El monte análogo

Michelangelo Antonioni y Luigi Ghirri

El monte análogo es una exposición concebida a la manera de un ensayo visual sin terminar cuya inconclusión, lejos de responder a un infortunio o circunstancia accidental, responde al deseo de explorar la práctica artística de Michelangelo Antonioni (Ferrara, 1912 - Roma, 2007) y Luigi Ghirri (Scandiano, 1943 - Roncocesi, 1992) a partir de la infinidad de afinidades que se dan entre la producción cinematográfica de uno y la fotográfica del otro. Se trata de un catálogo de analogías, aproximaciones y gestos comunes, serenos e imperceptibles característicos del modo en que ambos artistas reflexionan sobre esa parte de la existencia del ser que transcurre al margen de la mirada, se expresa en silencio y busca colmar algunos de sus vacíos. Una forma de ser, estar y actuar en el mundo de la que en esta exposición solo se muestra la punta de un iceberg. O la cima de una montaña. O, mejor aún, la representación de la cima de una idea de montaña. 

Antonioni y Ghirri, nacidos con treinta y un años de diferencia en dos ciudades distintas de una misma región del norte de Italia separadas por carretera poco más de cien kilómetros y unas montañas cuya altura media no sobrepasa los 500 metros, son dos artistas que, aunque no se conocieron en vida, fraguaron sus miradas en las llanuras, se educaron en la visión en amplias concentraciones de aluvión y fluviales, y esbozaron sus horizontes conceptuales y formales transitando libremente aquella zona de brumas por la que transcurre el pensamiento y la imaginación.

A través de una selección de no más de cuarenta imágenes pertenecientes a la serie de Montañas encantadas de Antonioni —aparecida en los años sesenta ante su mirada atenta sobre su mesa de trabajo— y la obra primeriza de Ghirri —realizada durante los años setenta en sus viajes por el valle del Po buscando lo que sucedía al margen de una mirada fugaz—, esta exposición parte de una investigación que nace de una intuición, transita la orografía de un presentimiento, abraza la idea de una montaña y comparte lo que ha percibido entre las paredes de un mismo espacio. Se trata de un alto en el camino para permanecer, desde ahí, en situación de «deseante», siempre en espera de algo.