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Imatge cedida per Pep Massana
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La pandemia y la soledad del músico

Hemos estado confinados en nuestras casas para combatir este minúsculo enemigo que nos niega el contacto con los seres queridos, que nos distancia, nos arrincona y nos aísla hasta romper nuestros vínculos sociales. Es duro.

Todos hemos pasado unos largos días de soledad, quizás total, o compartida con la pareja o la familia. Hemos tenido tiempo para pensar, para reír, para llorar, para imaginar, para cantar y para llenar de música nuestras horas. Y necesitábamos compartir, por eso le hemos echado imaginación y hemos transformado la soledad en comunicación.

¿Os acordáis cuando, por las redes, o quizás en directo, escuchasteis cómo sonaba un instrumento o una voz desde un balcón? ¿y cuando se añadía un nuevo instrumento que intentaba, en la distancia de las casas, compartir la danza de los sonidos? El silencio de la ciudad, el vacío de las calles, dieron paso a la música. Y con la música la emoción. Los sonidos viajan por el aire y la música llega a los diferentes oídos, seguro que no con la precisión deseada, pero sí con toda la fuerza y sentimiento necesario para emocionar y dibujar en nuestros rostros una sonrisa que une tristeza, miedo y alegria de cada una de las personas recluidas en sus casas.

La música es así, y los músicos hacen música. No tenían suficiente con disponer de largas horas para estudiar. No era suficiente poder trabajar una partitura hasta el mínimo detalle. Era necesario este receptor para cerrar la interpretación. Era necesario transformar el arte de los sonidos en el hecho musical. Compartir.

Como recordaréis, la cosa no se detuvo ahí. La imaginación se puso en frente y la tecnología hizo su papel. Evidentemente, no todos los músicos tocan solos. A pesar de las deficiencias de los conocimientos informáticos, las redes se llenaron de duetos, grupos, corales y orquestas que con un minucioso trabajo realizado individualmente, consiguieron ofrecernos magníficas obras de conjunto. Seguro que cada músico echó en falta esa mirada cómplice del compañero, aquel gesto preciso y discreto o aquella expresión particular que transforman una suma de voces o de instrumentos en un hecho colectivo y compacto, único. Pero la necesidad de comunicación y el deseo de compartir no tenían freno.

Incluso pudimos escuchar maravillas que, si no fuera que sabemos que la tecnología nos acompaña, pensaríamos que por las redes corren fenómenos sobrenaturales. Me refiero a que algunos músicos se clonar a ellos mismos y así hicieron obras para diferentes instrumentos tocados por una sola persona.

De hecho, no es una novedad que un músico no tenga suficiente con tocar un solo instrumento y necesite un compañero musical. Y no siempre éste está disponible. Una mirada hacia atrás nos puede hacer ver que a menudo algún intérprete ha buscado la manera de acompañarse a sí mismo con un instrumento rítmico. Es muy común por ejemplo una flauta y un tambor tocados por una misma persona. Basta que miremos una cobla de sardanas. Pero este binomio instrumental no es exclusivo ni único, ya que entre otros lugares, lo podemos encontrar en Ibiza, en Mallorca o si nos alejamos un poco más en el País Vasco.

Detall de tres conjunts de flabiol i tamborí de Catalunya, Eivissa i País Basc
Detalle de tres conjuntos de flabiol y tambor de Cataluña, Ibiza y Pais Vasco

De hecho, muchos músicos han inventado artilugios para acompañarse a sí mismos con un instrumento rítmico. También es habitual que un intérprete toque la vez diferentes percusiones. Pensamos en la batería como conjunto instrumental. Más raro es que una sola persona toque al mismo tiempo varios instrumentos melódicos o polifónicos. Quizás nos puede venir a la cabeza algún cantante tocando la guitarra y la armónica con la ayuda de un soporte colgado del cuello. Pero miremos de nuevo la historia.

Pienso en el órgano, de rica sonoridad y compleja construcción, con el que el intérprete puede ejecutar diferentes melodías con diversidad de timbres. Sin embargo, no deja de ser un solo instrumento.

Si nos fijamos en el claviórgano vemos un intento claro de combinar dos instrumentos en uno solo, un órgano y un clavicémbalo. En el Museo de la Música tenemos un magnífico ejemplar (MDMB 821) del constructor de Nuremberg Laurentius Hauslaib del siglo XVI. Está en perfecto estado de funcionamiento después de un largo y minucioso proceso de investigación y restauración.

Detall del doble teclat del claviorgue (espineta i orgue)
Detalle del doble teclado del claviórgano (espineta y órgano)

Como tal vez todos sabemos, en el periodo romántico el piano fue el rey en el ámbito instrumental. Lo que sorprenderá a alguien es que la imaginación de sus constructores no sólo trabajó en los mecanismos, las formas y el sonido. Diferentes pedales ayudaban al pianista a modificar el timbre de las notas. Pero parece ser que no tenían suficiente y añadieron más pedales para accionar tambores y panderos. Ya se pueden imaginar un o una pianista de la nobleza europea del siglo XIX tocando el piano y la percusión a la vez. Era la moda del momento, música alla turca, que influenció a muchos compositores, consecuencia de la presencia en Europa de bandas militares del Imperio Otomano. En el Museo encontraremos diferentes pianos que tienen pedales que accionan la percusión. Podemos fijarnos en el magnífico piano de cola del constructor Thyjm de Viena (MDMB 425). Dispone de 7 pedales y en la exuberante decoración del mueble podemos ver unas figuras humanas talladas en la parte superior de las patas, sin duda recordando a los músicos turcos.

Detall dels pedals del piano
Detalle de los pedales del piano Thyjm

También en la misma época se construyeron numerosos instrumentos mecánicos que incorporaban diferentes utensilios musicales en un mismo mueble. En este caso ya no era que un ejecutante tocara diversos instrumentos, ahora incluso eliminaban al intérprete y lo sustituían por un programa predeterminado en una cinta perforada o un rodillo y tan sólo había que dar vueltas a una manivela. Pero este no es el tema de hoy, estamos hablando del músico que está solo, así que dejémoslo para otro día.

Sí que sería nuestro personaje el músico al que podríamos nombrar genéricamente como hombre orquesta. Muchísimos intérpretes han inventado mecanismos de palancas y tiradores que acoplados a su cuerpo accionaban diferentes objetos sonoros. La calle ha sido el principal campo de acción de estos músicos, que a menudo han animado las fiestas de los pueblos. Aunque ahora podemos encontrar que siguen esta tradición. Vale la pena citar un conjunto de 60 instrumentos acoplados para ser tocados por un solo músico encima de un triciclo, que se conserva en el Museo. Me refiero al Tricimelotocus orquestal, construido y utilizado por el músico y actor Eugeni Solé en los años 80.

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Hombre orquesta disfrazado de bufón (imagen de Wikimedia Commons, por Knox, Athol Depot)

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Tricimelotocus orquestralis

Y ya para terminar, volvamos a pensar en la Covid-19, ya que todavía no nos ha dejado y debemos tenerla presente.

Uno de los lugares donde el inicio de la pandemia en Cataluña hizo mucho daño es en Igualada. Y por eso queremos hablar de un músico de esta ciudad. Pep Massana respira y transpira música por todas partes. Y, a pesar de ser un gran violinista y compartir la música con diferentes músicos y formaciones, a menudo necesita otro instrumento, aunque esté solo. No es sólo la soledad del músico, la falta de la mirada cómplice o de la sonrisa de la emoción compartida. Necesita llenar de armonía las solitarias notas de su violín. Siempre ha buscado caminos y ahora, con el confinamiento, ha podido realizar un proyecto para poder tocar otro instrumento a la vez que el violín.

La mayoría de los instrumentos se tocan con las manos y también con la boca. De hecho los pies no están prohibidos y tienen su importancia, por ejemplo en la batería, en los pedales del arpa o en los del piano. Normalmente cuando escuchamos un órgano no vemos al músico, pero si vemos un organista tocando un órgano de catedral nos daremos cuenta de que aparte de tocar dos o tres teclados con las manos, utiliza los pies para tocar unos pedales correspondientes a las notas más graves.

Cuando estaba en casa, recluido para protegerme de la pandemia, recibí un vídeo de Pep construyendo un instrumento. Es un claviciterium me dijo, es como un clavicémbalo que se toca con los pies. Ahora sus manos acarician el violín que dibuja melodías mientras sus pies se mueven marcando el camino de la armonía que las acompaña.

El confinamiento  de Igualada, a pesar de todo el mal que ha hecho, nos ha demostrado la fuerza, la voluntad, la cooperación para luchar contra la Covid-19 y también para ver y escuchar a un violinista que mueve los pies y nos maravilla con su imaginación y su música.