“Las religiones son democráticas en una dimensión mucho más amplia que la política”, Ryma Sheermohammadi
El viernes,11 de octubre, en el marco de la Bienal de Pensamiento, en la que Barcelona se ha erigido como la primera Capital Europea de la Democracia, tuvo lugar la actividad “Religiones y democracias: miradas y diálogos sobre gobernanza y religión”, de la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR). Consistió en una mesa conversacional entre dos expertas en el vínculo entre democracia y religión en dos contextos internacionales, y una mesa de experiencias en la que tres comunidades religiosas de Barcelona compartieron sus prácticas de participación y democracia interna.
Durante la Bienal de Pensamiento, una grandísima variedad de espacios y entidades de Barcelona son escenario de actividades y jornadas de reflexión sobre temas primordiales en la crítica y el pensamiento del presente. Este año, estas actividades se han enmarcado en la primera edición de la Capital Europea de la Democracia, de la que Barcelona ha sido la primera parada.
La Oficina de Asuntos Religiosos (OAR) acudió a esta cita filosófica y reflexiva con la actividad “Religiones y democracias: miradas y diálogos sobre gobernanza y religión”, celebrada el viernes, 11 de octubre, en el Centro Cívico Urgell, que giró en torno a los vínculos, potenciales y materiales, que se dan entre la democracia y la espiritualidad. La sesión, conducida y moderada por Oumaya Amghar Ait Moussa, asesora de la Presidencia Ejecutiva y Dirección General del IEMed, se dividió en dos espacios. El primero fue una mesa académica de carácter contextualizador con dos expertas en dos realidades diferentes, en las que el vínculo entre la religión y la democracia (o la voluntad democratizadora tras la participación) se materializa.
Estrella Samba-Campos, doctora en Estudios Árabes e investigadora multidisciplinar especializada en el papel del texto y la oralidad en la construcción de conocimientos y narrativas, presentó el caso de Sierra Leona, donde ella nació, que se caracteriza por una hibridación cultural y religiosa muy profunda, sobre todo entre la mayoría musulmana y el 20 % cristiano. “Sierra Leona es una república secular donde la religious tolerance —tolerancia religiosa, lo que para la ponente es pluralismo religioso— se ha convertido en una seña de identidad“, introducía Samba-Campos. El contacto religioso y cultural se inició en el siglo XVIII, a partir del cual “varias poblaciones afrodescendientes fueron empujadas hacia Sierra Leona, donde construyeron vínculos con el islam y las creencias autóctonas”. Gemma Celigueta Comerma, miembro del Grupo de Estudios sobre Culturas Indígenas y Afroamericanas (CINAF), por su parte, ofreció la visión de los pueblos indígenas de Guatemala. En este país convive tal diversidad de comunidades que se dan, al mismo tiempo, contactos sincréticos y antisincréticos: indígenas y no indígenas, católicas, cristianas indígenas, evangélicas, de espiritualidad maya…
En los casos de los dos países, es el contacto íntimo entre creencias lo que propicia la implementación de prácticas en las que la tradición religiosa se entrelaza con la práctica democrática. En Sierra Leona el vínculo entre confesiones ha dado forma a instituciones como el Interreligious Council of Sierra Leona (Consejo Interreligioso de Sierra Leona), una organización interconfesional que, entre otras cosas, promueve ceremonias interreligiosas. El consejo es, con todo, la institucionalización de un posicionamiento colectivo en el país, “un pragmatismo religioso en el que no existen ciertas rigideces, ni una estructura restrictiva”. Por otra parte, la realidad del cristianismo indígena en Guatemala ha dado lugar a las llamadas ‘cofradías’, que nacieron como organización colonial para el doble rol del culto al santo y la gestión de tierras y bienes, y que en el siglo XIX empezaron a implicarse en el campo político local, donde iniciaron una rotación o ‘sistema de cargos’ en el que el alcalde alterna el mandato con el cofrade mayor. No obstante, este sistema se erosionó mucho en los años cuarenta, cuando “los partidos políticos expulsaron a los pueblos indígenas de la Administración”, lo que, para Celigueta, ejemplifica un choque entre “las formas de organización que conocemos aquí y otros modos de participación que no consideramos democráticos”.
Por eso la ponente abogaba por hacer valer este choque para redefinir el concepto de democracia más allá de la concepción del “sistema de unos partidos políticos que han sido muy antidemocráticos en una región con mucha corrupción, donde se ha excluido unilateralmente a la mitad de la población, la comunidad indígena”. Esto es importante sobre todo en un contexto en el que estas comunidades toman el relevo de la lucha democrática, incluso encontrándose “moribundas”, y así lo defendía Celigueta haciendo referencia a unos bloqueos de carreteras que dos cofradías protagonizaron en el 2023 para responder a un golpe de estado judicial que quería tumbar la victoria de un candidato “que no interesaba a las oligarquías”. Para Celigueta, acciones como esta son la prueba de la “grandísima capacidad de movilización de estas cofradías y su pensamiento en colectividad, por encima del individuo, que quizás no encaja con la preponderancia de la individualidad de nuestras organizaciones”.
En Sierra Leona la comunalidad ha dado lugar a una forma identitaria, relacional y espiritual que no se apoya en el estructuralismo rígido que caracteriza a otros credos, la forma sincrética “cristiano-musulmana”(*): “No te encontrarás una organización en Sierra Leona que estructure la creencia cristiano-musulmana; todo es orgánico, fluido, se crea y se transforma en el entorno familiar en forma de una pedagogía de tolerancia religiosa”, explicaba Samba. Esto es lo que, según la ponente, se podría tener en cuenta en las democracias occidentales: “La mancomunidad es esencial, pero en un país con una estructura rígida, donde pequeños grupos tienen gran influencia política y económica, esta flexibilidad no se permite, y abordar el desconocimiento religioso es primordial para desplazar la influencia de estos grupos”. También habrá que hacer estos esfuerzos en Sierra Leona, decía la ponente, donde poco a poco ciertos grupos evangélicos y musulmanes “están cambiando las reglas del juego, utilizando influencias y desplazando la arquitectura fluida establecida, pervirtiendo la permeabilidad original”.
Con todo, en ambos países se ha instaurado un modelo democrático occidental, de herencia colonial, donde, aun así, perviven formas propias de organización en el seno de la espiritualidad colectiva, que se encaran con estos primeros modelos. “Son praxis que no entienden de ciertas estructuras”, concluía Samba, “e insertarlas en la democracia permite que haya una participación de estas praxis de credo”, sobre el que Celigueta añade lo siguiente: “[Abre] una posibilidad de explorar un diálogo que para nosotros es muy complicado de imaginar sin sentirlo como una traición a la idea de una esencia inamovible”.
La segunda parte de “Religiones y democracias” la constituyó una mesa de experiencias en la que representantes de tres comunidades religiosas de Barcelona compartieron sus prácticas en materia de participación ciudadana y organización democrática interna. En primer lugar, las personas ponentes introdujeron las respectivas entidades. Isaac Llopis Fuster presentó a los Jóvenes Adventistas de Cataluña, una entidad que no solo organiza actividades para la juventud adventista catalana, sino que también crea tejido social y difunde su cosmovisión por ser “un miembro más del diálogo con otras religiones y otras realidades sociales”. A continuación, Luz Mascaray Olivera presentó la Hermandad Obrera de Acción Católica (GOAC), una entidad perteneciente a Acción Católica, nacida en 1946 para “dar un empujón a la cuestión obrera y el trabajo social”. En último lugar, representó a la Asociación de Mujeres Bahaís de Barcelona su presidenta, Ryma Sheermohammadi, que destacó la labor en el ámbito de la igualdad de género, los derechos humanos y la diversidad que desempeñan en su asociación desde la tradición bahaí, una religión basada en las enseñanzas de Bahā’ Allāh, que cree en la unidad de todas las religiones del mundo.
Tras las presentaciones, las ponentes explicaron cómo sus organizaciones contribuyen al fortalecimiento democrático por medio del diálogo, el trabajo de los valores ciudadanos y la participación. En ese punto, Luz Mascaray Olivera calificó la defensa por la democracia como uno de los pilares de la GOAC: “Seguimos un cristianismo arraigadísimo al sufrimiento de la gente, y estamos allí donde cada persona puede trabajar para un mundo mejor, incidiendo en la democratización”. Para Ryma Sheermohammadi, esto es un principio en todas las religiones, que “educan espiritualmente a las personas para que mejoren la propia vida, pero también tengan una responsabilidad social, y esto es democrático en una dimensión mucho más amplia que política”. “Aquí tiene un rol importante la consulta”, continuaba la ponente, “la escucha de la voz del otro buscando puntos en común para construir”. Por otra parte, Isaac Llopis Fuster subrayó el papel de la juventud: “Se dice que la juventud no sirve, que es inexperta y se debe limitar a escuchar. Pero los y las jóvenes aportan frescura, falta de prejuicios, motivación. El cristianismo fue un movimiento joven que cambió Occidente. ¿Por qué no introducir el ímpetu fantástico de la gente joven en la organización social?”.
Esta idea de escuchar e introducir a personas en el debate es primordial para afrontar los retos presentes, por ejemplo, en el caso del género. Seermohammadi lo expresaba como un “cambio de percepción sobre por qué estamos en el mundo y cuál es nuestro papel, y traducir esto en un bien común para los demás, trabajando desde la complicidad y la igualdad, porque la cuestión del género tiene que ver con todos”. “Se trata de ver lo que está pasando”, corroboraba Mascaray, “no con los ojos del rostro, sino con los ojos del corazón, escuchar las voces, salir del texto, y pasar a actuar, acompañando a personas y ambientes. Las mujeres podemos cambiar la mentalidad, buscar alternativas a lo que nos han dibujado”.
Después, las ponentes reflexionaron sobre su posición ante la separación entre Estado y religión como un pilar de muchas democracias actuales, y coincidieron en que la separación es correcta, pero eso no quiere decir que las religiones no sean políticas, y hay que trabajar para impulsar el diálogo. Llopis lo argumentaba así: “Nosotros tenemos que estar en el ágora, aportando ideas, compartiendo para transformar, con acciones que no dejan de ser políticas, como ser agentes de bondad o dar esperanza, pero que no tienen que ver con el Gobierno. En el ámbito del Estado solo pedimos que toda religión tenga su espacio, porque con la laicidad extrema se ha extendido la incultura religiosa, cuando la religión está llena de historias”. En esta misma línea, Mascaray mencionaba también el cuerpo político de la GOAC: “No podemos tener como mandamiento fundamental amar a nuestro prójimo sin implicarnos, sobre todo nosotros, que con la fidelidad a Jesucristo también tenemos la fidelidad al movimiento obrero”. De manera similar, Seermohammadi condenaba al partidismo en la religión: “En un mundo donde dominan las tendencias en obligar a tomar partido, odiar y competir, la religión no puede tener este propósito. Aun así, desde la religión bahaí sí que se busca un diálogo con los gobiernos, porque pueden aprender de ellas para legislar según los intereses de las personas”.
Siguiendo esta línea, las ponentes profundizaron en los modos en los que las religiones pueden influir positivamente en los debates democráticos y contribuir a la justicia social. Desde la perspectiva de trabajar con la juventud, Llopis defendía que es necesario “enseñarla a crear comunidad, sobre todo en la diversidad, porque hoy está muy reducida a las pantallas, a la indiferencia, deben comprender que somos seres sociales, que tenemos la necesidad y la capacidad de dialogar y escucharnos activamente”. Para Seermohammadi, la contribución de las religiones en la justicia social puede venir de una formación en la transversalidad: “Se suele hablar de activismo de maneras muy limitadas, pero creo que es importante formar a la población en principios transversales que muestren cómo se entrelazan los diferentes elementos de la sociedad, haciendo partícipe a todo el mundo y avanzando hacia el campo de la acción”. Mascaray, por su parte, presentó dos acciones en las que la GOAC participa en los espacios públicos para contribuir en la justicia social desde la colectividad. Primero, un encuentro anual en la plaza de Sant Jaume, articulado en la Semana por la Paz – Arcadi Oliveres, en que múltiples creencias, convencimientos y comunidades se encuentran para “nutrir el mundo interior, individual y colectivo”, y, después, una oración multitudinaria y multiconfesional ante el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), también anual.
Para cerrar la mesa, y también siguiendo con la cuestión de este diálogo tan necesario para el impulso de la justicia, las ponentes hablaron sobre cómo y por qué quieren fomentar el diálogo interreligioso desde sus organizaciones. Llopis se preguntaba: “¿Nos exponemos lo suficiente? La diversidad cultural en Barcelona es impresionante, pero la clave es exponerse, ir al entorno público, porque si no te expones quedas dentro de tu entorno, donde las preguntas son más fáciles y dominas el lenguaje, pero fuera surgen otras preguntas y significados”. De manera parecida, Mascaray lamentaba que desde la GOAC aún les “falta impulsar esta relación y este diálogo”, pero subrayaba que “en el ámbito de la defensa de los servicios públicos encontramos a menudo a personas de otras creencias con las que convives en la actuación por la justicia social”. Al otro lado del espectro, Seermohammadi explicó que la propia creencia bahaí es en sí misma un ejercicio de interreligiosidad, ya que es “creer en todas las religiones del mundo, entendiendo que lo que explica el otro es en esencia lo mismo que creo yo”.
Así finalizaba la actividad “Religiones y democracias”, subrayando la importancia del diálogo interreligioso, que Seermohammadi calificaba como “necesario para el entendimiento mutuo e imprescindible para los procesos de paz, que son a la vez uno de los puntos de unión de todas las creencias”. Esta perspectiva recogía también las conclusiones de la primera mesa, haciendo énfasis en la potencialidad política que las religiones esgrimen al margen de las estructuras acostumbradas.