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Fotomuntatge amb flautes de Papua Nova Guinea (Oriol Rossinyol)
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El alma

En un contexto musical hablar del alma no es una cosa inusual. Los sentimientos y emociones que aporta la música a nuestras vidas son siempre difíciles de expresar con palabras. Por este hecho, palabras de contenido amplio, inconcreto, pregón o espiritual nos puede ayudar a describir algo quizá indescriptible, la música. Si hablamos de instrumentos también utilizamos expresiones que investigan aquello que va más allá de la materia. Pensemos en el violín, si buscamos en su interior encontraremos una pequeña pieza de madera que tiene por nombre alma. No es nada extraño este nombre, ya que una pequeña variación en la colocación de esta pieza puede representar una gran transformación del sonido del instrumento. Tocar el alma no lo puede hacer cualquiera, en este caso lo dejaremos para los lutieres. Pero hoy no hablaremos de este instrumento, sino que haremos un viaje al otro lado del mundo para buscar algo desconocido.

Nuestro objeto de estudio es una flauta, de hecho son dos flautas traveseras de Papúa Nueva Guinea. Las flautas  MDMB 1373 y MDMB 1374 son dos instrumentos que ingresaron en el Museu de la Música en el año 1970. Forman parte de una rica colección de instrumentos adquiridos para el museo en uno de los viajes realizados por el antiguo director del Museo Etnológico de Barcelona, el doctor August Panyella, acompañado del antropólogo y escultor Eudald Serra y del coleccionista Albert Folch.

Las dos flautas son de bambú y de medidas muy espectaculares, más de dos metros de longitud. Están decoradas con unos trenzados de fibras vegetales. No disponen de agujeros para producir notas diferentes sino una única abertura lateral próxima al extremo tapado, como en las flautas traveseras. La diversidad de sonidos se consigue con diferentes intensidades del aire que se dirige al bisel para producir sonidos harmónicos. En el extremo superior, es decir, en la cabeza de la flauta próxima a la abertura, cada instrumento tiene una escultura de madera. La flauta más pequeña está coronada con un pájaro, en la mayor hay un rostro humano parecido a una máscara totémica.

Flauta MDMB 1374 (Fotografia: Jordi Puig)

¿Qué más sabemos de estas flautas?, ¿qué sabemos de esta cultura? Poca cosa. Podemos decir que son de la región del Sepik de Papúa Nueva Guinea y que son instrumentos ceremoniales utilizados en rituales de iniciación de los hombres. Sabemos también que siempre van por parejas y que no pueden ser utilizadas ni vistas por las mujeres ni los niños. ¿Qué más? Tenemos también una idea más o menos confundida de lo que significan las figuras totémicas. Podremos decir que son como un símbolo que hace de vínculo con el mundo de los espíritus, los dioses y los ancestros. Quizás todo esto nos resulta suficiente para pensar que existen culturas que viven todavía en relación con la naturaleza y que sus rituales están integrados en su vida. Posiblemente preferimos creer que con nuestros viajes no interferimos en su propia evolución cultural y podemos observar la esencia salvaje de un mundo desconocido. Seguro que saber que unos objetos están prohibidos a las mujeres nos hace pensar que nosotros hemos avanzado mucho. Quizás sí, pero no rasquemos demasiado.

Flauta MDMB 1374 (Fotografia: Jordi Puig)

Y con esta visión etnocéntrica, con la mirada de un conservador de museo europeo que ha visto instrumentos de construcción exquisita, de extraordinaria decoración artística y de belleza y sonoridad notables, miré las dos flautas de Papúa Nueva Guinea. Instrumentos curiosos, originales. A nivel musical posiblemente con muchas limitaciones, pero claro, no hay que analizarlo con nuestra escucha musical. Son instrumentos rituales y su función no es musical. De hecho, vale la pena recordar las palabras del musicólogo Curt Sachs, uno de los fundadores de la organología moderna, al referirse a las culturas animistas. Más o menos venía a decir que para dirigirse a las fuerzas desconocidas de la naturaleza, los dioses o los ancestros, el sonido se debía enmascarar, o sea que no podían hablar con la lluvia, el viento, los animales o los antepasados ​​y decir con voz clara y transparente que a ver si para de llover de una vez. Había que poner un poco de distancia y para eso servían los rituales donde la escena, los objetos y el sonido formaban un todo. Si pensamos en nuestros rituales religiosos y sociales podemos entender un poco que para que la cosa funcione hay que rellenar un poco. O sea que si la novia vestida de blanco, seguro que el matrimonio irá mejor…

Seguimos mirando los instrumentos, ahora concretamente la flauta más grande con el rostro humano. Los materiales son evidentemente los propios del lugar. Escultura de madera, cuerpo tubular de bambú con decoración sencilla de pintura y aros de fibra vegetal trenzada. En medio de esto, una cinta de un material plástico, concretamente lo que llamaríamos cinta adhesiva, envuelve la parte central del instrumento. La mirada del conocimiento de la vieja Europa, o sea el equipo técnico del Museo, censura esta falta de criterio que ha utilizado un material tan poco noble para sujetar una posible grieta. Y dicho esto entramos en acción.

Flauta MDMB 1373 (Fotografia: Jordi Puig)

En esta ocasión tuve el privilegio de hacer la primera parte de la intervención. Cuando la grieta quedara al descubierto podría contar con la experiencia y conocimientos del restaurador. El proceso fue lento, cada día dedicaba un rato a desencolar la cinta adhesiva con un disolvente, lentamente, no quería romper el material. De hecho, en toda restauración hay que conservar siempre todo lo que eliminamos. La vida y la historia del instrumento deben quedar documentados, al menos todo lo que hacemos y por qué lo hacemos. Pasaron unos días y, no sé porque, la emoción de llegar a descubrir la grieta crecía progresivamente. Deshacer las últimas vueltas de la cinta me supuso un asombro inmenso. Seguro que ya lo intuía. No existía ninguna grieta, la caña de bambú estaba intacta, limpia. Dos hojas vegetales, ahora ya secas, descansaban sobre el instrumento. La cinta era la envoltura que guardaba y escondía de cualquier mirada aquel secreto. Quizás podríamos decir el alma del instrumento. El nexo de unión de la naturaleza con el objeto. Del hombre con el tótem, del ritual con el efecto deseado.

No sé por qué pero en aquellos momentos me vinieron a la cabeza los libros de Tintín. Posiblemente Las siete bolas de cristal, no estoy seguro, pero pensé que una maldición caería sobre mí. Había visto y tocado con mis manos algo que estaba oculto a la mirada. Quizá ahora lo cuento con cierto humor. De hecho no duró mucho este miedo a lo desconocido, pero sí me quedó una sensación de haber invadido algo que no me correspondía, casi un sentimiento de profanación.

En aquella época, hablo de la década de los noventa, aún no disponíamos de muchas facilidades para conectarnos por internet con otros profesionales para compartir el descubrimiento. Sin embargo, nos comunicamos con algunos conservadores de otros museos y su opinión coincidió totalmente con nuestras intenciones. Vuelva a esconder las hojas y aquí no ha pasado nada. Y manos a la obra, con todo el cuidado y el respeto, rehice todo el trabajo de los días anteriores. Las hojas volvieron a descansar en contacto directo con el bambú del instrumento y utilizando la misma cinta, ocultándolas, podríamos decir para siempre, de cualquier mirada. No sé si las cosas han quedado como antes. Desconozco si se ha roto este nexo de unión entre el instrumento y el espíritu de aquel hombre que lo hizo. Posiblemente, si existía esa relación, ya se rompió cuando el instrumento fue a parar a manos de nuestra civilización. Quizás ahora lo que nos corresponde es abrir un poco más nuestra mirada y respetar lo desconocido.

Flauta MDMB 1373 (Fotografia: Jordi Puig)

Ahora parece mentira no haber pensado en todo eso. No es la primera vez que una determinada cultura utiliza materiales que no le son propios. La rareza, la escasez y la utilidad de una cinta adhesiva en un contexto en el que la naturaleza es la única suministradora de materiales, le confieren un valor, para nosotros incomprensible desde un contexto urbano. Es evidente que nuestros ojos no ven este instrumento como los de quien lo creó.

Conservamos, respetamos, veneramos nuestra historia, y hacemos los objetos los representantes y nexo de unión con el pasado. Cuando descubrimos, estudiamos y analizamos otras culturas tenemos todavía demasiado adentro este sentimiento de creer que nosotros somos el centro del mundo. No sé si lo que vi en ese instrumento era el alma, no lo sé. Pero lo que es seguro es que yo estaba demasiado lejos de aquella flauta que tenía en mis manos.