Ferran Armengol, con un estilo narrativo, casi detectivesco, aborda los orígenes del ferrocarril en Barcelona a partir de muchas fuentes documentales, situándolo en el marco de las circunstancias políticas, sociales y económicas de la primera mitad del siglo XIX.

La inauguración de la línea ferroviaria de Mataró, en 1848, representa la entrada en la era del ferrocarril de Barcelona y, por extensión, de toda la península Ibérica. Sin embargo, ya en 1800 se había ensayado en la misma Rambla un sistema de transporte sobre carriles, el “canal en seco”, concebido por el científico barcelonés Francesc Salvà i Campillo como alternativa a los canales de navegación.

El canal en seco de Salvà y el “carril” de Mataró son, así pues, los hitos que enmarcan el arranque del ferrocarril en Barcelona, aunque revelan los contrastes que experimentaba la ciudad mientras Europa y América vivían la revolución del transporte de los siglos XVIII y XIX. El experimento de Salvà se adelantaba cuatro décadas al debate sobre la sustitución de los canales de navegación por el ferrocarril.

El Barcelona-Mataró, en cambio, se construyó con tecnología y capital importados de Inglaterra y llegó cuando prácticamente todos los países de Europa occidental habían puesto en marcha sus primeras líneas ferroviarias. Sin duda, este decalaje deriva de la crisis económica y política de la Barcelona de aquel tiempo, pero no es menos cierto que estas iniciativas muestran una sociedad abierta al mundo, conectada con los medios científicos e intelectuales europeos y ligada con otras ciudades de Europa y América a través del comercio marítimo.