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El Estado Libre del Congo, un genocidio en la sombra

El Estado Libre del Congo, un genocidio en la sombra

La “Conferència de Berlín” (1884 – 1885) va reconèixer la sobirania del Leopold II de Bèlgica sobre l’Estat Lliure del Congo. El rei administraria el territori fins al 1908, quan enmig de molta polèmica passaria a mans de l’estat belga.

Caricatura de Leopoldo II de Bélgica en forma de serpiente ahogando al Estado Libre del Congo, 1906.

La Conferencia de Berlín (1884-1885) reconoció la soberanía del Leopoldo II de Bélgica sobre el Estado Libre del Congo. El rey administraría el territorio hasta 1908, cuando en medio de mucha polémica pasaría a manos del estado belga.

El Congo fue administrado por Leopoldo II, a título personal, entre los años 1885 y 1908. Este periodo ha pasado a la historia del país por la explotación sistemática de sus recursos naturales, especialmente el marfil y el caucho.

Aunque la gestión del territorio se realizaba desde Bruselas, la capital administrativa estaba situada en la ciudad portuaria de Boma, desde donde también partían las exportaciones masivas de materias primas. Boma era la residencia del Gobernador General del Congo, representante directo del rey (hay que decir que Leopoldo II no viajó nunca a África). El Estado estaba dividido en 14 distritos y de la autoridad del Gobernador General dependían los comisionados, nombrados directamente por el rey, encargados de la administración de los diferentes distritos. Estos funcionarios actuaban, a la vez, como administradores coloniales y agentes comerciales, y su tarea principal consistía en conseguir la mayor cantidad de marfil y caucho con el menor gasto posible.

La administración colonial ejercía el control sobre la población nativa instaurando un régimen de terror, resultaban frecuentes los asesinatos en masa y las mutilaciones. La violencia y el terrorismo fueron los recursos empleados para imponer la voluntad del monarca belga y los agentes comerciales contra la población africana.

Leopoldo II se vio obligado a contratar mercenarios europeos que sirvieran a sus intereses. Quedaron organizados en un ejército privado llamado Force Publique (Fuerza Pública), que llegó a contar con 19.000 efectivos. Todos los oficiales eran blancos y todos los soldados rasos, negros, contratados a la fuerza y ​​obligados a servir a la Force Publique un mínimo de siete años. Los reclutas eran a veces comprados a los jefes tribales; en otras ocasiones, eran simplemente secuestrados.

La Force Publique actuaba al mismo tiempo como ejército de ocupación y policía al servicio de las empresas comerciales. Tuvo que hacer frente a varias rebeliones que fueron sofocadas con un escalofriante salvajismo. En la práctica, el Estado Libre del Congo era un inmenso campo de concentración.

Durante la década de 1890 y gracias a la amplia utilización de esclavos, se construyó una red de transportes más sólida que posibilitó una mayor explotación de los recursos naturales del Congo. La construcción de estas infraestructuras, orientadas exclusivamente al interés personal, supuso el deceso de un gran número de trabajadores de todas las edades, las jornadas laborales eran implacables y exigían un enorme esfuerzo físico. La documentación histórica sitúa entre los cinco y los diez millones de muertes a causa de la explotación colonial dirigida y ejecutada por el rey Leopoldo II y sus funcionarios.

Los testimonios directos que nos han llegado, y en particular el de los misioneros protestantes, escritores y diplomáticos desplazados hasta el Congo, describieron y denunciaron el horror que se vivía. Son de una importancia capital los relatos y los datos obtenidos por el misionero americano G.W. Williams, y por los escritores Mark Twain – King Leopold’s Soliloquy– y Joseph Conrad, o también personalidades como el misionero Williams Sephard, el diplomático británico Casement, y el periodista Edmund Dene Morel, todos ellos testigos claves para desenmascarar una de las realidades más oscuras de finales del siglo XIX. Estas voces críticas y delatoras de las atrocidades infringidas sobre los congoleños tuvieron su eco en la prensa internacional, provocando así una respuesta de alerta y una llamada de atención sobre el respeto a los derechos humanos.

En 1905 después de varios meses de investigación, una comisión publicó un informe que corroboraba los abusos que habían sido denunciados. Leopoldo II no pudo evitar que la opinión pública de todo el mundo, incluida la de Bélgica, mostrase una clara oposición a que se mantuviera bajo su dominio el país africano. Las maniobras diplomáticas y la presión de la opinión pública consiguieron que el rey belga renunciase al Estado Libre del Congo, que pasó a convertirse en una colonia de Bélgica, bajo el nombre de Congo Belga.