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Tots els sons naveguen en la remor de la mar i, si m’hi fixo bé, puc entreveure enmig de les ones els instruments que li donen veu. (Foto: ©Oriol Rossinyol)
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El sonido blanco

Recuerdo una tarde, a principios de marzo de 2007, poco antes de la inauguración del Museu en L’Auditori. Habíamos acabado de instalar los instrumentos en las vitrinas. Cansado, me fui a sentar en las gradas del espacio de clasicismo. No quedaba nadie. Silencio total. Delante de mí estaba la orquesta del siglo XVIII descansando, ahora sí, en su lugar definitivo, al menos por unos años. Detrás de los instrumentos, los cristales protegían las arpas, teclados y aerófonos, y más al fono, todavía más vitrinas mostraban violas y laúdes del Barroco. 

Desde que conocía el diseño del Museu, había pensado con frecuencia en los problemas que podía llevar la superposición de ámbitos y transparencia. Imaginaba que poder ver en detalle un objeto expuesto no sería fácil, dado que los de detrás, la luz y los cristales crearían reflejos que dificultarían la visión. En aquel momento de paz estos pensamientos se deshicieron y el Museu adquirió una nueva dimensión. Estaba totalmente rodeado de instrumentos, inmerso en un mar de reflejos en el que los cristales multiplicaban hasta el infinito. Podía ver una pieza con todo detalle por delante y por detrás pero a su vez paseaba en medio de un laberinto de objetos sonoros en el que la realidad y el espejo se confundían. La magia de la luz había entrado en el mundo musical.

A los pocos días vinieron las pruebas de sonido. Una de las cosas que nos preocupó fue la interferencia de las músicas entre las salas. Estar en un espacio del Museo y escuchar diferentes músicas a la vez no era el efecto que buscábamos. Al contrario, cada ámbito histórico tenía que ser independiente: los objetos, las imágenes y la música formaban un todo desvinculado del espacio siguiente. Era el visitante quien tenía que decidir el momento de pasar del renacimiento al barroco o del clasicismo a la música del siglo XIX. La interferencia musical entre los espacios podríamos considerarla como una introducción del siguiente período, pero pensar esto en este contexto sería una excusa para no resolver correctamente los problemas técnicos. De hecho, en el siglo XX diferentes compositores habían experimentado con la audición simultánea de diferentes músicas en un mismo espacio. Pero hacerlo en el Museu de la Música no tenía ningún sentido e hicimos lo posible para minimizar estas interferencias sonoras.

Museografia (Foto: S. Guasteví)

Durante los años en que he trabajado en el Museu he vivido muchas experiencias con los instrumentos, la música y las personas. Quizás algún día explique alguna, pero ahora querría hablar del lugar al que me llevaron estos primeros recuerdos del Museu. La luz y el sonido. Concretamente la luz blanca y el sonido blanco.

El color blanco es el que refleja todos los colores del espectro y el negro los absorbe todos. O sea que podríamos decir que la luz blanca contiene todos los colores. Todos hemos visto y nos hemos maravillado delante del fenómeno de la naturaleza que llamamos arco iris, que ordena perfectamente los colores de la luz visible. Las pequeñas gotas de agua, suspendidas en la atmósfera después de la lluvia, actúan como cristales que descomponen la luz blanca del sol en los diferentes colores que la configuran.

Dejemos la luz y vayamos al sonido. Por analogía con la luz se habla de sonido blanco o, también, ruido blanco, aunque yo prefiero hablar de sonido y no de ruido.

El sonido blanco es el que está formado por toda la diversidad de sonidos que podamos imaginar. Todas las frecuencias sonoras posibles, es decir, todas las notas imaginables, desde el sonido grave de un contrabajo hasta el más agudo de un violín. Y todavía más, también las notas que a menudo encontramos desafinadas o que no encajan en nuestras escalas musicales. Y todos aquellos sonidos de duraciones y tiempos diferentes, y también en diferentes intensidades, desde muy flojo hasta el fortísimo. También se le suma el color del sonido, esta cualidad que se conoce con el nombre de timbre y que nos permite distinguir una misma nota tocada por una trompeta o por un clarinete, o la diferencia de color y timbre entre las voces de las personas.

Podríamos hablar del sonido a partir de un lenguaje más técnico. Entonces hablaríamos de frecuencias y al hablar de sonido o ruido blanco nos encontraríamos con la presencia de todas las frecuencias audibles al mismo tiempo.        

Desgraciadamente, la naturaleza no dispone de un fenómeno que nos ordene los sonidos como lo hace el arco iris con la luz. Incluso podemos preguntarnos dónde encontrar el sonido blanco.

La experiencia de escuchar en el Museu la superposición de diferentes músicas me llevó a un concepto de sonido blanco algo particular. Imagino el sonido blanco como un archivo desordenado de todos los sonidos de los instrumentos y las músicas que forman parte de mi vida.

Si tuviéramos que buscar en la naturaleza algún sonido que se parezca al sonido blanco, tendríamos que ir hacia el mar. El rumor del mar, un sonido constante, cambiante, contínuo. Pero, ¿dónde encontraríamos el arco iris que nos ordene estos sonidos? Aquí lo tenemos más difícil. Quizá podríamos utilizar una criba de sonidos, como un filtro que fuese separando las notas, como la criba que separa las conchas y las piedras de la arena. Una criba que fuese separando melodías y voces de instrumentos.

Un reto difícil encontrar este filtro. Aunque técnicamente lo podamos hacer en un laboratorio de sonido, yo ahora en estos momentos elijo la imaginación, la música, la poesía, el recuerdo y la emoción. Sé que en el murmullo del mar están todos los sonidos y que son posibles todas las músicas que pueden acompañar nuestras vidas.

Ahora sólo me falta pasear cerca del mar, sumergir-me en su sonido y lentamente discernir algunas melodías. Y, si me fijo bien, puedo entrever en medio de las olas los instrumentos que dan voz al mar.

Todos los sonidos navegan en el murmullo del mar y, si me fijo bien, puedo entrever en medio de las olas los instrumentos que le dan voz.