Custodia Moreno hoy nos ha citado en la plaza Raimon Casellas, en el barrio de Can Baró, donde hasta 1990, había una zona de casi 700 barracas. Entre ellas la de su familia, donde ella vivió durante 25 años. Desde entonces se ha dedicado a luchar por defender y conseguir derechos básicos para el barrio. Este año, ha sido la pregonera de las fiestas de la Mercè de Barcelona.
Ahora, sentada en el Local Social del barrio, recuerda cómo consiguieron que se eliminaran las barracas en favor de las viviendas que rodean la plaza:
«Cuando empezamos toda la lucha por erradicar el barraquismo, lo que pedíamos eran viviendas en nuestro barrio. Fuimos de los pocos, casi el único, barrio de barracas que se pudo quedar en el mismo lugar. Toda la gente de aquí era barraquista y el proyecto fue muy bonito porque participamos mucho y se hicieron viviendas a la medida del grupo social que tenía que venir. Porque claro, entonces teníamos familias numerosas de 12 personas…”.
Sonríe, añadiendo: “Estos edificios fueron el ejemplo de lo que tenía que ser hacer viviendas pensadas para la gente y no que la gente se tuviera que adaptar al lugar donde iba cuando venía de las barracas».
¿Cómo es que pudisteis quedaros?
La gente de Montjuïc, por ejemplo, no tuvo tiempo. Nosotros si que pudimos decir lo que queríamos y conseguimos cosas que nunca habían pasado en otros lugares, hasta que acabamos teniéndolo muy urbanizado. Nosotros decidimos que no vendríamos a vivir aquí si no estaba acabado del todo. Porque vimos como en Meridiana, Sant Cosme, se hicieron pisos mal, pequeños y sin urbanización. Y tuvimos esta suerte. Al ser los últimos, tuvimos tiempo de poder organizarnos; coincidimos un grupo de gente con las ideas bastante claras que sabíamos muy bien lo que queríamos; y fue al tiempo de cambio democrático, el momento de un poco de apertura que queríamos todos.
¿Cómo empezaste a hacer activismo y defender derechos?
Mi familia era progre y de izquierdas, perdieron la guerra. Y la conciencia de clase ya la mamé. Una cosa la tengo y la tenía muy clara y es que todos tenemos los mismos derechos. Desde que empecé a tener un poco de sentido común ya fui rebelde. En la escuela me peleaba con las monjas porque no soportaba las injusticias. Y después, en la lucha y en el barrio, viviendo en las barracas, me hervía la sangre y empecé a intentar organizarnos. Aparte, yo soy cristiana [‘esto ya no se lleva», ríe mientras se toca una cruz colgada del cuello] y creo en la persona; no entiendo la vida de otra manera que no sea cogidas de la mano para hacer que este camino sea mejor. Y no entiendo cómo alguien puede sentirse superior a otra persona. No soporto la prepotencia. Si alguna cosa me hace enfadar, es eso.
Ahora la gente a veces me mira, diciendo, ‘a tu edad, y todavía sigues en todos estos rollos’. Y claro está que estoy cansada físicamente. Tengo el espíritu de los 40 y el esqueleto de los 78. Pero tengo claro que esté en una institución, al frente de alguna cosa o en casa leyendo, siempre saltaré cuando vea una injusticia.
¿Y cómo os empezasteis a movilizaros en las barracas?
Primero nos organizamos en pequeño comité, porque en las barracas había miedo a la represión y en aquella época lo tenías que hacer todo de puntillas: todos éramos de la caridad, podíamos enseñar a leer y escribir, pero nada de reivindicar otras cosas… Y así fuimos creando un núcleo de personas defensoras en el barrio del Carmel, donde estaba todo por hacer.
Pero fue en paralelo con otras reclamaciones…
Nosotros no teníamos ningún derecho y sabíamos que sólo los conseguiríamos cambiando el régimen y teniendo un gobierno democrático. No tenías derecho de manifestación, los de las mujeres ya ni te explico, las viviendas ya ves como vivíamos, los barrios mira como estaban, no había planes urbanísticos… Y habíamos venido de fuera. Nadie se acordaba de nosotros, sólo para cobrarnos el impuesto de alcantarillas mientras la porquería salía por la calle, donde jugaban las criaturas.
Las luchas eran paralelas porque sabíamos que si no se conseguía el cambio político tampoco tendríamos cambios a nivel de barrio. Tanto podíamos estar pidiendo que nos arreglaran la calle como yendo a Sant Boi a pedir ‘libertad, amnistía y estatuto de autonomía’. Éramos los mismos.
¿Cuánto tardasteis al acabar con las barracas?
Estuvimos casi 25 años, reuniéndonos cada jueves. Empezamos a organizarnos y hacer de asociación de vecinos en 1968. No se legalizó hasta el 72 y no podíamos salir a la calle a manifestarnos, pero ya funcionábamos como centro social del Carmel. En las reuniones, de media, éramos unas 150-200 personas, que comparados con los 4000 del barrio, era mucho. Conseguimos despertar conciencias y movilizar el barrio; había mucha gente que se había olvidado incluso de sus derechos. Nos fuimos sacando el miedo y lo conseguimos. Si no nos movíamos y hacíamos ruido nadie se acordaba de nosotros.
[Mientras hablamos, entra en la sala donde estamos un vecino que saluda a Custodia, que mientras se marcha hacia fuera donde la espera para hablar de temas del barrio, nos explica: ¿“Sabías que esta señora también es la presidenta del Fondo Documental del Carmel”?]
Así que estáis montando un fondo documental?
Lo estamos empezando para que todos los papeles y memoria que tenemos del barrio no se pierdan. Muchas veces la gente y el propio Ayuntamiento nos pide información de las barracas. Porque los censos que tenían ellos no eran completos. En cambio, nosotros hicimos uno familia por familia, barraca por barraca, con profesiones, orígenes… Y como nos conocíamos todos, sabíamos quién hacía triquiñuelas. Y eso nos ayudó mucho cuando íbamos a pedir cosas al Ayuntamiento porque lo sabíamos todo de las residentes. No sólo criticábamos, sino que proponíamos cosas. Queríamos que los pisos fueran de cierta manera que respondiera a las necesidades. O, por ejemplo, pedimos un centro de salud y estuvimos un año sin que lo inauguraran porque queríamos que la gente fuera de plantilla, con un contrato fijo… Cuando argumentas, aunque tengas que picar mucha piedra, al final sales adelante.
¿Después de años de lucha y activismo, como valoras haber hecho el pregón de la Mercè?
Me costó decir que sí y decidirme pero lo hice pensando: ¿por qué una persona normal y corriente no tendría que poder hablar? Y pienso que justamente es lo que más se ha valorado, porque era una cosa diferente. Pienso que fui reivindicativa, pero sin pasarme. Y ha sido un baño de estima por parte de todo el mundo; una experiencia muy gratificante. Hemos puesto una primera piedra y espero que yo no sea la única y última persona de barrio a pregonar.
Acabaste el pregón invitándonos a ser utópicas y creer en lo imposible. ¿Para ti, cuál es la Barcelona utópica del futuro?
Nuestros barrios y toda la transformación de esta ciudad han sido resultados de muchas utopías. Cada vez que pedías alguna cosa te decían que estabas loca. Pero yo creo que todo es posible. Creo que si nos juntamos, amamos y ponemos un poco de cada uno de nosotros podemos conseguir lo que queramos, menos parar un volcán…
Y de esta ciudad espero que siga teniendo la gente que tiene, el buen rollo, que sea una ciudad abierta y acogedora, una ciudad solidaria, que hagamos las mejoras urbanísticas necesarias y que todo lo que hagamos, sea pensando en la gente. Se tiene que hablar, dialogar, amar la tierra donde estás. Yo no soy independentista ni nacionalista porque sacaría las fronteras del mundo. Pero en esta tierra hay unos derechos y por éstos me pelearé siempre. No hay otra.