Aporofobia: juicio y desprecio al pobre
Artículo escrito por Álex Cabo Isasi
¿Qué es la aporofobia?
La palabra “aporofobia” es un neologismo acuñado por la filósofa Adela Cortina en 1995 para referirse al “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio”[i].
En un sentido más amplio, se manifiesta en una doble actitud muy reconocible en la vida cotidiana: en primer lugar, una tendencia a tomar partido por los mejor situados, de quienes se puede obtener algún beneficio; y en segundo lugar, una propensión a ignorar a los más vulnerables, que no parecen poder ofrecer ventaja alguna.
La aporofobia tiene un componente claro de discriminación y prejuicio clasista, pero a juicio de la filósofa valenciana, es algo más profundo que el clasismo, porque por un lado, el rechazo al pobre, al peor situado, es el rechazo a una persona desclasada, y por otro lado, no se trata sólo de diferencias económicas, sino de un rechazo hacia el que se encuentra en una situación general de vulnerabilidad.
¿Por qué se rechaza a los peor situados, a los más débiles?
Adela Cortina, Catedrática de Ética de la Universidad de Valencia, sostiene que el origen de esta patología social se encuentra en la expectativa de reciprocidad. Explica que vivimos en sociedades contractualistas, en las que la cooperación está basada en el principio del intercambio. La sociedad se rige por ciertas normas de reciprocidad indirecta fundamentadas en la idea de que “el juego de dar y recibir resulta beneficioso para el grupo y para los individuos que lo componen”.
No obstante, de ese esquema se excluye a los sujetos de los que no se puede sacar ningún provecho, y que, se intuye, pueden traer problemas. El pobre, el marginado, el vulnerable, no participa en ese juego del intercambio porque no parece que tenga nada bueno que ofrecer a cambio, ni siquiera indirectamente.
Desde el punto de vista psicológico, una de las explicaciones de la aporofobia podría ser lo que se conoce como disonancia cognitiva, perturbación psicológica que se experimenta cuando se tienen dos ideas incompatibles o un comportamiento incompatible con nuestro sistema de creencias.
En el caso de la aporofobia, se percibe una discrepancia entre la manera en que alguien se ve a sí mismo (“soy una buena persona”) y su comportamiento (“no ayudo o miro hacia otro lado cuando me cruzo con una persona vulnerable”). Este sentimiento puede provocar que se busque una autojustificación para racionalizar el comportamiento, creando motivos para rechazar a las personas en situación de pobreza (por ejemplo, culpabilizarles de esa situación).
A nivel ideológico, la hegemonía del pensamiento neoliberal, basado en el individualismo, la competitividad y la meritocracia, presupone que el éxito sólo depende de la voluntad, el esfuerzo y el talento, y que nada tienen que ver las circunstancias socio-económicas del país de nacimiento, la salud, o el capital social, cultural o económico de los padres.
En vez de entender la pobreza como un fracaso social, se reacciona despreciando y culpando a los pobres de su situación, o en el mejor de los casos, aplicándoles una presunción de culpabilidad.
Datos de pobreza y sinhogarismo
El pensamiento económico dominante justifica que crecimiento macroeconómico y reducción de la pobreza no vayan de la mano, porque percibe la desigualdad como un estímulo para el esfuerzo y el crecimiento, que produce una jerarquía de triunfadores y perdedores. Es en ese contexto, en el que datos de pobreza alarmantes se perciben como naturales.
Según los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida 2017 del INE (basada en datos 2016), la pobreza severa, afecta a más de 2,9 millones de personas, el 6,4% de la población del estado español. La Fundación Rais estima que hay unas 35.000 personas sin hogar en España.
En lo relativo a la ciudad de Barcelona, el Informe de Diagnóstico sobre el Sinhogarismo (2017) cifra en 2.006 el número de personas que duermen en albergues municipales y recursos residenciales de entidades sociales, y en 962 el número de personas que duermen en las calles de la ciudad de Barcelona. Si a eso sumamos las personas que viven en asentamientos la cifra total es de 3.383 personas sin hogar, lo que supone un aumento del 67,7% desde el año 2008.
El discurso de odio aporófobo
El discurso de odio aporófobo pasa relativamente desapercibido porque en muchas ocasiones se solapa e interactúa con otras formas de exclusión social como el racismo, la xenofobia, la LGTBIfobia o el sexismo. El hecho de confluir con otras categorías sociales de opresión o discriminación como la raza, el género o la orientación sexual dificulta la categorización de ciertos discursos de odio como aporófobos.
Además, la marginalidad y la carencia de poder social y comunicativo, intrínsecas a la pobreza, dificultan la reivindicación y la denuncia del discurso de odio aporófobo.
Pero lo cierto es que hay múltiples ejemplos de discurso aporófobo. Es el caso de ciertos discursos políticos que criminalizan la pobreza (llegando incluso a la sinrazón de establecer sanciones por recoger comida de los contenedores de basura), o tratan de demonizar las ayudas sociales, sobre las que sitúan interesadamente la sombra permanente del fraude. Se juzga al pobre, se juzgan su vida y sus decisiones, y se acaba dictando una sentencia inapelable: no pasa suficiente hambre, aún disfruta de ciertas parcelas de su vida, y por tanto, no merece que el Estado de Bienestar le proteja.
A la persona en situación de pobreza se le carga con el estigma y los juicios morales que acarrean la dependencia, las enfermedades mentales y las adicciones. Se le relaciona con conductas delictivas y se le caracteriza como una amenaza para la seguridad y la convivencia.
En esta estigmatización juegan un papel fundamental los medios de comunicación que simplifican la realidad de la pobreza y el sinhogarismo, y reducen la identidad de las personas a la categoría de “mendigos” o “vagabundos”, infringiendo principios deontólogicos básicos del periodismo, como el respeto a la dignidad humana.
Consecuencias de la aporofobia y el discurso aporófobo
La aporofobia es uno de los factores que alimentan el círculo vicioso de la exclusión y la marginación. En primer lugar, porque tiene una incidencia dramática en la autoestima de las personas, que retroalimenta la espiral de degradación. En segundo lugar, porque el rechazo dificulta enormemente la reinserción socio-laboral. Y en tercer lugar porque se acaba por considerar la situación de pobreza como un rasgo permanente e inmutable de la identidad de las personas.
El discurso aporófobo tiene como consecuencia la deshumanización y cosificación de las personas, y en su versión más sádica puede traducirse en violencia verbal o física: burlas, insultos, vejaciones, o agresiones físicas, que pueden llegar al homicidio o el asesinato. Estas agresiones tienen además consecuencias psicológicas graves: sensación de indefensión y vulnerabilidad, miedo, ansiedad, depresiones graves, ideas de suicidio, etc.
Los crímenes aporófobos: del desprecio al sadismo
Según una investigación del Observatorio de Delitos de Odio contra Personas sin Hogar, Hatento, basada en 261 entrevistas a personas sin hogar, el 47,1% había sufrido algún incidente o delito por aporofobia durante su historia de sinhogarismo. Y de ellos, un 81,3% había sufrido más de un incidente de este tipo.
En diciembre de 2005, un asesinato por aporofobia traumatizó a la ciudad de Barcelona. Tres jóvenes quemaron a Rosario Endrinal mientras dormía en un cajero en el barrio de Sant Gervasi, en un acto de un sadismo cobarde y brutal.
Según los datos del mapa de la violencia elaborado por el Centre d’Acollida Assís, desde entonces hasta 2017 se ha tenido noticia de otras 9 muertes violentas motivadas por aporofobia en el Estado español. Son la punta del iceberg, la manifestación extrema de una patología social que se caracteriza por una sádica negación de la dignidad a las personas más vulnerables de la sociedad.
La otra cara de la moneda: solidaridad, dignidad y empatía
Sin embargo, no se ha de caer en el pesimismo social. Conviene también recordar el ejemplar trabajo que desempeñan una multitud de organizaciones sociales y ciudadanos voluntarios en defensa de la dignidad de las personas sin recursos.
En Barcelona, por ejemplo, existe una Red de Atención a Personas Sin Hogar, que está formada por más de 30 entidades del Tercer Sector y el Ayuntamiento de Barcelona. Esta red tiene como objetivo acompañar a las personas sin hogar en sus procesos de recuperación de la autonomía personal. Trata de mejorar la respuesta de los servicios de atención a estas personas en colaboración con el Ayuntamiento de Barcelona, y lucha por el reconocimiento de sus derechos, haciendo especial hincapié en la protección de las personas en situación de calle.
[i] Aporofobia, el rechazo al pobre, Ed. Paidós, 2017.
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