Mi aporte
Sara Gómez
17.04.2025 – 28.09.2025
Comisario: Valentín Roma
Inauguración: miércoles 16 de abril, 19 h
Esta muestra presenta, por primera vez en un museo, la más completa revisión de la cineasta afrocubana Sara Gómez (Guanabacoa, 1942 - La Habana, 1974), una de las principales representantes del documentalismo hecho en Cuba durante los sesenta y setenta del siglo pasado.
A pesar de su prematuro fallecimiento, Sara Gómez desarrolló una trayectoria excepcional en el ya de por sí memorable panorama del documentalismo cubano de los años sesenta y setenta.
Pionera de lo que más tarde se llamó «cine antietnográfico», exponente de una filmografía basada en la potencia política del testimonio, la realizadora investigó su época desde un triple enclave conflictivo: joven, mujer y negra.
Todas las obras de Sara Gómez se inscriben en el marco del proyecto revolucionario que arranca en 1959. No obstante, a diferencia de otros autores coetáneos, sus películas pueden observarse, hoy, como un sismógrafo de las tensiones que fueron generándose en la realidad cubana durante los primeros quince años del triunfo de la revolución.
De esta forma hay que entender Mi aporte… (1972), uno de sus filmes esenciales, con el que explora los lugares construidos por las mujeres en la esfera pública, el ámbito laboral y el territorio doméstico; acerca de las ideologías que estas despliegan, según sus distintas extracciones económicas y sus particulares sistemas de valores, contra un machismo totalitario.
El cine de Sara Gómez se muestra particularmente atento a los procesos de marginalización y a los antagonismos de clase. Pero, frente a ciertos conceptos utilizados en exceso por las gramáticas del momento, su obra aborda cuáles son aquellos saberes que las capas más vulnerables despliegan para impugnar la Historia mayúscula, bajo qué circunstancias los individuos devienen sujetos sociales complejos.
Guanabacoa, crónica de mi familia (1966), De bateyes (1971) y De cierta manera (1974) componen una suerte de tríptico sobre la negritud vista desde perspectivas divergentes. Así, el primero —un documental autobiográfico— rastrea los orígenes familiares de la cineasta en el seno de una estirpe de músicos y profesionales de clase media. El segundo ahonda en las heridas coloniales del proletariado racializado cubano desde la memoria de numerosos descendientes de personas esclavizadas en los ingenios azucareros del siglo xix, la mayoría propiedad de empresarios catalanes. La última cinta —primer largometraje hecho por una mujer en la isla— narra la historia sentimental entre dos personajes: una maestra blanca que abraza sin fisuras los credos de la revolución y un operario mulato, nacido en el arrabal de Las Yaguas, que, aunque ha empezado un proceso de cambio afectivo e ideológico, se resiste a desmantelar aquellas masculinidades dominantes en el barrio, la casa y el trabajo.
Finalmente, hay otro grupo de películas, entre las que destacan Iré a Santiago (1964), a partir del poema de Federico García Lorca «Son de negros en Cuba» —incluido en Poeta en Nueva York (1929)—, y, especialmente, Y… tenemos sabor (1967), que analizan el legado africano en la cultura cubana, recuperando los estudios llevados a cabo por Fernando Ortiz Fernández, Argeliers León, Lydia Cabrera y Rómulo Lachatañeré.
Estos documentales no solo dan cuenta de algunos debates intelectuales compartidos con diversos compañeros de generación —como Inés María Martiatu, Sergio Vitier, Nancy Morejón, Rogelio Martínez Furé, Jacinto Abraham Rodríguez o Miguel Barnet Lanza— en torno a los acervos que las clases populares y los sujetos negros erigen alrededor de sí mismos y de las condiciones de vida que los interpelan, sino que también profundizan en cómo la música y el baile, junto a otras manifestaciones festivas, irrumpen en el espacio colectivo y crean politizaciones inesperadas e inapropiables.