Cibersexismo y censura en la Red: Cuando Internet no es para todo el mundo
Artículo escrito por Almudena Díaz Pagés
¿Qué es el cibersexismo?
Para definir el fenómeno del cibersexismo, es necesario hacer referencia a su componente clave: el sexismo. El sexismo es un tipo de discriminación por razón de sexo resultante de la desigual relación de poder entre hombres y mujeres. Su forma de expresión más común es la misoginia, es decir, el rechazo y el odio hacia las mujeres. Por tanto, el cibersexismo no es más que la certificación de que este sexismo se da también en otro espacio: el virtual. Y tal y como señalan expertas en la materia, este puede traducirse en abusos, discurso de odio misógino e incluso, ciberacoso.
La misoginia como sustrato del cibersexismo
Cuando se inventó Internet, se planteó como un espacio que iba a ser para todo el mundo. Una red que, además, permitiría la liberación de género. Pioneras ciberfeministas como Dona J. Haraway en su ensayo Manifiesto Cíborg, así lo destacaban. El futuro sería de los cíborgs, de los “cuerpos-pantalla”, y, por tanto, ya no importaría el género, ni la raza ni la clase. Los cuerpos serían sustituidos por los cuerpos-pantalla, acabando así con la ansiedad que generaba la propia imagen, y dando libertad para la definición de la identidad.
No obstante, esta visión “tecnoliberadora” no fue más que un espejismo. A este respecto, la investigadora Remedios Zafra señalaba recientemente: “entrado el nuevo siglo y dominada la red por el mercado, el mundo online no sólo se ha empeñado en copiar lo de fuera sino que además, ha amplificado los estereotipos de género, demandando cada vez más imágenes y más cuerpos”. Las imágenes habían llegado para inundar la Red.
Vivimos conectados a las redes sociales. Canales que, ante todo son visuales. En ellos nos bombardean con todo tipo de cuerpos perfectos extensamente normalizados. Las mujeres, y especialmente las adolescentes, están hipersexualizadas en cada ámbito de la vida y, especialmente, en el visual: el sexismo en los videojuegos, el cine y la publicidad son prueba de ello.
Esta hipersexualización tiene consecuencias añadidas en el ciberespacio: las imágenes se comparten mucho más rápido, pueden llegar a cualquier lugar del mundo y sobre todo, pueden quedarse en Internet para siempre. A este respecto, la escritora británica Laurie Penny señala que: “hoy son muchas las niñas que crecen con culpa y vergüenza. Ahora son conscientes de que no solo han de cuidar su apariencia en el mundo offline, también en el online; pues, de lo contario, se arriesgan a que las imágenes de sus senos o nalgas, alimenten cadenas de comentarios sexistas y denigrantes en Internet”. La autora define en su libro este control en la Red como una nueva forma de vigilancia patriarcal, que limita la libertad de compartir contenidos de una parte de la población ante el miedo de que “una imagen pueda destrozarles la vida”.
¿Cómo se manifiesta el cibersexismo en la Red?
De acuerdo con un estudio de Amnistía Internacional sobre tecnología y violencia contra las mujeres, en España durante 2017 una de cada cinco mujeres sufrió abusos en las redes; cerca de un tercio de las encuestadas manifestaba que este acoso consistía en amenazas físicas o sexuales y más de la mitad, admitía que como resultado había experimentado estrés, ansiedad o ataques de pánico. La gran mayoría señaló que los abusos recibidos habían sido de naturaleza misógina o sexista, y cerca de una cuarta parte que se debían a la divulgación en línea de datos personales (doxxing).
Estos datos concuerdan, de hecho, con los publicados recientemente por la organización Women Action Media (WAM). Este estudio destaca que las principales formas de cibersexismo en las redes son: el discurso de odio por razones de género, raza y/u orientación sexual (casi un 30% de los casos) y el doxxing (un 22%). En menor medida, pero también presentes: las amenazas directas de violencia, el ciberacoso, la difusión de información falsa, la usurpación de la identidad, la incitación a la violencia, y el revenge porn. Además, señala este estudio que, aunque plataformas como Twitter prohíben explícitamente en sus normas y políticas de uso tanto el discurso de odio como muchas de las demás prácticas antes expuestas, esta plataforma llegó a tomar medidas solo en el 55% de los casos estudiados.
Explica Laurie Penny que “los troles misóginos, los acosadores y los machistas atacan a las mujeres, al menos en parte, por un odio que nace de su presencia en los espacios públicos, como lo es el ciberespacio”. Y es que, en este nuevo mundo hiperconectado, como señalaba la política y activista Beatriz Gimeno, “el acoso sexual, las imágenes de violencia explícita contra las mujeres, las amenazas de muerte y fantasías de violación, etc. son ya una realidad. Un mundo que, aliado con el anonimato, está sirviendo de soporte a expresiones machistas desautorizadas socialmente”. Tanto es así que, la periodista y activista feminista Barbijaputa denunciaba “que el activismo feminista está perseguido por hombres que se saben completamente impunes”.
¿Hacía quién se dirige mayoritariamente este cibersexismo?
Son muchas las mujeres con presencia pública que han sufrido acoso y amenazas de muerte a través de la Red. En España destacan casos especialmente graves entre las activistas feministas, como por ejemplo la muy sonada campaña de acoso desarrollada contra Alicia Murillo por su proyecto el “Cazador cazado”.
Además, este tipo de comportamiento sexista en línea no ha hecho más que empeorar: en 2017 se tuvo que cancelar un evento de videojuegos exclusivo para mujeres porque se descubrió que había “machirulos” organizándose para pararlo; y con motivo de la Huelga Feminista del 8 de marzo de 2018 en España, fueron también muchas las actitudes misóginas que se podían encontrar en las redes contra las activistas que anunciaban su participación.
Destaca un estudio de tecnología y violencia contra las mujeres que, siendo las activistas, periodistas o políticas el blanco más extendido del sexismo en línea, también sufre esta lacra cualquier persona o colectivo que no adopte las suficientes medidas de seguridad que exige la Red. Circunstancia que, por otra parte, es bastante común en nuestros días, dada la facilidad con la que cualquier persona puede abrirse un perfil público y compartir sus datos personales.
En línea con ello, este trabajo refleja que en el 41% de los casos registrados, los acosadores son conocidos o exparejas. A este respecto, vale la pena destacar otro informe realizado por Cyber Civil Rights Project, que explica que entre las víctimas de doxxing, una de las formas más extendidas de cibersexismo antes mencionada, el 90% son mujeres. Y no es ninguna sorpresa, pues ellas, como seres hipersexualizados, son mucho más vulnerables a ser señaladas por conductas supuestamente inmorales, y los perpetradores de este acoso se aprovechan de ello.
Cibersexismo vs libertad de expresión
Un elemento clave del discurso contra el cibersexismo es la capacidad de empoderamiento que Internet ha supuesto para muchas mujeres. Sin embargo, muchas son las mujeres y grupos vulnerabilizados que se autocensuran por temor a su privacidad y seguridad. De hecho, de acuerdo a los datos de un reciente estudio de Amnistía Internacional, más de la mitad de las mujeres encuestadas en España cambió sus hábitos de consumo digital y/o dejó de publicar según qué contenidos, con el fin de evitar confrontaciones en línea.
A este respecto tal y como ya señalaba Laurie Penny en las Jornades #BCNvsOdi del pasado 2017: “estamos viviendo una lucha por mantener la libertad de expresión y la información a salvo. Así que, cuando permitimos el cibersexismo en nombre de la libertad de expresión, estamos aceptando que el derecho de una mujer a expresarse, valga menos que el de un hombre a castigarla por hacerlo”.
A ello cabe añadir que, la libertad de expresión de muchas mujeres, especialmente las feministas, no solo se ve coaccionada por el cibersexismo sino también por el doble rasero que opera en el mundo digital cuando, por ejemplo, se niega el permiso a subir contenidos por ser considerados inadecuados (de mujeres dando el pecho, por ejemplo) o se censura información sobre salud sexual y reproductiva; o se equipara desnudez con pornografía; o se reprueban imágenes que hacen referencia a procesos vitales tan naturales como es el de la menstruación.
Internet tiene que ser para todo el mundo
El futuro es digital y está irreversiblemente conectado. Tal y como señala Remedios Zafra, lo novedoso del relato de mujeres activistas que comparten su intimidad, como es el caso de Penny, es su capacidad de hacerlo, no de manera irreflexiva, sino con intencionalidad política. Ella le otorga poder a lo biográfico, y lo hace en un espacio que cada vez llega a más personas. Sin embargo, este acceso al mundo digital parece querer dejar fuera a muchas niñas, a las que las autoridades recomiendan controlar el acceso a la Red, o a otros colectivos como el queer o el feminista, debido a fenómenos de discriminación como es el cibersexismo.
Por ello, como señala Penny en su libro: “la comunidad digital tiene que asumir que esta intimidación y acoso es una amenaza grave no solo para la libertad de expresión, sino también para la igualdad”. Se ha de entender que la respuesta no es la autocensura, sino comprender como reivindica Penny “que Internet tiene que lidiar urgentemente con la noción de libertad de expresión porque esta no puede incluir el derecho a abusar y silenciar impunemente”. Internet ha de ser un espacio para todos y todas, y para ello, se han de “poner en práctica herramientas y estrategias contra la misoginia en Internet para apoyarnos, cuidarnos y defendernos”.
Como señalaba Remedios Zafra puede que la Red no haya traído consigo la superación de los estereotipos de género que prometía en los 90′ pero lo que sí nos ha aportado es la posibilidad de crear lazos entre personas diversas que comparten afinidades. Es decir, la bien llamada y necesaria sororidad viral. Sin embargo estos lazos solo podrán desarrollarse libremente si el derecho de expresión no le falla a más de la mitad de la población.
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