El trabajo doméstico y de cuidados engloba las actividades fundamentales de sostén, bienestar y reproducción de la vida, y también de producción de elementos esenciales para su mantenimiento (comidas, ropa, higiene, etc.). Son trabajos cotidianos, sin los que la vida no podría existir.

Este conjunto de tareas ha sido desarrollado tradicionalmente por las mujeres, casi en solitario, y estas no han sido valoradas ni social ni económicamente. Si bien los hombres cada vez participan más, hoy por hoy todavía lo hacen en unas proporciones muy inferiores a las mujeres. 

El cuidado suele ser invisible, y las tareas que implica quedan relegadas al ámbito del hogar, donde pueden ser ignoradas o menos valoradas. Esta falta de reconocimiento dificulta su reparto, su dignificación como trabajo y la atención a las condiciones de vida de las personas que lo llevan a cabo.

En general, las mujeres están más habituadas a hablar de las cuestiones que les preocupan que los hombres. Una de las razones puede estar relacionada con el hecho de que todavía hoy en día se considera “poco masculino” pedir ayuda. Además, las mujeres se relacionan más en redes de proximidad, como puede ser su barrio, lo cual les facilita compartir sus emociones y necesidades.

En la Barcelona del siglo XXI, el trabajo no remunerado de cuidado todavía recae mayoritariamente en las mujeres. Así, como no está repartido entre los miembros del hogar, ni es atendido de forma suficiente por las instituciones públicas, se convierte muchas veces en una sobrecarga y provoca desigualdades.

Muchos hogares externalizan el trabajo de limpieza y de los cuidados, que llevan a cabo principalmente mujeres, normalmente migradas, y a menudo en precario. Fruto de ello se han producido en las últimas décadas lo que se denomina las cadenas globales de cuidados: estas mujeres migradas han dejado en su país de origen a los familiares dependientes, con frecuencia también a cargo de otras mujeres, para venir aquí a trabajar atendiendo a otras personas.