacio público, ejerciendo nuestro derecho a ser visibles.
- Y ¿cuándo llega el Amadeu folclorista?
Fui de la práctica a la teoría. Poco a poco, empecé a ir más allá de la manifestación festiva: empecé a observarla, a estudiarla… He acabado publicando libros, dando conferencias, participando en investigaciones, exposiciones… Y basándome en la observación, porque los folcloristas no somos antropólogos, ni sociólogos ni historiadores, somos básicamente curiosos.
Y a partir de eso, de la vertiente teórica, la bola ha ido creciendo, y he entrado en el mundo de la gestión pública cultural, y he sido miembro del Consejo de Cultura Popular y Tradicional del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya (actualmente, la Dirección General de Cultura Popular y Asociacionismo Cultural), y hoy soy miembro del Consejo de Cultura de Barcelona. Es como un gran universo que, a veces, incluso da vértigo.
- Desde todas estas visiones que confluyen, ¿qué es para ti la fiesta popular? ¿Por qué es importante?
La fiesta, si es popular, construye lazos entre gente que convive. Es una herramienta de cohesión y de convivencia, y también un momento de tregua, de tregua de los malos rollos, de la rutina, del ritmo frenético. Aparte de eso, la teoría ha hecho unas definiciones máximas de la fiesta popular con las que yo no me siento cómodo. Por ejemplo, la fiesta mayor se ha definido como “el elemento máximo de expresión de comunidad de un pueblo”. Esa definición tenía sentido 40 años atrás, cuando las comunidades eran homogéneas y la fiesta era un espacio donde cada uno tenía un lugar. Pero eso ya no es así; nuestro país ha cambiado y está cambiando mucho demográficamente.
Y eso es cierto incluso en la comunidad más reducida, la local, que es donde yo pienso que tiene que ponerse el foco. Aquella comunidad igual, con creencias y denominadores comunes, ha saltado por los aires. Pero las manifestaciones festivas que tenemos no reflejan esta realidad, solo acogen o tienen sentido para una parte muy concreta de la comunidad.
- ¿Cómo definirías esta heterogeneidad desde la perspectiva de una cultura popular común pero diversa?
Hay que dejar al margen la palabra “integración”. A mí me da mucho miedo esta palabra, yo no quiero que se me integre en los lugares, yo quiero pertenecer a ellos. Integrarme significa renunciar a mi bagaje cultural, a mi idioma, a mi tradición oral, a mi universo legendario y de cuentos…
En una sociedad heterogénea como la nuestra, todo el mundo debe aportar su propio bagaje, y eso solo puede hacerse de forma natural, no hacen falta grandes planes de ninguna administración, sea cual sea. Lo mejor es siempre que las cosas sucedan con naturalidad dentro de cada barrio. La obligación de la ciudadanía organizada es ir a buscar al recién llegado y hacerle fácil la acogida. El resto vendrá después.
Y es que todas las personas vienen con una mochila, y las mochilas son patrimoniales. Eso sí que es el verdadero patrimonio inmaterial, y no es algo único y homogéneo, es un mosaico cultural, un puzle de muchas y diversas culturas, que son las que configuran el país. Y pienso que existe una mala praxis desde las administraciones, que es la manía de hacer grandes planes, cuando la solución está solo en hacer visible ese puzle.
- Una parte importante de ese bagaje, sobre todo en cuanto a las celebraciones, es la religión. ¿Cómo equilibrar una sociedad etiquetada como “laica” con el mosaico cultural y religioso que la compone, y cómo hacerlo desde la fiesta popular?
Decir que la sociedad en el siglo XXI es laica es un argumento de una indigencia intelectual bestial. Las sociedades no son laicas, porque están construidas de individuos que pueden o no tener creencias. La Administración debe tener una mirada laica, sí, pero no en el sentido de ignorar el hecho religioso, sino de observarlo en todo el mundo por igual.
Pero, últimamente, existe la tendencia de vaciar las fiestas de todo contenido religioso. En Barcelona, por ejemplo, tenemos la fiesta del Corpus, que es una fiesta patrimonial de interés nacional en la que se organizan procesiones desde 1320. Y ahora cogen y la llaman “la fiesta del ou com balla”. O también hay ahora “la fiesta del solsticio de invierno”. Tú, como individuo, puedes decir que celebras el solsticio, pero colectivamente lo que celebramos es la Navidad.
Y eso hay que reivindicarlo con contundencia, porque, si no lo hacemos, al final tendremos unas fiestas totalmente vacías de contenido, unas fiestas que ya no responderán a nada. Yo lo veo como un pastel de mantequillas de colores. Lo cortas, y cada capa de mantequilla es una generación. El cristianismo, dicen, arrancó todo lo romano, pero realmente construyó encima de ello. Y lo mismo con las fiestas populares actuales: la fiesta mayor, aparentemente, es laica y municipal, pero de eso hace cuatro días. Las hay que celebran 170 años, y eso es porque se arraigan en las fiestas patronales. En Barcelona tenemos a la Virgen de la Mercè, Santa Eulàlia…, y no hay nada que decir.
- ¿Cómo puede contribuir ese contenido al reconocimiento de la diversidad cultural catalana?
Eliminar ese contenido es un error, primero, porque el contenido define las identidades. Pero es que, además, garantizar la convivencia en diversidad y construir una identidad donde todo el mundo se encuentre cómodo debe empezar necesariamente por reconocer las cosas por su procedencia, por lo que son. Todas las cosas, todas las celebraciones.
Esa es la belleza de la cultura, y de la fiesta, que es una construcción a capas, común y constante. Yo puedo tener mi fiesta, y a la vez encontrarme cómodo en la tuya, y viceversa, pero eso solo es posible si ambas tienen contenido y nos lo explicamos. No tengo nada claro que para tener una celebración comunitaria amplia tengamos que abanderar un falso esnobismo y eliminar todo lo que se nos ha legado desde el pasado. Salvo que lleguemos a la conclusión de que una fiesta o una costumbre ya no tiene sentido para nosotros, como ha pasado con algunas procesiones de Barcelona, por ejemplo. Esas cosas forman parte de la fiesta viva.
- Que si hay un cambio, sea orgánico.
Claro. ¿Hemos valorado lo que significa renunciar a las raíces que nos conectan con el pasado? ¿Qué nos asegura que empezar a celebrar cosas como la fiesta de invierno hará que tengamos una sociedad más participativa y justa, donde todo el mundo tendrá su lugar?
Ahora, por ejemplo, está muy de moda el decolonialismo. En los museos, por ejemplo. Pero es que nuestra sociedad hunde sus raíces en el colonialismo. Lo que tenemos que hacer es asumir ese pasado e interpretarlo, nunca renunciar a él, porque renunciar es de cobardes. Tenemos que asumir lo que somos y sumar.
Está claro que el calendario festivo actual no se ajusta a nuestra realidad. Pero ¿renunciar a él? Yo no creo que tengamos que renunciar a nada, pienso que tenemos que encontrar estrategias para sumar.
- Pero ¿cómo impulsarlo desde la Administración?
En este sentido, es necesario que la política sea valiente y haga visibles todas y cada una de las religiones, confesiones, culturas y lenguas que conviven. Porque yo no tengo ningún problema con los bahá’ís, ni con los ortodoxos rumanos, ni con los sunitas, ni con los chiíes, ni con los judíos. El problema es que son vecinos míos y no los conozco.
Se trata de hacer una política firme, con estrategias que hagan visibles estas realidades. Porque si las conocemos, si nos conocemos, nos respetaremos.
- A la vez, sin embargo, decías que esto no se podía hacer con grandes planes políticos.
Es que pienso que las estrategias hay que basarlas en cosas mucho más simples, haciéndolas en la calle, conociéndonos cara a cara e intercambiando experiencias. El problema viene cuando nos conocemos a partir de tópicos. ¿Qué te importa a ti si este come o no fuet? Se trata de conocer de primera mano las costumbres que tenemos, las raíces culturales a las que tenemos que acceder y participar.
Para mí, un primer paso idóneo sería hacer un inventario de toda la cultura popular de la ciudad. Que los técnicos de barrio peinen cada rincón de la ciudad y registren todas las expresiones que emanan desde abajo, desde el pueblo: un grupo de marroquíes que explican cuentos de su tradición oral en la calle Indústria, una gente que viene de India que canta y baila en el paseo de Maragall… Si conjugamos todas estas cosas, tendremos una fotografía muy fiel de lo que pasa en la ciudad.
Es necesaria una mirada larga, estratégica y transversal, y también valiente. Por ejemplo, que en la caterva técnica municipal encargada del proceso de diseño de una fiesta, tengan un rol una figura técnica de la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR) y una de Patrimonio, y que aporten contenido y perspectiva.
- ¿Y las experiencias de elaborar un calendario intercultural?
Lo que necesitamos es un calendario de información, no de aplicación. Que haga un retrato realista, que lo recoja todo. Todo, menos los días nacionales. Porque estos no son fiestas naturales del ciclo anual. Todo lo demás sí.
En este calendario es muy importante también el legado religioso, aunque hoy en día pueda haber la moda de deshacerse de él. Porque la realidad es que todas las fiestas vienen dadas de una religión u otra. La religión “religa” individuos en comunidades, y ese común denominador se ha traducido en muchas cosas, entre ellas, las formas de celebrar y los calendarios festivos.
- Volvemos a la idea de visibilidad, de conocernos, incluso de dar espacio público.
El calendario serviría cuando menos para darnos cuenta de que la mirada que tenemos de todo, también de nosotros mismos, es parcial y sesgada. Hay quien me dice que a las procesiones de Barcelona no va nadie. Yo les pregunto: “¿Has ido alguna vez?”. Porque en el Pla de la Catalana se reúnen 3.000 personas por una eucaristía. Y en Mataró y en Hospitalet la Semana Santa es todo un fenómeno.
Y lo mismo con todo el resto de culturas que componen nuestro mosaico. En Barcelona hay un 7 % de musulmanes. También un 1 o un 2 % de bahá’ís. No son pocos. Pero no conocemos esa fe.