El cuidado de otras personas: corresponsabilidad y paternidad
La incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral formal (oficialmente remunerado) ha provocado cambios importantes en las relaciones de género y en las identidades tanto de los hombres como de las mujeres. Así, los roles tradicionales de género, que asignaban las labores de reproducción y sustento de la vida exclusivamente a las mujeres y las tareas productivas a los hombres (división sexual del trabajo), se han diversificado. Por lo tanto, ahora es necesaria una reorganización del tiempo de la vida cotidiana, tanto para las mujeres como para los hombres, para poder garantizar el bienestar de todas las personas.
¿De qué contexto partimos?
A pesar de este nuevo escenario, se sigue manteniendo una carga desigual de las responsabilidades domésticas y de cuidado. Son mayoritariamente las mujeres las que se encargan del ámbito doméstico, donde se desarrollan las tareas que son imprescindibles para la supervivencia de las personas y el mantenimiento del hogar. La incorporación de las mujeres al mundo laboral formal no ha implicado la incorporación de los hombres al mundo reproductivo en la misma medida, a pesar de la gradual participación de los hombres en el tiempo dedicado a estas labores.
La incorporación de la mujer al ámbito productivo plantea un escenario diferente en un mundo laboral que sigue manteniendo una estructura del siglo pasado (jornadas largas, sin flexibilidad, sin tener en cuenta la vida familiar, etc.) diseñada para los hombres que “tienen una mujer en casa”, es decir, para la familia nuclear tradicional y, por lo tanto, la dificultad de las mujeres para incorporarse al mercado laboral en igualdad de oportunidades es obvia.
Esta situación resulta negativa para ambos sexos. Por un lado, las mujeres están en desigualdad económica y ven limitadas sus posibilidades a la hora de organizar con libertad y de una forma equilibrada su jornada diaria entre cuidados, afectos, familia, profesión… Conlleva una sobrecarga de trabajo con jornadas dobles o triples (con doble presencia) que afecta a su salud.
En consecuencia, el tiempo disponible para proyectos personales y sus opciones en el mercado laboral quedan restringidos, en especial en determinadas etapas del ciclo vital. Todo esto resulta en una desigualdad de derechos y deberes respecto a los hombres, que implica un estatus de dependencia para las mujeres y una mayor dificultad para ser independientes en igualdad de condiciones, sobre todo con relación a salarios y a las posibilidades de acceso a cargos de responsabilidad (techo de cristal).
Debemos tener presente otras consecuencias a nivel social, como la baja natalidad, las dificultades para atender a los hijos, los problemas para conciliar la vida familiar, laboral y personal, el estrés y la insatisfacción laboral por no poder conciliar, la baja productividad, etc.
Para poder avanzar hacia la armonización de la vida cotidiana de todas las personas, resulta imprescindible hacer visible y poner en valor la importancia del trabajo doméstico y de cuidado para el funcionamiento de nuestra sociedad. Asimismo, debemos transmitir la necesidad de un cambio cultural en la concepción del tiempo y las responsabilidades que favorezca la igualdad de oportunidades de hombres y mujeres en una sociedad más justa y equilibrada.