150 años de la historia de las Glòries
El área que hoy ocupa la actual plaza de las Glòries Catalanes ha sido desde siempre un sitio de paso, más que de estancia, en la salida natural de Barcelona hacia el Vallés y el Maresme. La vía Augusta romana ya atravesaba este lugar de camino hacia el Coll de Finestrelles y su trazado es todavía visible si recorremos la carretera de Ribes y la calle del Clot. En aquellos tiempos, la línea de la costa se encontraba muy próxima y el entorno, poblado de marismas, lagunas y estanques, no invitaba en absoluto a establecerse.
A partir del siglo X, la construcción de la acequia condal hizo cambiar la fisonomía de este lugar. A lo largo de su curso, aparecieron molinos hidráulicos, muchos de ellos harineros, y los terrenos pantanosos que se extendían hasta la Llacuna, el Joncar y el camino real de Barcelona a Mataró fueron transformándose en pastos y cultivos de regadío. Todo esto hizo de este rincón de Sant Martí de Provençals una gran llanura fértil, que quedó casi inalterada hasta exactamente el siglo XVIII. Con el asedio de Barcelona de 1713-1714, las trincheras y baterías de morteros instaladas aquí para bombardear la ciudad dejaron su huella. Y la construcción del Fort Pienc, unos años más tarde, como punto avanzado de defensa de la Ciutadella, sometió este lugar al glacis militar, forzosamente falto de cualquier edificación permanente. Una premonición, quizás, del carácter de vacío urbano que desde entonces ha marcado este lugar.
A mediados de siglo XIX, mientras la ciudad se afanaba por derribar las murallas, la Compañía de Caminos de Hierro del Norte construyó la línea Barcelona-Granollers que, saliendo de la Estación de Francia, en el año 1852, atravesaba de norte a sur la futura plaza. Este hito fue de gran importancia, ya que el paso del ferrocarril hipotecó durante muchos años el desarrollo urbanístico del entorno de las Glòries. A esta primera huella se añadieron otras, como fue la línea M.Z.A. (Madrid-Zaragoza-Alicante), el ramal de enlace de la Estación de Francia con la de Sants (subiendo por la Diagonal y siguiendo por la calle de Aragó) o la línea 40 del tranvía, que durante décadas unió la plaza de Urquinaona con el núcleo de Sant Andreu. Cuando algunos años más tarde el ingeniero Ildefons Cerdà, autor del Plan Cerdà para la reforma y ensanche de Barcelona (1859), imaginó el centro de la futura ciudad en el cruce de la Gran Vía, la Meridiana y la Diagonal, la malla ortogonal de su plan chocó con las vías del tren y lo obligó a forzarla en un gesto extraño. Así, la plaza quedó como un gran hueco rectangular de 9 hectáreas en la trama de l’Eixample, girado 30 grados respecto de la Gran Vía y alineado con el trazo del ferrocarril del norte. Una excepción a la regularidad del esquema Cerdà que da idea de las dificultades que desde siempre ha planteado este rincón de la ciudad.
A principios del siglo XX, el urbanista francés Léon Jaussely continuó apostando por las Glòries como centro de la gran Barcelona, y en su plan de 1905-1908 propuso trasladar la sede del Ayuntamiento y la de otros equipamientos a esta zona, dotándola de un esquema viario radial y de un marcado carácter monumental. Pero aquel ambicioso plan no se llegó a realizar. Como tampoco prosperó la idea del arquitecto Josep Puig i Cadafalch de ubicar en las Glòries los pabellones de la futura Exposición Internacional de 1929, finalmente descartada por las dificultades derivadas de un espacio tan complejo, mal comunicado y marcado por la presencia del ferrocarril. Así, mientras se sucedieron los proyectos y las propuestas para las Glòries, sobre el terreno la plaza quedó como un gran páramo en medio de la nada, un espacio degradado en el extrarradio, falto de toda ordenación y surcado por las vías del tren.
En el año 1909, las autoridades municipales aprobaron una urbanización, y, seis años más tarde, una comisión especial dictaminó la conveniencia de soterrar el ferrocarril a su paso por la plaza, lo que todavía tardaría un tiempo en producirse. Mientras tanto, los vecinos continuaron cruzando como podían las líneas del tren e improvisaron en aquel gran descampado que son las Glòries un campo de fútbol de barrio -el Campo del Sidral- en una porción de terreno entre las vías y la acequia condal.
El 13 de mayo de 1919 la plaza fue oficialmente inaugurada en el marco de un plan municipal para sanear y urbanizar los barrios extremos, pero las alcantarillas, de hecho, no llegaron hasta diez años más tarde, coincidiendo con la polémica decisión de trasladar la Fira de Bellcaire, en el año 1928. Los Encants, que desde entonces se convirtieron en una singularidad de la plaza, se instalaron en un rincón del lado montaña, junto al jardín de la finca de Can Caubet. Fueron, por tanto, un elemento más que se integró en el heterogéneo y desolado paisaje de la plaza, con contornos más o menos definidos por las fábricas harineras -como la de San Jaime, actual Centro Cultural La Farinera del Clot-, la Fábrica de Paraigües d’en Pio Rupert o los numerosos talleres, cobertizos e instalaciones ligados a las compañías de ferrocarril. Todo hacía de las Glòries un espacio de contornos difusos y de naturaleza no menos dudosa que, desatendido por las autoridades municipales, se convirtió muy pronto en escenario de actividades clandestinas, foco de criminalidad y pistolerismo.
A partir de los años 30, la progresiva densificación urbana permitió la mejora de la comunicación con la ciudad y la proliferación de las líneas del tranvía. En tiempos de la República, el Plan de Enlaces Ferroviarios de 1933 previó prolongar el Metro Transversal hasta la Sagrera y, en el año 1935, se aprobó un plan para el soterramiento de las vías y la urbanización del entorno. Con el advenimiento de la Guerra Civil solo se llegó a ejecutar un tramo de la Meridiana, y durante el contingente bélico los túneles ya iniciados fueron aprovechados por el vecindario como refugios antiaéreos.
Durante los años 40, la transformación de las Glòries se estancó: las autoridades franquistas priorizaron la urbanización de la futura calle de Guipúscoa en detrimento de la continuación de la Gran Vía hacia el Besòs. El único hecho destacable fue la construcción de las modernas instalaciones de la Hispano-Olivetti, que consiguieron dar un pequeño impulso a la urbanización de la plaza por el lado de Sant Martí. La precariedad de los tiempos de la posguerra, unida a las olas migratorias y la falta generalizada de vivienda, hicieron aflorar un extenso barrio de chabolas que se extendió por el lado de montaña de la plaza. A finales de los años 40, se soterró el tramo de vía que sube por la Meridiana.
En el año 1951, se aprobó el proyecto rectificado de las nuevas alineaciones y rasantes de la plaza de las Glòries.Supone la primera gran transformación formal, introduciendo una superficie circular de 10 hectáreas. En el año 1953 se aprobó el anteproyecto de reforma de la plaza, que previó regular el incipiente flujo de tráfico rodado mediante una anilla elevada por encima de las líneas del ferrocarril. En marzo de aquel año, empezó el derribo de las chabolas de los entornos. Durante aquellos mismos años, se prolongó la línea de metro hasta Fabra i Puig y se canalizó definitivamente la acequia condal, que hasta entonces discurría a cielo abierto. En 1961, se inauguró un primer tramo de la anilla que enlaza la Gran Vía y la Meridiana describiendo un cuarto de circunferencia, pero tan solo cinco años más tarde se decidió derribarlo por resultar ineficaz para el tráfico.
A finales de la década de los 60, con la ciudad totalmente rendida al automóvil, la Gran Vía atravesó la plaza conectando con la autopista de Mataró. Glòries se convirtió así en el principal nudo viario de la ciudad de entrada por la Gran Vía y de salida por la Meridiana. El paisaje de este rincón de la ciudad, que todavía no había conseguido convertirse realmente en una plaza, era totalmente hostil para el peatón y había quedado absolutamente dominado por el vehículo.
En el año 1973, la plaza estaba atravesada por dos ramales viarios elevados y un pasadero peatonal de estructura tensada que salvaba la anilla entre los Encants y la salida del metro, y que en 1975 ganó un prestigioso premio europeo de construcciones metálicas. El entorno contaba con un parque público, equipado con un área de juegos infantil y un arroyo artificial, que intentaba endulzar el flanco sur de la plaza. Durante la década de los 70, el volumen de tráfico siguió incrementándose y la plaza presentó un complejo conjunto de viales, rampas, pasos elevados y túneles soterrados. Una situación compleja que heredó el Plan General Metropolitano de 1976, que recogió la realidad de la plaza como punto nodal de infraestructuras viarias y previó reservas de suelo para su futuro desarrollo.
A finales de los 80, la plaza de las Glòries se incluyó en el catálogo de áreas de nueva centralidad de la ciudad. El proyecto olímpico de 1992 previó transformarla en una de las puertas de entrada a Barcelona. En el marco de las obras que se llevaron a cabo con el objetivo de mejora de la ciudad para la cita olímpica, el desbarajuste viario de los años setenta se sustituyó por la doble anilla (que alojaba un aparcamiento) que ha llegado hasta nuestros días y se inauguró en el interior del nudo vial el parque de las Glòries (1992), un jardín de 2,10 hectáreas de extensión, y tres años más tarde se inició el proyecto del Bosque de los Encants, en la confluencia entre Gran Vía, Meridiana y Castillejos.
La prolongación de la Diagonal hasta el mar y la posterior y progresiva transformación del distrito 22@ requirieron la definición de un nuevo proyecto urbano para las Glòries. Los primeros gestos que apuntaron en esta dirección y empezaron a definir el entorno más inmediato de la plaza fueron, entre otros, la apertura en el año 1995 del Centro Comercial Glòries y del Centro Cultural La Farinera del Clot, la construcción de la Torre Agbar (1999-2005) y la inauguración en el año 2000 de las nuevas instalaciones del IES Salvador Espriu.
En el año 2003, el Ayuntamiento impulsó un programa de actuación municipal para discutir sobre el futuro desarrollo de la plaza y se constituyó una comisión de seguimiento del proyecto de remodelación de las Glòries, con participación del Ayuntamiento y de entidades vecinales. Las conclusiones de la comisión se recogieron en el año 2007 en el denominado Compromiso por Glòries, un documento de síntesis y punto de partida para la redacción de la Modificación del PGM en la plaza y su entorno. Sus aspectos más esenciales son, entre otros, la eliminación completa de la anilla viaria elevada, un modelo de parque plano, sin tráfico y con el máximo de superficie verde, el soterramiento de la Gran Vía, un modelo integrado de movilidad y la construcción de los equipamientos consensuados. A partir del 2008, se inició el progresivo derribo de la anilla con el desmantelamiento del tambor y del aparcamiento. Y entre el 2009 y el 2010 arrancó la construcción del Museo del Diseño-DHUB y de los Nuevos Encants, dos equipamientos de escala metropolitana y arquitectura singular que se añadirían a L’Auditori y el Teatro Nacional de Cataluña, aparecidos veinte años antes con ocasión de la prolongación de la avenida Meridiana.
La agenda para la transformación de la plaza de las Glòries ya está en marcha. A partir de marzo de 2014 se lleva a cabo el derribo progresivo del anillo vial. Y en febrero de 2014 se da a conocer el equipo de arquitectos ganador del concurso para la urbanización y construcción del futuro parque de las Glòries, que se lleva a cabo entre mediados 2015 y finales del 2017, coincidiendo parcialmente con la construcción del túnel de la Gran Vía. Un impulso definitivo para resolver un espacio de ciudad largamente reivindicado.
Bibliografía:
BORONAT, Gisela; LAGO, Xavier; MAYORAL, Joan. Glòries, cruïlla de camins. Barcelona: Archivo Histórico Fort Pienc, 2011.
ROCA BLANCH, Estanislau et al. Glòries:reforma urbana i espai públic. Barcelona: Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona, 2011.
VIDAL, Miquel.Jardins de Barcelona. Ámbit Serveis Editorials. Ayuntamiento de Barcelona, 2003.