Rayen Jara: «La resistencia, para ser sostenible, tiene que ser gozosa»

Con motivo del Decidim Fest, hablamos con Rayén Jara, cofundadore de Radical Data, un colectivo que a través de la liberación y la alegría se reapropia de los relatos que envuelven la tecnología para potenciar la defensa de los derechos humanos.

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21/11/2023 - 07:57 h - Derechos Digitales Ajuntament de Barcelona

De origen chileno, Rayén Jara es cofundarore de Radical Data, un proyecto colectivo con base en Ámsterdam donde trabajan en la intersección de arte, datos y activismo. Junto con Jo Jara Kroese han establecido conexiones colaborativas por todo el mundo, y se mueven entre Berlín, Londres, Barcelona y Latinoamérica. En un mundo digitalizado donde cada vez estamos más desconectadas del cuerpo, elle trabaja desde el conocimiento corporal, la danza y la performance. Desde su experiencia, nos insta a recuperar esta relación, así como a aprender del Sur Global y a reivindicar la alegría como herramienta de transformación social. Hablamos con ella en el marco del Decidim Fest 2023, el festival de tecnologia y democracia que se celebra en el Canòdrom.

¿Sobre qué temas trabaja Radical Data? ¿Sobre qué queréis crear consciencia?

En Radical Data no nos centramos en un área específica, sino que estamos interesades en trabajar desde las necesidades que tienen las comunidades. A partir de ahí, vemos qué nombre, forma o tema toman los proyectos.

Lo que nos caracteriza es la perspectiva de usar los datos, la tecnología, la inteligencia artificial y la digitalización desde una ética subversiva. Usamos herramientas que existen y que oprimen a ciertos colectivos. Las reapropiamos para emanciparnos y liberarnos como práctica de resistencia.

Algunos de nuestros proyectos tienen que ver con la vigilancia, con el cuerpo, con el trabajo digital, con las grandes farmacéuticas… Y todos tienen como nexo el goce y el trabajo en comunidad. Es importante no quedarnos solamente en la idea del aplastamiento o la distopía tecnológica.

¿Vuestra defensa subversiva de lo alegre, del placer y del goce es una reacción ante la cultura del odio de la que se está apropiando Internet?

Nosotres encarnamos una lucha y una resistencia social en relación con los contextos de tecnología, datos e inteligencia artificial. Actualmente, en la mayoría de los activismos, el discurso se atomiza en cuán oprimidas estamos, cayendo así en la desesperanza. Pero históricamente el Sur Global ha sabido sobreponerse a las opresiones. En Radical Data proponemos mirar al Sur Global y aprender de cómo, por ejemplo, en Latinoamérica hemos aprendido a celebrar la resistencia comunitariamente como forma de vida.

Me da la sensación de que solo caemos en la pérdida total de esperanza cuando la opresión ocurre globalmente, ya sea en forma de vigilancia, inteligencia artificial, control, desinformación… Cuando en países latinoamericanos esa opresión existe desde siglos atrás. Y hemos sabido seguir luchando y viviendo.

Yo vengo de una generación, de un proceso de familia, que ha resistido a una dictadura. Y aunque hay muerte, tortura y desaparición, la lucha viene de estar juntas. No se aprende desde una ONG o una okupa. La resistencia es una manera de vivir, que para ser sostenible tiene que ser gozosa. Porque lo que se reclama al final en esos contextos activistas es el derecho a estar vivas.

¿Cómo habéis puesto en práctica esta idea de resistir desde el trabajo con los datos?

Yo vengo de la danza y la práctica del cuerpo, donde convergen el goce, el erotismo, el deseo y la alegría. Al empezar a trabajar en entornos tecnológicos me di cuenta de que hacía falta conectar con el cuerpo. ¿Dónde está en los procesos en que interviene la inteligencia artificial descarnada? ¿Qué pasa con los cuerpos que están viviendo el día a día? En un mundo de aplicaciones de citas y redes sociales, me da la sensación de que hay un cierto descarrilamiento. Pero el cuerpo sigue estando.

A partir de trabajar con la comunidad, en Self nos preguntamos cómo podemos utilizar los datos para entender estos cuerpos que existen y tienen miles de preguntas: personas con fatiga crónica, personas trans, personas con problemas de salud mental o con enfermedades crónicas. Algunas de las personas involucradas nos han contado su experiencia: «Me despierto todos los días y no sé cómo va a ser el día. ¿Cómo lo hago para guardar energía? ¿Cómo lo hago para entender cómo me afecta lo que estoy comiendo, el medicamento que tomo o el ejercicio que hago?». Podemos usar la monitorización de datos del cuerpo para entendernos mejor.

¿Cómo le damos la vuelta a los relatos dominantes en la tecnología?

Hay muchísima información que falta sobre nuestros cuerpos, sobre todo de los cuerpos femeninos. Por ejemplo, que el 70% de la población con migraña crónica son mujeres. Ante esa falta de conocimiento en el área de la medicina y la masiva desinformación que existe en las redes sociales, queremos ser una herramienta de potencia en esos contextos.

En Self intentamos dar la vuelta al discurso de capitalización del cuerpo, de hiperoptimización e hiperproductividad individualista que existe actualmente en las aplicaciones de monitorización de datos corporales. Esta visión deja muchos cuerpos fuera. Hemos dado la vuelta a esta perspectiva para tratarlos como un algo sistémico a trabajar en la comunidad. Cuando hablamos de datos, también es importante que sea todo seguro, encriptado y local.

Cuando yo llegué a la tecnología, lo que más me sedujo fue su potencia para encontrarnos y organizarnos. Es importante revisar como recibimos los relatos en torno a la tecnología, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales. Esta cosa de la distopía, esta cosa de lo que se viene es la perdición, es profundamente descorazonadora y no nos permite actuar y tomar agencia. Por eso creo que hacer activismo desde los datos es una herramienta brutal de transformación social.

Si para mejorar nuestra perspectiva activista en el presente hay que mirar hacia el Sur Global, ¿a dónde miramos para construir el futuro de los datos, del arte, del activismo?

Aunque hace años no existían los pasaportes digitales y las cámaras de videovigilancia, había igualmente una política de la vigilancia. Para mí, construir el futuro tiene que ver con apropiar-nos el pasado y del presente que hemos heredado: colonialista, norte centrista, capitalista, capacitista y fosilicista [dependiente de las energías fósiles].

Para que no nos quiten el futuro del todo, me gusta mirar las narrativas de la utopía. Si miramos la revolución digital desde la distopía, estamos aniquiladas. Hay que recuperar la imaginación política. Cosas que antes nos imaginábamos que eran imposibles, son posibles. Hay que aprender de las escritoras de ciencia-ficción de los años 60, como Ursula K. Le Guin, y usar la imaginación y las herramientas que tenemos para que no nos quiten el futuro.

La tecnología normativa está operando desde la separación y la individuación. Y una tecnología comunitaria colectiva como la que se hace aquí [en el Canòdrom] también es clave para tomar ese futuro de nuevo.