Sofía Bengoetxea
Entrevista realizada por Almudena Díaz Pagés
“La educación es la herramienta más poderosa de la que disponemos para parar la transfobia en todas sus formas”
Sofía Bengoetxea es una mujer transexual nacida en Barcelona. Su infancia, adolescencia y juventud la vivió en el género que se esperaba que tuviese. No obstante, a los 45 años, se dio cuenta de que no se sentía identificada con el género que se le había asignado. Decidió iniciar entonces un proceso de cambio de género en el que ha transitado de manera progresiva. Primero en el secreto y la intimidad de casa y, posteriormente, desde el activismo trans*. Trabaja para la administración pública y ha pasado toda su vida ligada al tejido asociativo de la ciudad. Actualmente, forma parte y participa como activista en la lucha por la defensa de las personas trans* desde Generem!, y en su grupo de apoyo, EnFemme.
La asociación Generem!, de la que formas parte, define el término trans* como “un paraguas referido a todas las personas que viven y/o sienten una identidad de género diferente de la asignada al nacer y/o que su expresión de género no encaja en los estereotipos culturales”. ¿Por qué una definición tan amplia?
Porque las identidades de las personas son muy variadas: pensar que el género es binario no responde a la realidad. Lo que sí es real es que hay personas que no encajan en este binarismo impuesto. Que no sean visibles, no significa que no existan. Hay genderqueer, personas transgénero, transexuales, crossdressers, travestis, personas de género neutro, de género fluido, etc. Sin embargo, debido a las restricciones sociales existentes, estas personas solo se sienten cómodas expresando sus identidades en espacios seguros. Por tanto, como la realidad es amplia, la definición ha de serlo también.
La Agencia de los Derechos Fundamentales (la FRA) describe la transfobia como “el miedo irracional a la no conformidad de género o a la transgresión de género, la aversión a las mujeres masculinas, los hombres femeninos, las personas que se travisten y las personas transgénero, transexuales u otras que no encajan con a los estereotipos de género”. ¿Añadirías algo a esta definición?
Añadiría un par de cosas más. En primer lugar, la importancia que juegan en esta discriminación el miedo y la culpa. Y, en segundo lugar, las limitaciones que a veces nos infligimos las personas trans* a nosotras mismas.
Creo que, como bien anuncia esta definición, la transfobia forma parte de un marco ideológico que reina en la sociedad. Un sistema que establece una serie de normas sobre cómo ser y comportarse. Esto afecta a las personas trans* de una manera muy clara: se les restringe su deseo de poder vivir libremente con el género en el que se sientan cómodas.
Los principales mecanismos que utiliza este sistema transfóbico para regular a la que “se sale de la norma” son el miedo y la culpa. Saber que como persona trans* no vas a ser socialmente aceptada produce miedo: a que te agredan, a la incomprensión, a que te discriminen…y, ante esto, ¿qué haces? Reprimes tus sentimientos y te auto-coartas, o no sales de casa.
Pero además, no solo sientes miedo, también sientes culpa. Culpa porque la sociedad en general- y también en particular: tu familia, tus amigos, tu entorno…etc.- deposita unas expectativas sobre ti con las que no te identificas y a las que no puedes dar respuesta. El resultado: te sientes tremendamente culpable.
Además, también creo que somos muchas veces las propias personas trans* las que limitamos nuestra libertad de expresión pues, al asumir el marco ideológico transfóbico como algo natural, nos convertimos en los propios sujetos transfóbicos, sin que nadie nos lo pida o nos lo diga. ¿Por qué? Porque el marco ideológico reinante impone que si no formas parte de este binarismo, tienes un problema. Esto es algo que se aprende desde bien joven.
En España cada mes se suceden historias de éxito y fracaso para la lucha LGTBI ¿son la sociedad española y sus instituciones transfóbicas? ¿Por qué?
Creo que la sociedad es transfóbica y que las instituciones también lo son. La prueba son las violencias que nuestro colectivo sufre por el mero hecho de expresar una identidad diferente: la violencia física, verbal o psicológica, y la violencia simbólica. Mientras que la física, verbal o psicológica se puede traducir en agresiones, la simbólica va más allá.
A nivel institucional, un tipo de violencia transfóbica se da en la atención médica. La Ley que regula la asistencia a las personas trans* establece una tutela médica de un mínimo de dos años de tratamiento hormonal y de seguimiento psicológico, como requisito indispensable para que el cambio de género legal se produzca. Esto provoca que, por un lado, a las personas trans* se las declare “enfermas” y, por otro, la potestad de decidir sobre el cambio de identidad recaiga en última instancia sobre esta tutela médica, en vez de sobre el propio sujeto trans*.
Otro tipo de violencia que sufren las personas trans* se da en el mundo laboral. De entrada, por las dificultades que implica conseguir un trabajo cuando es “evidente” que eres una persona trans*; pero, si además profundizas, existen muchas otras discriminaciones relacionadas con el hecho de que tu cuerpo no responda al cuerpo normativo esperado. Por ejemplo, si eres transexual pero no eres lo suficientemente “femenina” para ser “mujer” probablemente no te den un trabajo de atención al público porque no te adecuas a lo que se supone que debe ser “una buena imagen”.
A nivel social, considero que también las manifestaciones que algunos miembros de la Iglesia Católica han hecho en España acerca de las personas trans*, han sido un claro reflejo de esta violencia o transfobia.
Finalmente, a nivel político, creo que existe una clara transfobia también en la falta de políticas reales. Es cierto que ahora se han propuesto cambios y mejoras e incluso nuevas leyes que sí recogen las demandas de los colectivos trans*; sin embargo, estos cambios a día de hoy no son más que papel mojado. En primer lugar, porque nunca se ha dotado de recursos reales a estas leyes y, en segundo lugar, porque ante nuevas propuestas teóricamente más progresistas, siempre se acaban posponiendo estos necesarios cambios.
El pasado año 2017, en su informe “L’Estat de la LGTBI-fòbia a Catalunya”, el Observatori contra l’Homofòbia registró más de un centenar de denuncias por LGTBI-fobia, de las cuáles casi una quinta parte eran contra personas trans*. ¿Crees que estas cifras representan la realidad?
Creo que estos datos no responden a la realidad y que las incidencias reales hacia las personas trans* son muchas más, por una simple razón: hoy en día todavía no se han establecido de manera extendida protocolos de actuación ante agresiones o incidencias transfóbicas, ni en las escuelas, ni en los centros médicos, ni en las comisarias…De hecho, una persona trans* no podrá denunciar una agresión como transfóbica a menos que se haya declarado legalmente como transexual. Por lo tanto, ni se dispone desde las instituciones de las herramientas necesarias para atender de manera adecuada a las víctimas de este tipo de discriminación, ni es posible para muchas personas que conforman este colectivo, denunciarlo así.
¿Crees que Internet y las redes sociales han propiciado la extensión del discurso de odio LGTBI-fóbico? ¿Por qué?
Creo que el discurso de odio es más fácil que se extienda en las redes porque las personas que lo ejercen se sienten seguras detrás el anonimato y, porque, además, existe esta extraña concepción de que “como es virtual, es menos grave”.
Pienso también que esta herramienta está siendo utilizada por representantes de las principales instituciones sociales -como, por ejemplo, algunos miembros de la Iglesia Católica- para volcar en la Red opiniones que son realmente dañinas para nuestro colectivo y que utilizan esta vía de comunicación para legitimarse.
¿Estás de acuerdo entonces con que el discurso de odio transfóbico en Internet esté penalizado?
Creo que cualquier ley ha de ser, de entrada, proporcional al crimen que castiga. En concreto, en el caso de la regulación relativa a la penalización de este tipo de hechos, diría además que últimamente se está haciendo un uso perverso de ella. Su función debería ser la de proteger a los colectivos vulnerabilizados y, sin embargo, estamos viendo como en realidad se utiliza con otros fines.
De todas maneras, también opino que si se han de imponer penas o sanciones, estas deberían implicar además de la sanción económica, una especie de “reeducación” de la persona. Esto contribuiría a que esta entendiese que, no solo no debe cometer este tipo de delito porque le van a sancionar, sino porque va en contra los derechos y libertades de otras personas.
En este sentido, ¿crees que la educación es la clave?
Sin lugar a dudas. Creo que la educación es la herramienta más poderosa de la que disponemos para parar la transfobia en todas sus formas. Por ello, creo que es tan importante el desarrollo de protocolos de actuación, por ejemplo, en escuelas, para saber cómo responder ante este tipo de violencias, no solo contra las personas trans* sino en general, para apoyar a todos los colectivos susceptibles de ser discriminados.
Además, también considero que otra forma de educar a la población es con la visibilización de nuestros colectivos a través de, entre otras cosas, referentes. Necesitamos personas trans* en las instituciones públicas, los partidos políticos, los medios de comunicación, etc. Esto contribuiría mucho a la normalización de nuestra expresión de género y ayudaría a las personas heteronormativas a saber cómo gestionar la diferencia.
En esta web se defiende que una de las herramientas más efectivas para luchar contra los discursos de odio es la difusión de contranarrativas y relatos alternativos. En el caso de la transfobia, sabemos que se han puesto en marcha campañas basadas en contranarrativas que demandan la despatologización de la transexualidad desde una perspectiva de DDHH. ¿Nos podrías explicar brevemente en qué consiste esta demanda de despatologización?
Por despatologización se entiende una nueva concepción de la transición entre los géneros, para que esta no sea concebida como una enfermedad o trastorno mental, sino como un derecho humano. Ello implica, entre otras cosas: que el reconocimiento legal del género o nombre no implique requisitos médicos, que se proteja a todas las personas englobadas bajo el paraguas de la trans*sexualidad y que se reconozca, también, la diversidad del género en la infancia. Pero, sobre todo, que la atención sanitaria implique un acompañamiento de calidad para facilitar la decisión informada, y no una tutela.
¿Nos podrías dar algunos ejemplos exitosos de esta campaña?
A nivel internacional, destacaría la campaña Stop Trans Pathologization (STP), en la que yo misma participé a través del Octubre Trans* aquí en Barcelona. STP ha tenido dos éxitos muy importantes: por un lado, ha conseguido que en Estados Unidos la concepción médico-legal de la transexualidad deje de ser considerada como una enfermedad y pase a entenderse como una disforia, es decir, un malestar (con el propio género). Y, por otro lado, que se haya visibilizado de una manera nunca antes vista, la lucha de las personas trans*, sobre todo en los medios de comunicación.
A nivel local, destacaría también TRANS*FORMA LA SALUT. Una campaña que consiguió cambiar el modelo de atención sanitaria de la Conselleria de Sanitat de la Generalitat de Catalunya, al promover un cambio en los protocolos de actuación del Institut Català de la Salut. Me parece que fue una campaña ejemplar, no solo por la capacidad de autoorganización que demostramos las personas y organizaciones trans*, sino porque, además, fue una campaña muy inclusiva, orientada a conseguir que aquellas personas del colectivo que hasta ahora se quedaban fuera de los criterios establecidos para poder recibir asistencia, por ejemplo crossdressers y travestis entre otras, pudieran comenzar a recibirla.
El movimiento transfeminista es definido en el Manifiesto Transfeminista cómo “un movimiento por y para la liberación de las mujeres trans* que entienden su propia liberación como parte de la liberación de todas las mujeres”. ¿Tú te consideras una persona transfeminista?
Yo personalmente sí me considero transfeminista. De hecho, creo que es absolutamente necesario una confluencia entre los movimientos feministas y los movimientos trans* pues las causas estructurales que provocan las violencias y discriminaciones que sufren las mujeres y las personas trans* son las mismas: el sistema cis-heteropatriarcal.
¿Qué dirías tú que aporta el transfeminismo a los movimientos feministas?
Para mí, la principal aportación del transfeminismo a este movimiento es la visibilización de las desigualdades causadas por la imposición del binarismo de género. Es decir: pensar que únicamente pueden existir dos géneros, hombres y mujeres, genera desigualdades e injusticias contra las personas que no encajan en ese sistema. Porque las violencias sobre las mujeres cis se justifican en el mismo discurso ideológico patriarcal en que se sostiene las violencias sobre las personas trans*. Se ha de luchar contra esta lacra y esto es algo se ha podido traer a la agenda feminista, en gran parte, gracias al transfeminismo.
¿Crees que actualmente las demandas de las mujeres trans* están bien representadas dentro de los movimientos feministas?
A día de hoy creo que la participación de las personas trans* en los movimientos feministas está todavía en construcción. Es decir, podríamos decir que sí hay mujeres trans* presentes en los movimientos, pero creo que se trata de una presencia insuficiente, no regular, al menos aquí en Catalunya.
¿Nos darías algunos ejemplos de colectivos, campañas…transfeministas?
Destacaría, porque es la que he vivido más de cerca, las Jornades Radical-ment Feministes, que tuvieron lugar en 2016 aquí en Barcelona; y las destacaría porque han sido las primeras, al menos a nivel local, en las que han participado mujeres trans* que no nacieron siendo mujeres.
¿Podrías darnos también algunos ejemplos de organizaciones que estén luchando contra la transfobia?
En primer lugar, destacaría por supuesto el trabajo llevado a cabo por la asociación Generem, que se dedica a hacer campañas de defensa de los derechos y libertades de las personas trans*; y también, la importancia de grupos de apoyo como EnFemme (que forma parte de Generem) que se dedica a dar apoyo psicológico y moral a personas travestis. Finalmente, también creo que es muy importante destacar la labor de visibilización de la transexualidad infantil que lleva a cabo Chrysallis; un fenómeno que hasta hace unos años era totalmente desconocido.
Y para terminar, ¿qué figuras son para ti una inspiración en la lucha por la igualdad y contra el discurso de odio transfóbico?
Pues, a nivel teórico, destacaría la obra de Lucas Platero[1], una autoridad incuestionable en este campo. A nivel médico, al equipo de profesionales sanitarios de Trànsit, un servicio de atención a la salud sexual y reproductiva del Institut Català de la Salut, cuyo objetivo es asistir a personas que no se identifican con el género que se les ha asignado, tanto si desean modificaciones corporales, como si no las desean. Destacaría especialmente a su promotora, Rosa Almirall. Y finalmente a nivel activista, citaría a, entre otres, Nac Bremon y Judit Juanhuix, como referentes de este mundillo en Barcelona.
[1] Trans* con asterisco (de R. Lucas Platero) refleja de manera transitoria la realidad diversa de las personas que no se identifican con el sexo asignado en el nacimiento.
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