Noticias falsas, desinformación y discurso de odio: cómo navegar en el desorden informativo

Escrito por Iris Aviñoa Ordóñez

Las noticias falsas son sólo una pequeña parte del amplio panorama de desorden de la información, que es usado, entre otras motivaciones, para difundir mensajes con contenido discriminatorio

 

Los rumores no son nuevos. Tampoco lo son las mentiras, los prejuicios o los estereotipos.  Los medios de comunicación, a lo largo de su historia, y muy especialmente desde el nacimiento de la comunicación de masas, han sido utilizados, en múltiples ocasiones, para difundir falsedades e informaciones al servicio de la propaganda política y de otros intereses.

Hasta ahí nada nuevo. Lo que sí es novedoso, no obstante, son los cambios que ha generado la irrupción de Internet y las redes sociales en el panorama informativo mundial: los creadores de información se multiplican y las nuevas tecnologías hacen que cualquier contenido pueda dar la vuelta al mundo en cuestión de segundos. Como consecuencia, la barrera entre emisor y receptor de información se desdibuja, haciendo que prácticamente cualquier persona pueda crear y difundir cualquier tipo de contenido: veraz, contrastado, de calidad; pero también contenido falso, engañoso, discriminatorio.

Es ante este panorama que surge el debate alrededor de conceptos como las noticias falsas o los bulos, y su impacto en contextos especialmente delicados, en los que situaciones de crisis económicas, políticas, humanitarias o de conflicto armado, pueden exacerbar la difusión de contenidos discriminatorios contra grupos minorizados, como herramienta al servicio del discurso de odio.

Las noticias falsas: un concepto politizado

Su propia nomenclatura es fuente de polémica. Muchas personas tienden a usar el concepto más extendido: noticias falsas o fake news, que fue elegida la palabra del año en 2017 por el diccionario británico Collins, por su impacto a nivel internacional, y que la define como “información falsa, a menudo sensacionalista, diseminada bajo la apariencia de noticia”. Según Jonathan Zittrain, cofundador del Centro Internet & Society Berkan Klein de la Universidad de Harvard, la clave de este concepto es la intencionalidad, es decir, que se trate de noticias intencionadamente falsas.

Pero no todo el mundo está de acuerdo en el uso de este concepto. Por un lado, algunas voces críticas aseguran que se trata de una noción muy politizada; un claro ejemplo es el uso que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hace de él, refiriéndose a los medios de comunicación que son contrarios a sus políticas como los “Fake News Media”. En el estado español encontramos otro ejemplo, con declaraciones como las de la Ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, asegurando que España había sido objeto de un ataque de desinformación impulsado por Rusia y Venezuela con el objetivo de desestabilizar la democracia, y apostando por la censura y el control político para combatir esta supuesta amenaza.

¿Noticias falsas o desorden informativo?

Más allá de su uso con fines partidistas, un reciente informe del Consejo de Europa advierte que las noticias falsas son sólo uno de los fenómenos que subyacen bajo un paraguas conceptual más amplio que pretende caracterizar el panorama informativo actual: el desorden informativo. En su lugar, los autores de este informe proponen distinguir entre los siguientes conceptos, que aseguran conforman el actual panorama de desorden informativo en el que vivimos:

  • Desinformación (Dis-information), se trata de información falsa creada deliberadamente para herir a una persona, un grupo social, una organización o un país.
  • Información errónea (Mis-information), aquella información que, aun siendo falsa, no ha sido creada con la intencionalidad de causar daño.
  • Información nociva (Mal-information), información que es cierta, pero que sí se ha usado intencionadamente para causar daño a una persona, grupo social, organización o país.

En este contexto de desorden informativo, tanto la información veraz como la falsa puede ser usada con fines desinformativos, en un panorama en el que no sólo hay que tener en cuenta la materia prima (el contenido), sino también las motivaciones de los actores que lo crean y lo distribuyen, la interpretación que los receptores hacen del mismo, y los mecanismos de difusión de la información. Teniendo esto en cuenta: ¿qué rol juegan todos ellos en la expansión de la desinformación con fines discriminatorios?

Intencionalidad ideológica, viralidad y burbuja informativa

Para poder contextualizar adecuadamente el fenómeno de la desinformación con fines discriminatorios, hay que prestar atención a tres elementos principales: la intencionalidad, la viralidad y los sistemas de filtrado de información.

En primer lugar, el Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil clasifica las noticias falsas en tres tipologías, en función precisamente de la intencionalidad que hay detrás de cada una: las que buscan generar alarma social, las que buscan obtener ganancias económicas y las que simplemente buscan reafirmar unos ideales específicos. La desinformación discriminatoria responde a una finalidad ideológica, que encajaría con la tercera tipología, aunque en ocasiones se puede sumar también una voluntad de generar alarma social o un interés económico.

En segundo lugar, a la motivación debemos sumar un catalizador sin el cual no existiría este fenómeno: la viralidad. La expansión de Internet y las redes sociales como fuente de información principal hace que determinados contenidos, verdaderos o falsos, den la vuelta al mundo en pocos minutos. El último informe de “Navegantes en Red” presentado por la Asociación para la Investigación de Medios de comunicación (AIMC) de 2017 muestra que un 84,6% de los internautas del estado español usa Internet para leer noticias de actualidad –siendo el principal uso reportado por las personas encuestadas; además, el 80% de los encuestados usan las redes sociales a diario, y la más utilizada sigue siendo Facebook con un 85,6%.

En tercer lugar, en relación con los sistemas de filtrado de información, otro de los procesos que interviene en este fenómeno es la burbuja informativa, que se produce cuando las empresas encargadas de filtrar y ordenar la información que recibimos en las redes sociales seleccionan los contenidos en función de nuestros gustos, y no de la veracidad y calidad de la información que se nos presenta. Eso provoca muy a menudo que a través de buscadores como Google o en las redes sociales más populares, como Facebook y Twitter, nos aparezcan mezcladas informaciones periodísticas de calidad con otras que no provienen de fuentes confiables ni contrastadas. Para Gavan Titley, experto en racismo en medios de comunicación, este fenómeno de burbuja informativa siempre ha existido. Según él, la digitalización de la información lo ha convertido en un proceso “más complejo”, pero defiende que la clave de todo es la ideología: “ninguna estadística te va a convencer ideológicamente en un sentido o en otro, sea dentro o fuera del mundo digital”.

Desinformación cargada de odio

Un ejemplo reciente de desinformación con contenido discriminatorio lo encontramos en Sri Lanka, donde el pasado mes de marzo se produjo una oleada de ataques contra la minoría musulmana del país –que representa un 10% de la población– después de que se difundieran falsas noticias sobre ataques inventados de musulmanes contra la población cingalesa –de mayoría budista. Todo ello derivó en una ola de violencia que se saldó con tres víctimas mortales, y cientos de ataques a comercios y casas de la población musulmana, seguidas de la declaración del estado de excepción en el país y del cierre temporal de Facebook y otras redes sociales, a quienes el gobierno acusó de haber contribuido a la difusión de discurso de odio.

Otro ejemplo lo encontramos en la última campaña presidencial estadounidense. En la Guía de Campo para Noticias Falsas y Otros Desórdenes Informativos se citan ejemplos de noticias falsas publicadas durante la esta campaña, que tuvo lugar entre los meses de julio y octubre de 2016; los temas que marcaron la denominada “fake news agenda-setting” fueron principalmente ataques contra los candidatos presidenciales Hillary Clinton y Donald Trump –especialmente la primera–, y también contra el entonces presidente Barack Obama, mezclados con mensajes discriminatorios vinculados al discurso anti-musulmán y anti-inmigración[1].

¿Qué tienen en común la desinformación en los ejemplos de Sri Lanka y de Estados Unidos? Las mentiras van dirigidas contra –o usan de manera malintencionada a– grupos minorizados. Y es que otro elemento clave en la viralidad e impacto de la desinformación es su capacidad de interpelar a los sentimientos y emociones de las personas, especialmente los que tienen una connotación negativa, como el miedo, los prejuicios, la superioridad, la rabia, el odio. Este caldo de cultivo puede ser utilizado a través de canales como Internet, las redes sociales o los medios de comunicación para generar fracturas sociales, violencia, exclusión, o discriminación, convirtiendo el desorden informativo en una herramienta, peligrosa y poderosa, al servicio del discurso de odio.

¿Cómo se organiza este desorden?

El debate sobre el crecimiento e impacto del desorden informativo y su uso para incentivar el discurso de odio en todo el mundo viene acompañado de la pregunta: ¿qué mecanismos eficientes tenemos para combatirlo?

En los últimos años se ha puesto mucho énfasis en las plataformas de fact-checking –como Politifact, Snopes, Maldito Bulo, o Stop Bulos– que verifican la autenticidad de los contenidos reportados por los usuarios. Facebook, que los últimos tiempos ha recibido múltiples críticas por su falta de efectividad impidiendo la divulgación de contenido falso, ha llegado a acuerdos con algunas de estas plataformas para que le ayuden a conseguir un mejor filtrado.

Sin embargo, el buen funcionamiento de este mecanismo depende de que los usuarios reporten los contenidos falsos en primer lugar. Además, incluso en los casos reportados, las quejas sobre el tiempo de reacción son unánimes en todo el mundo. A raíz de la oleada de violencia ocurrida en Sri Lanka en marzo, su ministro de Telecomunicaciones denunció precisamente la lentitud en reaccionar ante mensajes de odio que parece que incentivaron la violencia directa contra la minoría musulmana.

Para tratar de agilizar la reacción, el gobierno alemán propone multar a las plataformas que no quiten en un margen de 24 horas contenido vinculado al discurso de odio. Desde la Unión Europea, el Grupo de Trabajo de Alto Nivel creado para proponer estrategias contra las noticias falsas y la desinformación en línea advierte que la regulación legal no es la respuesta a este fenómeno, e insta a centrar los esfuerzos en entender bien su impacto antes de aplicar medidas. De manera similar, desde organizaciones como Liberties también se advierte del riesgo de aplicar medidas de censura que, lejos de lograr acabar con el desorden informativo, se pueden convertir en una herramienta de censura que limite excesivamente la libertad de expresión.

Por ello, más allá de iniciativas a corto plazo, como las campañas de fact-checking y anti-bulos, es fundamental que se trabajen estrategias que busquen generar cambios profundos en el largo plazo. Estos cambios profundos deben dirigirse hacia la construcción de una ciudadanía crítica, capaz de enfrentarse a un entorno de contaminación informativa como el actual, y de detectar, rechazar y combatir la manipulación y los contenidos discriminatorios.

 

[1] A modo de ejemplo: “Furgoneta llena de ilegales aparece para votar a favor de Clinton en seis centros de votación, aún crees que el fraude electoral es un mito?” (5 de noviembre, TheLastLineOfDefense.org); “El líder de ISIS pide a los votantes musulmanes estadounidenses que apoyen a Hillary Clinton” (11 de octubre, WorldNewsDailyReport.com); “Trump ofrece pasajes de ida gratis a África y México para aquellos que quieran dejar América” (11 de noviembre, TmzHipHop.com).