Malas calles
Una mirada a la relación entre ciudad y cine desde la antropología urbana
18.12.2017 – 22.04.2018
Curadores: Giuseppe Aricó, José Mansilla y Marco Luca Stanchieri
Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano, OACU)
HAMACA
La relación entre la ciudad y el cine es tan vieja -o tan nueva- como este último. No en vano, la que se considera la primera obra cinematográfica, La sortie des ouvriers de l’usine, grabada el 19 de marzo de 1895 por los hermanos Lumière, mostraba la salida de un grupo de trabajadores, en su mayoría mujeres, de una fábrica de Lyon. La importancia, en la determinación de las formas y las características de las ciudades, del proceso de industrialización vivido por algunos países del hemisferio occidental, aparece ya recogida por autores de importantes obras contemporáneas. Entre estas destacarían, por su perspectiva analítica, Contribución al problema de la vivienda, de Friedrich Engels, o las obras que geógrafos como el francés Élisée Reclus fueron publicando a lo largo de los años.
Con anterioridad, ante los avances y los efectos del triunfante capitalismo industrial, ya se habían registrado intentos de plantear diseños urbanos más humanos vinculados al medio rural y la naturaleza, los cuales, además, venían normalmente acompañados de proyectos de creación de nuevas sociedades. Serían los casos de socialistas utópicos como Étienne Cabet o Robert Owen, que inspirarían aproximaciones más realistas y, sobre todo, más aceptables para los poderes burgueses, como la ciudad jardín de Ebenezer Howard. Sin duda, es a partir de ese momento que las ciudades viven una nueva edad de oro. La necesidad de mano de obra para abastecer el incesante número de factorías atrae y concentra gran cantidad de población campesina, que, súbitamente, ve transformada su realidad cotidiana. El papel del cine como notario de los cambios sociales continua vigente. Gran ejemplo de ello es la obra The City (La ciudad), que, con guion de Lewis Mumford, fue realizada en 1939 para la Feria Mundial de Nueva York.
Sin embargo, será a partir de las intuiciones de filósofos como Michel Foucault o Henri Lefebvre que el urbanismo comienza a ser analizado en clave crítica, esto es, como ciencia destinada a ordenar la ciudad y la vida urbana al servicio del poder capitalista. Prueba de ello es la potencia, la influencia y la aceptación del movimiento arquitectónico racionalista, cuyo principal baluarte lo encontramos en la figura de Le Corbusier. Su elaboración funcional, fuertemente influenciada por la herencia de la revolución industrial, proponía una ciudad dividida en cuatro partes según criterios organicistas: vivir, trabajar, circular y descansar. Hijos y nietos suyos son las grandes urbanizaciones del extrarradio y los polígonos de viviendas que surgieron en gran parte de Europa y Estados Unidos a partir de los años cincuenta del siglo pasado, los mismos que han sido dilatadamente usados y abusados como platós cinematográficos por excelencia de películas que han acabado formando parte de la historia del cine, o no.
Más tarde, con la ayuda de la televisión, el cine seguía ahí para contar qué estaba pasando con las personas que vivían bajo un diseño utópico de realidad urbana que desconectaba las esferas sociales en un intento de simplificación al servicio del capital. A veces, se trataba de auténticas pesadillas que intentaban no solo mostrar la disposición de una estructura social construida a imagen y semejanza de las clases medias, sino también estructurar -léase controlar-, determinados grupos sociales que quedaban rezagados en sociedades cada vez más desiguales y segmentadas. La alegoría de la diferencia y la cotidianeidad que evidenciaban míticas series televisivas como La familia Addams o Los Picapiedra, o el profundo hastío existencial reflejado en películas como El graduado, pondría claramente de relieve las contradicciones de estas nuevas áreas urbanas.
La década de 1970, con la irrupción de la última y vigente versión del capitalismo, el neoliberalismo, tiene en las ciudades un papel protagonista. El reequilibrio del papel del Estado, el paso del ejercicio del control social mediante la provisión de bienes y servicios colectivos a la puesta en marcha de un sistema de marcada responsabilidad individual y respuesta punitiva, se ve plasmado en el cuidado y la consideración del espacio urbano como generador de plusvalías. Esto lleva determinadas áreas de la ciudad al más profundo abandono, mientras que otras, las más céntricas, son objeto de limpieza e higienización. Estamos en el Nueva York de Taxi Driver y Distrito apache y, de forma más reciente, en las periferias de París mostradas en El odio o incluso el extrarradio de Madrid de Barrio.
En definitiva, cine y ciudad, como luego televisión y ciudad, imágenes y ciudad, son fenómenos que nacieron juntos y que se han alimentado el uno del otro desde hace décadas. No obstante, es importante remarcar que la relación entre cine y ciudad no puede entenderse a fondo sin considerar la relación de esta última con sus elementos constitutivos, a saber, el urbanismo, la arquitectura y, siempre en primer lugar, la denominada «conflictividad social», cuyo escenario por excelencia no es otro que la calle. Pero no es cuestión de atender a la conflictividad que -difícilmente- puede surgir en los «espacios públicos» de la ciudad contemporánea, espacios profundamente normativizados y estratégicamente despojados de toda presencia indeseada y connotación negativa. Se trata, más bien, de entender la calle en su esencia intrínseca y naturalmente conflictiva, sórdida, mezquina, siniestra y codiciosa, tal y como fue inmejorablemente retratada en las novelas de Raymond Chandler y llevada a la gran pantalla por Martin Scorsese con obras maestras como Malas calles.
A partir de estas premisas, y con el objetivo de entender la manera en que cada uno de los elementos que define la ciudad se conecta con los otros, consideramos indispensable rearticular críticamente los conceptos de «espacio urbano» y «espacio público», a menudo utilizados -erróneamente- como sinónimos. Tras el visionado y el posterior análisis de varias obras incluidas en el inagotable archivo de HAMACA, hemos seleccionado, entre las más significativas, aquellas que mejor han logrado comunicar, mediante el lenguaje audiovisual, la estrecha relación que une cine y ciudad. Gracias a estas obras será posible entender hasta qué punto ambos conceptos, retratados a partir de sus aparentes similitudes y, sobre todo, de sus profundas diferencias, pueden ser claves no solo para entender el tipo de urbanismo que caracteriza la ciudad contemporánea y en el cual nos encontramos, todos, inevitablemente sumergidos, sino también para devolver a las malas calles el protagonismo que se merecen.
Obras seleccionadas:
- Cada día paso por aquí (Raúl Arroyo)
- Caso público: Zona azul (Diana Larrea)
- Caso público: Intrusos (Diana Larrea)
- Durch / A través (Carlos TMori)
- El fin de las palabras (Raúl Bajo)
- Kc#3: Digital (León Siminiani)
- La lucha por el espacio urbano (Jacobo Sucari)
- Los Sures (Toni Serra | Abu Ali)
- Paseo nocturno (Andreas Wutz)
- Reina 135 (Pedro Ortuño)
- Retorno (Bienvenidos al nuevo paraíso) (Itziar Barrio)
- Soy de la gran ciudad (Raúl Bajo)
- V-2 (Eugeni Bonet)
- Vecinos (León Siminiani)