Blog

Proyectos de investigación

Despertar el sonido dormido

La mayoría de instrumentos musicales de los museos no están en condiciones de ser tocados. Restaurarlos para que puedan volver a utilizarse no siempre es la mejor opción. A menudo sería necesario sustituir algunas partes, lo que podría provocar transformaciones y pérdida de información histórica.

En el año 2010 iniciamos un proyecto de investigación y posible restauración de las guitarras de la colección para averiguar si podíamos recuperar algunas para su uso musical y realizar una grabación. El proyecto era ilusionante. Además del equipo del Museo, necesitábamos contar con la colaboración de restauradores especializados y músicos.

En la primera fase de selección valoramos el estado de conservación, la restauración y el interés histórico o musical. De las noventa guitarras del Museo, mostramos diez al guitarrista Xavier Díaz-Latorre, con el propósito de saber si él las consideraba interesantes para tocarlas. En la primera reunión empecé a hacer una descripción detallada de los instrumentos, pero enseguida el músico me detuvo. Estaba conmovido y necesitaba asimilar lo que estaba viendo.

Ante él había guitarras del siglo XVI al XIX que llevaban más de cien años sin ser tocadas, y él debía elegir cuáles convenía restaurar. Evidentemente, en aquel momento ninguno de los instrumentos estaba en condiciones musicales, ni siquiera era posible tensar sus cuerdas para afinarlos. Sin embargo, sus dedos acariciaron algunas de ellas y el largo silencio de aquellos instrumentos comenzó a romperse. Fueron cuatro las escogidas, pero hoy sólo hablaré de una. La guitarra de los leones. Es un instrumento construido en la Península Ibérica hacia el año 1700. El nombre le viene dado por las ricas incrustaciones de marquetería, entre las que destacan dos leones. Muestra muchas marcas de uso, probablemente por haber acompañado la voz o la danza.

mdmb000639_id_20150629_002_064_02.jpg
Guitarra de los leones, MDMB 639 (Fotografía: Eduard Selva)

Lo que conocemos de este instrumento quizá no sea suficiente para explicar su historia. Pero sin duda conocemos mil historias, escuchadas, leídas, vividas o deseadas, que pueden mostrarnos un pasado —tal vez imaginado— pero no menos cierto que un cuento contado en una noche de invierno.

Os lo cuento.

El cuento

Ocurrió a finales del siglo XVII, eso lo sabemos con certeza, porque las maderas no mienten y el trabajo que unas manos realizaron queda escrito en el objeto que perdura.

Aquel rey, rico, noble y señor de sus súbditos, era sensible al arte de los sonidos y amante de la belleza. Un día deseó una guitarra que reuniera la más alta calidad sonora con la perfección de las formas y la riqueza ornamental. Quería mostrar su poder con aquel instrumento.

Las mejores maderas, traídas de países lejanos, debían ser trabajadas con delicadeza y ostentación. El objeto debía deslumbrar al mundo y, al mismo tiempo, su música debía transportar a los oyentes más allá del placer de los sentidos.

Y el lutier que recibió el encargo vio ante sí una tarea casi imposible. Sabía que la ostentación decorativa no se lleva bien con la calidad del sonido. Él era el mejor del país, conocedor de la historia de los instrumentos y de todos los secretos de su construcción.

Empezó por la selección de las maderas. A pesar de que el encargo exigía el uso de maderas exóticas, no le hizo mucho caso. Las del país eran lo bastante buenas. Las había recogido él mismo y dejado secar durante muchos años.

No dudó en utilizar ciprés y nogal, y para la tapa armónica no existía mejor madera que la pícea. Y si el rey quería maderas exóticas, también pondría ébano. Era una madera dura y elegante, que solía usar para reforzar el mástil. El diseño y la construcción no le planteaban ningún problema. Podía construir una guitarra de cinco órdenes de cuerdas, cuatro dobles y una sencilla. Sería un buen instrumento para acompañar danzas. El problema era la decoración. Había visto objetos sonoros de culturas lejanas, a menudo muy ornamentados, pero cada detalle tenía un significado y cada instrumento una función. El simbolismo decorativo no es lo mismo que la ostentación.

También conocía numerosos instrumentos recargados con piedras preciosas y decoraciones excesivas. Sin duda pertenecían a personajes importantes y ricos. Quizá incluso fueran bellos, pero su sonido seguramente no enamoraría a nadie.

¿Cómo podía hacer para no perjudicar lo más importante de la guitarra: su sonido?

Combinando nogal y ciprés en los aros y el fondo del instrumento podía lograr un buen efecto. Eran elementos de la guitarra que no influían demasiado en la calidad del sonido.

La parte más problemática era la tapa armónica. Era la madera decisiva para la voz del instrumento y, al mismo tiempo, la más visible.

Optó por crear figuras de marquetería muy finas, incrustadas sobre la tapa, tan delgadas que apenas alterarían los movimientos que la madera realiza al vibrar.

Las figuras que hizo tenían un simbolismo. La corona, porque era para un rey y eso no podía olvidarlo. Dos leones, representando la nobleza y el dominio, serían del agrado del monarca. El lutier, sin embargo, pensaba más en la fuerza y la flexibilidad de esos felinos: seguro que sabrían moverse con los sonidos de la guitarra. Un par de conejos —aunque no fueran demasiado reales— representaban las extensas tierras del noble señor.

Y para terminar, un águila real con las alas extendidas significaba la valentía, sería una buena opción… pero prefirió hacer dos discretas aves en reposo. Ya volarían con los sonidos cuando la guitarra comenzara a cantar.

2023_05_19_guitarra_lleons_03.jpg

La presentación de la guitarra fue con todos los honores. El rey quedó maravillado por la precisión y la calidad del trabajo.

El propio lutier fue quien pulsó los primeros acordes que dejaron boquiabierto al público. Los sonidos, de una riqueza excepcional, parecían no extinguirse. ¿Eran quizá el vuelo de los pájaros lo que los transportaba más allá?

Después otras manos tocaron la guitarra, acompañaron voces y danzas. No había día en que no brotara música de aquel instrumento.

Y pasaron los años y los siglos, pero las músicas cambian, y también los instrumentos. A menudo sus maderas sirven para hacer nuevos instrumentos, o quizá para alimentar el fuego y espantar el frío del invierno.

La belleza de este instrumento le salvó la vida, pero su destino como objeto ornamental lo condenó al silencio.

los días de alegría de aquel instrumento quedaron en el olvido. 

illustracio_guitarra_i_ocells_14.jpg
Acuarela y fotografía de la guitarra de los leonse (Oriol Rossinyol).

Todos los cuentos tienen un final, y este también, pero la guitarra sigue aquí. Existe. 

¿Está viva? 

Ella

He emitido un gemido. Alguien me ha tocado y me he expresado, estoy segura. No recuerdo nada. ¿Ha pasado poco tiempo? ¿Mucho tiempo? ¿Dónde estoy? ¿Quién soy?

Vuelve el silencio, la quietud, el vacío. Nada.

Oigo una voz, o tal vez dos. No puedo entender. No puedo moverme. Mi voz es el silencio. Mi expresión es la inmovilidad.

Ahora unas manos me tocan. ¿Tengo miedo? ¿Quieren hacerme daño? Estoy casi insensible. Quieta, muda.

Siento ternura en esas manos. Son casi caricias, recorren mi cuerpo. Con respeto, con prudencia. Ahora una ligera frescura parece acercarme a la vida. Silencio, quietud, oscuridad.

Si recordara lo que es respirar, diría que respiro. Si recordara... si recordara...

Las manos regresan. La ternura continúa, pero se suma la duda, la indecisión. Me expreso con la voz, con incongruencia, con desorden. Sin sentido, tímidamente.

Recuerdo.

Nací para hacer oír mi voz. Para hablar necesito tus manos.

¿Cuáles? Unas manos con ternura, sabiduría, destreza, emoción. Manos que buscaron en la naturaleza el material. Y las maderas fueron mi cuerpo. Y el lutier, mi creador. Después, los músicos. Aquellas personas que, con sus manos, transforman el contacto en canción.

Y yo, tan solo un objeto, hecho de madera y de amor. Un instrumento sensible al frío y al calor. A la humedad y a la sequedad. A la caricia de unas manos que transforman el silencio en expresión. Mi voz: el sonido. La música.

Recuerdo.

Como una amante incansable, he estado allá donde la fiesta, la alegría, la pena y el dolor necesitaban expresarse. Manos diestras y torpes han buscado en mi cuerpo su propia voz. Manos temblorosas, juguetonas o quizás sabias han aliviado su dolor con mi canto.

Recuerdo, después del silencio, el largo silencio del olvido, cómo una mano sensible pulsó una cuerda. Mi voz fue un gemido, un grito apagado, un regreso a la vida. Ahora sé que las manos que me cuidan no buscan mi destrucción. Restaurar, volver a ser lo que fui. Eso es lo que hacen estas manos en este viejo y reseco cuerpo. ¿Podré recuperar mi fuerza, mi movimiento, mi voz?

He pasado muchos años en los que las miradas han sido lo único que he sentido. Miradas curiosas, complacidas, satisfechas de observar la belleza de un objeto. Inanimado. Sin vida. ¿No sabéis que aún estoy viva? Solo necesito unas manos y mi cuerpo danzará como la más experta de las bailarinas.

Sabéis apreciar el arte de los sonidos, la música. Desconocer mis movimientos no es ignorancia. Son imperceptibles, es solo mi danza. Mi coreografía compleja, sutil y precisa. Secreta. Solo yo la conozco. Hace mucho tiempo, el lutier, cuando trabajaba mis formas, intuía el movimiento, pero no podía verlo. Ahora el restaurador ha buscado en su conocimiento las manos del antiguo lutier. Trescientos años y unas nuevas manos curan las heridas de una vida.

Y ahora es el músico quien me acompaña. Como un compañero paciente me ayuda a caminar de nuevo por la vida. Poco a poco. No puedo correr, necesito mi tiempo. Primero las cuerdas, naturales, surgidas de las entrañas de un animal. Sí, estoy hecha de naturaleza, de vida. Cada día el músico tensa un poco más las cuerdas. Con prudencia. Después, el punteo pausado de las cuerdas me produce un escalofrío. Y yo tiemblo, gimo. Me expreso.

2016_11_08_enrike_solinis_02.jpg

Cada pulsación de una cuerda se transforma en incontables movimientos. Podríais ver algunos, no todos. Y luego las otras cuerdas, y de nuevo los dedos juegan sin cesar. Es la danza de las cuerdas. Es como la superficie del mar. Numerosas olas se dibujan y se extinguen constantemente. Nunca podréis observarlas todas. ¿Y el movimiento de las cuerdas? No, es fugaz y juguetón. Casi imperceptible. ¿Y escuchar su sonido?

Y ahora entro yo, la guitarra. El instrumento sensible que recoge cada una de las vibraciones de las cuerdas en su propio cuerpo. En el mío, en estas maderas trabajadas que configuran un bello objeto cuya principal virtud no es la belleza, sino la fuerza, la flexibilidad y el movimiento. Mi cuerpo es el equilibrio justo y preciso para soportar la tensión de las cuerdas y para vibrar como la pluma de un ave ante un soplo de aire. Mis movimientos son tan precisos como los de la mejor bailarina, son toda una coreografía compleja y armoniosa, sutil y vibrante.

Y día tras día, el músico va descubriendo mi sonido, mi voz. La agilidad, la precisión, la claridad. De la acción decidida de una mano, mi voz se transforma en un clamor o en un grito. Del sutil movimiento de un dedo surge de mí un hilo de voz que, mientras se extingue, se obstina en no morir.

Junto a la canción, mi acompañante también busca los vínculos con el pasado. Las manos que me hacían cantar. Las voces que trenzaban melodías mientras mis acordes dibujaban el camino. Las piernas que danzaban al ritmo de mis sonidos y las risas dibujadas en rostros ahora olvidados. Los amores nacidos de mis notas y las lágrimas vertidas en mi regazo.

Y él, el músico, el enamorado que añora un pasado desconocido. Y yo, una vieja superviviente de un mundo que no puede volver. Buscamos en el estudio, en la intuición, en las partituras, en las improvisaciones y en la búsqueda del sonido, algo que no sabemos.

Y un día, yo, la guitarra de los leones, me siento preparada para mostraros mi voz. El músico pulsa las cuerdas. El aire se mueve, imperceptiblemente, y las maderas de la guitarra danzan al ritmo de las ondas. Es mi danza la que da vida a los sonidos de aquel lejano siglo XVIII.

Y la corona real se tambalea. Los leones flexionan sus músculos, los conejos bailan discretamente y los pájaros baten las alas. Y la música viaja en el tiempo. Y el sonido, dormido dentro de la guitarra, vuela por el espacio hacia los oyentes llenos de silencio, sedientos de emoción, de placer, de historia, de música.

2013_02_26_enregistrament_de_videoclip_amb_instruments_del_museu_110.jpg
Xavier Díaz-Latorre con la guitarra de los leones, MDMB 639 (Fotografía: Gen-Lock)