Barcelona es una ciudad festiva, y entre sus fiestas destaca la celebración del carnaval, que permite transgredir, aunque sea de manera puntual, el orden establecido. Los cuerpos se transfiguran y la ciudad se “carnavaliza” en espacios tan diversos como los mercados, las escuelas, las calles y las plazas. El desfile, con sus carrozas, es el clímax de esta fiesta colectiva que acaba con el entierro de la sardina. El disfraz, por su visibilidad e irreverencia, también ha sido una herramienta reivindicativa, tal como muestran las fotografías de las manifestaciones para reclamar equipamientos y servicios en los barrios. En este caso, la máscara trasciende el carnaval y se convierte en un elemento de crítica política y reivindicativa.