08/11/2021 - 13:49
soledad. La soledad en la infancia es un tema bastante desconocido, y por lo tanto, encontrar soluciones a menudo es bastante difícil.
La soledad en la infancia es un tema bastante desconocido, y por lo tanto, encontrar soluciones a menudo es bastante difícil.
Ferran Casas, Catedrático de Psicología Social y profesor emérito para la Universidad de Girona, plantea en este artículo la dificultad añadida en tratar la soledad y el aislamiento social en niños y niñas.
LA SOLEDAD EN LOS NIÑOS Y LAS NIÑAS
Las personas que sufren la soledad generalmente hacen poco ruido, y si son niños o niñas, aún menos. A menudo resultan invisibles a la sociedad y, por lo tanto, sus problemas y preocupaciones no son percibidos como problemas sociales. Cuando un problema se considera “social”, la colectividad asume que hay que desplegar actuaciones para que determinadas personas no sufran, y apoyan nuevas políticas públicas para mejorar la situación de estas personas. Pero, por supuesto, hay que saber dónde están, hay que hacerlas visibles. Hay que recopilar datos, saber cuántas son en cada una de las diferentes circunstancias, ya que las ayudas necesarias pueden ser diferentes. A veces hay que actuar con celeridad para prevenir consecuencias muy negativas, y no siempre la sociedad está dispuesta a poner recursos de manera rápida para ayudar a los que menos tienen. Bastantes personas recelan de ayudar a otras, porque los perciben como extraños.
¿La soledad de los niños y las niñas es un problema individual, un problema familiar o un problema social? Entre nosotros es un tema bastante desconocido, y el desconocimiento hace que sea complejo encontrarle soluciones. Hace falta más debate social para analizar las raíces de la problemática y para poder analizar cuáles serían las posibles actuaciones más eficientes.
No es lo mismo estar solo que sentirse solo. Tampoco para los niños y las niñas. Una cosa es un aislamiento deseado, y otra es sentir que son los demás o las circunstancias lo que nos aísla. Nos podemos sentir solos en medio de mucha gente si sentimos que no significamos nada para esas personas, o si consideramos que no tenemos valor para ellas (nuestra autoestima es muy baja). El sentimiento de aislamiento sale de una situación emocional interna, aunque a veces, no siempre, hay circunstancias externas objetivas que pueden hacer crecer ese sentimiento (como no tener padres, tener pero no poder vivir con ellos, haber sido acosado por los compañeros, ser víctima de violencia física, emocional o sexual, ser “diferente” a la mayoría de tu entorno, como ser superdotado, estar en situación de discapacidad, ser autista o sufrir una enfermedad rara, o ser repetidor en la escuela).
En nuestro imaginario colectivo, los niños y las niñas pertenecen “a la vida privada de las familias”, sus problemas no se consideran un asunto público, ni una responsabilidad de la colectividad[1]. Cuando se habla de “nuestros abuelos”, muchas personas piensan en los abuelos de nuestro país; cuando se habla de “nuestros niños”, la mayoría piensa en sus hijos, nietos o sobrinos, no en la población infantil del país. La representación social mayoritaria en nuestro entorno es que los niños y las niñas son el conjunto de los “todavía no adultos”, y, por lo tanto, todavía no cuentan, todavía no son como “nosotros”, todavía no hay que prestarles mucha atención como conjunto de población, porque ya nos ocuparemos mañana, cuando sean mayores, cuando se conviertan “en los ciudadanos del futuro”[2][3]. Esta paradoja tan viva en la sociedad occidental hace que invisibilicemos a la población infantil y nos desinteresemos por su situación, hasta el punto de no recoger ni estadísticas públicas detalladas que nos permitan conocer cómo está y cómo evoluciona para tomar decisiones políticas adecuadas[4].
Se puede sufrir aislamiento físico o aislamiento psicológico. El físico puede estar impuesto por adultos (no dejarlos salir de casa o relacionarse con otros niños y niñas) o por las circunstancias de vida (vivir en áreas remotas o en instituciones más o menos cerradas). El psicológico tiene que ver con el rechazo y la falta de estima por parte de los demás. Aunque ha aumentado la sensibilidad social que presiona para actuar ante la violencia física y sexual contra los niños y las niñas, todavía hay poca ante las muchas formas de maltrato emocional e institucional.
En la infancia y adolescencia se va construyendo no solamente una identidad personal, sino también una identidad social. La identidad social está muy relacionada con el sentimiento de pertenencia: tengo grupos de familiares, de amigos, que me aceptan. Este sentimiento de ser aceptado o aceptada nos hace sentir “como las demás personas”, que nos tienen en cuenta, con quienes podemos contar, que nos respetan, con quienes compartimos visiones del mundo.
La principal soledad de un niño o una niña es la de sentirse excluido o rechazado de los grupos de pertenencia. Un niño se puede sentir excluido del grupo familiar porque siente que sus padres, cuidadores o familiares más afines no lo escuchan o no lo tienen en cuenta, o porque los hermanos lo rechazan o desprecian. Se puede sentir excluido del grupo de amigos porque los compañeros del colegio lo dejan de lado, o sufre acoso de cualquier otro tipo, hasta el punto de tener la sensación de no tener amigos de quienes recibir apoyo… La percepción de falta de apoyo social resulta angustiante. En caso de necesitar algún tipo de ayuda, no sabrá a quién recurrir.
Hay circunstancias del contexto de vida que comportan la debilitación de las redes de apoyo social. Una es el cambio de escuela o domicilio, que a menudo hace que no se pueda mantener el contacto con sus amigos. Otra es no poder vivir con la propia familia, ya sea porque los progenitores están ausentes, han muerto, están en la prisión o porque son maltratadores y la justicia les ha retirado la tutela de los hijos. Muchos de estos niños y niñas tienen que vivir con otras familias, si tienen suerte, y, si no, están en centros residenciales del sistema de protección social a la infancia, donde no siempre hay capacidad de compensar todos los déficits afectivos y relacionales que han sufrido. Los que viven en centros residenciales a menudo acumulan varios factores que los hacen más vulnerables a la soledad (y también a muchos otros problemas sociales): han sufrido dificultades familiares graves, han sido separados de su familia y, al cambiar de escuela, posiblemente han perdido un curso escolar y ahora son repetidores…
El rechazo también se puede vivir por circunstancias propias de las personas, como tener una discapacidad, enfermedad o, incluso, una apariencia considerada poco agradable para los demás. La falta de satisfacción con la propia apariencia física es uno de los factores que más negativamente impacta en el bienestar subjetivo de los adolescentes, pero también la falta de satisfacción con la escuela. Los adultos solemos pensar en la escuela como “un mundo”. Pero en la mente de muchos niños y niñas, la escuela y la vida de estudiante son dos mundos: el mundo de los aprendizajes (las notas, los profesores, los exámenes) y el mundo de las relaciones interpersonales (los amigos, hacer cosas juntos incluso fuera de la escuela)[5]. Si uno de los dos mundos aporta muchas emociones negativas (como cuando se sufre acoso emocional, o cuando se tiene la sensación de que el maestro no te hace caso), el niño o la niña intenta refugiarse en el otro, pero si ese falla también, el universo se hunde. Nuestras escuelas se caracterizan por prestar mucha atención al primer mundo y muy poca al segundo. La importancia de este segundo mundo crece con la edad, y se magnifica en la adolescencia.
Hoy en día, muchas relaciones interpersonales se dan a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Aunque pensamos que prácticamente todo el mundo tiene acceso, en algunos hogares los niños y las niñas no tienen el equipamiento para acceder a internet. Aun teniendo amigos, un niño o una niña se puede sentir solo o sola simplemente porque no puede conectarse con sus amigos o amigas fuera de las horas escolares, cosa más frecuente en época de confinamientos, como se está dando con la COVID-19.
Cuando el sentimiento de soledad es grave, hay serios riesgos relacionados con la salud mental, y a veces incluso con la salud física. En el caso de los niños y las niñas, algunos de estos riesgos pueden implicar consecuencias para toda la vida. La principal vulnerabilidad ante estos riesgos se encuentra en determinados conjuntos de menores bastante identificados en la investigación científica: los que sufren acoso escolar, particularmente el emocional; los que son o han sido víctimas de abusos o violencia (física, emocional o sexual); los que viven en centros residenciales; los que están en hospitalizaciones de larga duración; los repetidores de curso escolar; los “diferentes” de la mayoría de su entorno, como inmigrantes (sobre todo los recién llegados), superdotados, discapacitados (físicos, psíquicos o sensoriales), autistas, con problemas importantes de salud o con enfermedades raras.
Necesitamos vacunas contra la soledad en nuestro país. Por eso, hay que incrementar:
[1] Casas, F. (1998): Infancia: Perspectivas psicosociales. Barcelona. Paidós. ISBN 84-493-0521-7.
[2] Casas, F. (2006): “Infancia y representaciones sociales”. Política y Sociedad, 43, 1, pp. 27-42. ISSN: 1130-8001.
[3] Casas, F. (2006): “Imatges socials de la infància”. RTS, 179, diciembre, pp. 33-46. ISSN: 0212-7210.
[4] Casas, F. (2010): “Representaciones sociales que influyen en las políticas sociales de infancia y adolescencia en Europa”. Revista Interuniversitaria de Pedagogía Social, 17, marzo, pp. 15-28.
[5] Casas, F.; y González-Carrasco, M. (2017): “School: one world or two worlds? Children’s perspectives”. Children and Youth Services Review, 80, pp. 157-170.