“Nos tenemos que preguntar qué sociedad anhelamos para explicar por qué hay que defender el derecho a la libertad religiosa”, Hatim Azahri

La Casa Golferichs ofreció el pasado 28 de febrero la actividad “¿Por qué debemos defender el derecho a la libertad religiosa?”, organizada por la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR) con la colaboración del Centro de Recursos en Derechos Humanos (CRDH). Consistió en dos espacios de diálogo consecutivos, uno con personas representantes de diferentes comunidades religiosas de Barcelona, y otro con académicos y académicas del mundo de la antropología y la sociología de la religión y el derecho, en los que se compartieron experiencias y reflexiones sobre la garantía del derecho a la libertad religiosa en la ciudad y los espacios donde todavía hay que reivindicarlo.

El derecho a la libertad religiosa es un derecho fundamental recogido al artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Como tal, es también reconocido en el marco normativo español y catalán. En la misma línea, el Plan Barcelona Interculturalidad 2021-2030 incorpora el reconocimiento de las diferentes creencias y tradiciones religiosas y conviccionales como parte de la diversidad cultural de la ciudad. Asimismo, la Oficina de Asuntos Religiosos trabaja precisamente con el objetivo de garantizar el derecho a la libertad religiosa y de concienciar a la ciudadanía de Barcelona, de facilitar el conocimiento y el reconocimiento de la pluralidad religiosa y de generar espacios de participación, diálogo e interacción positiva entre las diversas comunidades y convicciones.

Sin embargo, la dificultad en definir este derecho y de determinar los conceptos que se vinculan con él, así como de garantizarlo de manera efectiva a la ciudadanía, indica que se trata de un ámbito sobre el que todavía vale la pena seguir reflexionando y trabajando. Con esta visión, la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR), con la colaboración del Centro de Recursos en Derechos Humanos (CRDH), el pasado miércoles 28 de febrero organizó en la Casa Golferichs la actividad “¿Por qué debemos defender el derecho a la libertad religiosa?”, cuyo objetivo era suscitar un diálogo que contribuya a avanzar hacia una sociedad donde no sea necesario plantearse una cuestión como la que se formulaba en su propio título.

La sesión la inauguró Sara Belbeida Bedoui, comisionada de Relaciones Ciudadanas y Diversidad Cultural y Religiosa del Ayuntamiento de Barcelona, con un parlamento en el que puso de manifiesto que, aunque a veces el derecho a la libertad religiosa pasa desapercibido en los debates sociales, se trata no solo de un aspecto fundamental para garantizar la democracia y la paz social, sino también de un pilar de la cohesión ciudadana. Porque “es un derecho que nos une como seres humanos más allá de nuestras creencias y prácticas individuales y que permite enriquecer la ciudad con perspectivas muy diferentes”, afirmó.

Dos mesas redondas dieron contenido a la jornada. La primera se enfocó en dar voz a varios perfiles de ciudadanos y ciudadanas de Barcelona para que reflexionaran y compartieran experiencias sobre la realidad de la práctica de la libertad religiosa en su día a día en la ciudad. La moderó Khalid Ghali Bada, coordinador de la Oficina de Asuntos Religiosos, y en ella participaron Rafael Fajardo, técnico del servicio Transfórmate del Distrito de Sant Andreu y pastor evangélico de la Misión de Filadelfia; Dharam Paul Singh Ackoo, miembro del Gurdwara Guru Darshan Sahib de Barcelona; Maria Gassiot, responsable general del Área de la Mujer en Cataluña de Sokka Gakkai España; Hatim Azahri, fundador de Jóvenes Unidos del Poble-sec, y Alicia Guidonet, antropóloga y responsable del Espacio Interreligioso de la Fundación MigraStudium.

Esta mesa de experiencias arrancó con la pregunta que titulaba la jornada. Las respuestas de las diferentes personas participantes hicieron referencia a las dos dimensiones esenciales de la religión: la individual y la social. Rafael Fajardo equilibraba así estas perspectivas: “De la misma manera que nadie se cuestiona el derecho a respirar o comer, nadie debería cuestionarse el derecho a la libertad religiosa, una necesidad impresa en nuestro ADN, porque la persona necesita adorar, con fe o sin. Al mismo tiempo, una ciudad con arraigo de fe es una ciudad con valores y riqueza”. De igual manera, para Maria Gassiot la religión es una parte muy profunda de la vida de las personas, de aquí que defender este derecho “no sea solo imperativo éticamente, sino también una necesidad fundamental de la sociedad, porque la espiritualidad puede aportar soluciones para afrontar los retos sociales que tenemos”. También para Alicia Guidonet la religión es una parte diferencial de los seres humanos, y “es por estas diferencias, pero también gracias a los valores que comparten las diversas fes, que se nutre la sociedad”. Hatim Azahri cerraba este apartado con otra pregunta: “¿qué sociedad anhelamos?”, una cuestión, apuntaba, que pide compartir espacios y perspectivas, lo que solo es posible si se defiende un derecho como este.

En este sentido, la segunda ronda de esta primera mesa quiso hacer un retrato fiel del ejercicio real del derecho a la libertad religiosa, contrastando el marco jurídico reconocido con la experiencia cotidiana de las personas y comunidades representadas en la mesa. En resumen, todas las personas ponentes coincidieron en afirmar que los prejuicios y el desconocimiento a menudo limitan la libertad de practicar la propia religión. Un ejemplo lo puso Rafael Fajardo, que expresó las dificultades a las que se enfrenta la comunidad gitana para practicar sus alabanzas, esencialmente musicales y colectivas, sobre todo por la imposibilidad de encontrar espacios: “Cuando los gitanos hacemos música religiosa en nuestros locales, lo hacemos con ruido y pasión, y eso lleva al vecindario a hacer presión y a exigir, y conseguir, el cierre. Por lo tanto, sí que hay libertad religiosa, pero tenemos enormes limitaciones para poder expresar nuestra fe a causa de los prejuicios”. Este es un acercamiento parecido al de Hatim Azahri, que puso como ejemplo la imposibilidad de disponer de un espacio para rezar en la universidad, una muestra de la “incongruencia entre la laicidad del estado y la libertad religiosa, y su confluencia en nuestra sociedad”. Una dinámica que, según Azahri, provoca que “una sociedad que supuestamente es de acogida deje de serlo cuando haces demandas a las instituciones, y que los discursos del respeto, la libertad y la bienvenida no sean más que papel mojado”.

Según Maria Gassiot, la razón de este desequilibrio es el miedo y el desconocimiento: “Un miedo que nos hace temer a las multitudes rezando, pero no a las masas de personas en un concierto, un miedo que se vincula a la capacidad que tiene la religión de subvertir a las estructuras y el ‘statu quo’”, afirma. Dharam Paul Singh Ackoo insistió en la cuestión poniendo como ejemplo haber sido objeto de mofas por llevar el turbante o no poder registrar legalmente un matrimonio desde su templo, así como la dificultad para conseguir espacios para determinados actos. Al mismo tiempo, sin embargo, agradecía la evolución percibida en comparación con las problemáticas que se encontró al llegar a Barcelona y animaba a continuar el diálogo con las instituciones, lo que “tiene que salir también de las comunidades religiosas afectadas, que deben ser capaces de trasladar sus problemas y quejas, de hacerse ver”.

Por esta razón, el cierre de la primera mesa ofreció un espacio a cada integrante para exponer iniciativas sociales y divulgativas de sus asociaciones. Maria Gassiot mencionó el Festival de Cine Budista de Cataluña que organiza la Coordinadora Catalana de Entidades Budistas. Dharam Paul Singh Ackoo invitó a las personas asistentes a participar en uno de los almuerzos gratuitos que hacen en el Gurdwara Guru Darshan Sahib. Por su parte, Hatim Azahri alabó el trabajo de “lucha informativa” de la Asociación de Jóvenes del Poble-sec, desde donde se impulsa el diálogo y la lucha contra la estigmatización, en un barrio con un 35 % de personas de origen diverso. Una lucha compartida por el Espacio Interreligioso de la Fundación MigraStudium, del que Alicia Guidonet mencionaba sus esfuerzos deincidencia comunicativa y empática. De igual manera, Rafael Fajardo reivindicó la vertiente social de las iglesias evangélicas: “Eso es lo que tenemos que sacar a la calle, y cambiar la visión del ruido por las aportaciones sociales que hacen todas las asociaciones de fe”, afirmó.

La segunda mesa de la jornada hizo uno acercamiento más especializado al derecho a la libertad religiosa, con el objetivo de ofrecer una mirada más teórica, divulgativa e histórica. La moderó Esther Pardo Herrero, coordinadora del Centro de Recursos en Derechos Humanos, y en ella participaron Francisca Pérez-Madrid, catedrática de la Universidad de Barcelona especializada en derecho eclesiástico del Estado e investigadora principal del proyecto “Igualdad de género y creencias en el marco de la Agenda 2030”; Rosa Martínez-Cuadros, investigadora posdoctoral Juan de la Cierva en la Universidad de Barcelona y miembro de los grupos ISOR (Investigaciones en Sociología de la Religión) y GENI (Grupo de Investigación sobre Género, Identidad y Diversidad), y también Manuel Delgado Ruiz, catedrático de Antropología Social en la Universidad de Barcelona especializado en violencia religiosa y ritual y director del GRECS (Grupo de Investigación sobre Exclusión y Control Sociales). Desgraciadamente, la intervención prevista de Oumaya Amghar Ait Moussa, politóloga y técnica de gestión del IEMed (Instituto Europeo del Mediterráneo) no pudo tener lugar.

En las primeras intervenciones, las tres personas ponentes respondieron nuevamente a la pregunta central de la jornada, en esta ocasión desde el campo en el que son expertas. En resumen, se afirmó que en una sociedad diversa es necesario contemplar la diversidad dentro de la normalidad. Como apuntaba Rosa Martínez-Cuadros: “Este derecho tiene una demanda real en la sociedad, y que se haya producido un proceso de secularización no quiere decir que la religión haya dejado de tener un rol importante en la vida de las personas”. Y es que, como destacó Francisca Pérez-Madrid, “desde el punto de vista legal todo el mundo es igual, no hay unas personas y después las diversas”. Siguiendo el argumento, para Manuel Delgado, que la laicidad derive en acciones como negar espacios de oración en la universidad es contradictorio y demuestra que a menudo la falta de reconocimiento del derecho a la libertad religiosa procede precisamente de perspectivas laicistas: “Hay una hostilidad absoluta hacia la religión desde la laicidad, hasta el punto que se ha convertido en una forma de dogmatismo”.

En esta línea arrancó la segunda ronda de intervenciones de la mesa, donde las personas ponentes reflexionaron sobre cuál es la definición de derecho a la libertad religiosa en un contexto en el que se confina la fe al ámbito privado. Francisca Pérez-Madrid empezó con una reflexión sobre la supuesta neutralidad que a menudo se atribuye al espacio público: “Hay una apuesta por la neutralidad, se supone; sin embargo, ¿qué es más neutral, que se elimine toda expresión religiosa del espacio público o que todas tengan un sitio?”. Entroncando con eso, Delgado calificó la secularización como la redefinición, en la actualidad, del hecho religioso y espiritual como un aspecto privado, individual y reflexivo, que no tiene lugar en la vida social y pública.

Conectando con la primera mesa, las diferentes intervenciones de este segundo espacio de debate coincidieron con la conclusión de que estas situaciones de vulneración de la libertad religiosa que se dan desde esferas administrativas están directamente relacionadas con la estigmatización de las comunidades y su fe. Rosa Martínez-Cuadros habló, poniendo como ejemplo el caso del islam, de una articulación entre práctica religiosa, discriminación y desconocimiento, que lleva a la sociedad a no entender que la libertad religiosa es una reclamación real “aunque muchas veces se mire desde una superioridad no creyente”.

Para salvar estas distancias, Manuel Delgado propuso una perspectiva de “laicidad absoluta, es decir, la indiferencia total del ámbito público” respecto del hecho religioso, que ni siquiera determine qué es la religión: “Cuando intentamos definir la religión, la contaminamos desde perspectivas a menudo eurocéntricas”. Esta perspectiva sugerida por Delgado pasaría por “incluir la libertad religiosa en la libertad de conciencia, de manera que cuando, por ejemplo, se organicen procesiones, se haga bajo el mismo derecho que una manifestación”. Un posicionamiento con el que no coincidieron las otras dos ponentes. Rosa Martínez-Cuadros expuso que “el modelo actúa para compensar las vulnerabilidades y la especificidad de la religión permite justamente poner estas vulnerabilidades sobre la mesa”, de aquí que desde la Administración se apueste, según Francisca Pérez-Madrid, por una “laicidad positiva”, de tipo colaborativo.

La jornada encaró, pues, dos perspectivas, la académica y la que bebe directamente de las experiencias ciudadanas, que permitieron hacer un retrato del estado actual de la defensa y la garantía del derecho a la libertad religiosa en Barcelona, así como de aspectos que se vinculan e interconectan, como la discriminación o la estigmatización de la fe y de las comunidades que la practican. En conclusión, ambas visiones pusieron sobre la mesa la necesidad de seguir defendiendo el derecho a la libertad religiosa porque, a estas alturas, todavía no responde a las necesidades de las comunidades religiosas, que si bien ven sus derechos plasmados en un marco jurídico, no experimentan una aplicación real que proteja a todas sus expresiones y prácticas, o bien encuentran dificultades de diversa índole a la hora de ejercerlos. Se trata de una incongruencia que, según la gran mayoría de las personas participantes, puede salvarse mediante el diálogo social y la conjunción entre comunidades e instituciones, lo que era, al fin y al cabo, uno de los objetivos de estos espacios de diálogo.

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