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De la reserva a la exposición
El Museo de la Música de Barcelona cuenta actualmente con cerca de 3000 instrumentos musicales y objetos relacionados. De éstos, sólo unos pocos más de 500 forman parte de la exposición permanente, mientras que otros se encuentran en las reservas o forman parte de préstamos y exposiciones temporales, tanto nuestras como de otras instituciones.
La decisión de exponer -o no- un instrumento depende de muchos factores: el discurso museográfico, el estado de conservación del instrumento, las posibilidades sonoras, la singularidad de la pieza (por época, por construcción, por origen geográfico, etc.). Cuando nos trasladamos a la sede de L'Auditori, en 2007, una de las voluntades era que la exposición permanente fuera flexible y permitiera, cada cierto tiempo, cambiar algún instrumento. Pero el hecho de que las cartelas fueran serigrafiadas en las vitrinas lo hacía menos flexible de lo que, idealmente, habíamos imaginado. Fue en 2017 cuando iniciamos una transformación que parece minúscula pero que llevó meses de trabajo detrás y años, también, de voluntad: el cambio de la iluminación, el cambio y mejora de la documentación de las cartelas volviéndolas móviles, la recolocación de instrumentos para mejorar el discurso museográfico… os habló de ello Marisa Ruiz en este post.
Una vez superadas las cuestiones técnicas y teóricas, hay que pasar a la acción. Cuando se decide que un instrumento que durante muchos años ha estado en una reserva pase a formar parte de la exposición permanente, no se trata de cogerlo y ponerlo en la vitrina: no es tan sencillo. Os lo contamos a partir de un caso concreto: el violín de Delft.
Este es un violín curioso: está pensado para uso estético y no musical (de hecho, sólo con tensar las cuerdas para afinarlo, posiblemente reventaría), está hecho de cerámica y presenta un potente color azulado que en su momento, a principios del siglo XVIII, estaba en boga.
El año 2013 se le hizo un examen organoléptico en el que se indica que parte del clavijero que ajusta la cuarta clavija está roto y falta el material. La parte baja del mástil se rompió y fue pegada de manera poco fina.
La propuesta de intervención fue la limpieza (suciedad general y restos de cola), desencolar y volver a encolar el mástil (tenía movimiento, lo que significa que no estaba bien ajustado), y finalmente reintegrar un fragmento de porcelana al clavijero.
Este proceso implicaba los siguientes pasos:
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Limpieza con agua destilada y alcohol.
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Limpieza puntual de restos de cola con la punta del bisturí y acetona.
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Desencolar el mástil ablandando la cola con acetona, y volverlo encolar con cola nitrocelulósica.
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Reintegración de la porcelana del clavijero con yeso, consolidación de éste con Paraloid al 5% en xileno, reintegración cromática con acuarelas Windsor y Newton, consolidación, barnizado con Paraloid al 10% en xileno.
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Reintegración de la pérdida de material de los agujeros de las clavijas con corcho encolado con cola nitrocelulósica.
Cuando desencolamos el mástil vimos, una vez abierto, que en una intervención anterior se había colocado madera en su interior para que actuara como alma y la cola utilizada era una cola blanca aplicada sólo en el interior.
Las imágenes del antes y el después hablan por sí solas. Lo podéis ver aquí y, también, en la exposición permanente, en el espacio dedicado al Clasicismo.
Existe otro museo que expone un ejemplar gemelo: el violín Delft del Rijksmuseum. Rebuscando un poco, encontraréis alguna web holandesa que vende ejemplares modernos de este tipo de violines como recordatorios de viaje.
Creemos que esta incorporación a la exposición permanente, pese a todos los procesos que conlleva, vale mucho la pena. No sólo por la idea de tener una exposición permanente flexible y para hacer visible un instrumento peculiar y único, sino porque vemos la atracción que provoca el instrumento en las redes sociales.