Marc Vilanova, saxofonista y artista sonoro, nos ofrece una espectacular pieza monumental que juega con los límites de nuestra percepción auditiva. Trabaja con 26 tarjetas de sonido, 104 amplificadores y 208 altavoces desmembrados, “des-membranados”, para mostrarnos el movimiento de los electroimanes bailando en frecuencias situadas por debajo de nuestro umbral auditivo (por debajo de las 20 pulsaciones por segundo ya no percibimos ningún tono continuo, solo el vaivén independiente, regular y secuencial de cada movimiento oscilante). Las coreografías de las sacudidas de los altavoces se corresponden con composiciones musicales algorítmicas en las que las polirritmias de los sonidos residuales de los electroimanes –roces, chirridos y latidos sutiles– han vuelto a hacerse hueco en el reino del sonido cuando parecía que ya no tenían nada que hacer en él. La fragilidad de los componentes, el grado de fricción entre los elementos y cientos de variables hacen de la instalación escultórica un nuevo instrumento musical que seguramente nos resultará asombroso.